La Navidad es un ciclo festivo que podría llamarse Natividad o, con un poco más de aproximación, el Ciclo Festivo de la Navidad. Es un nacimiento, más exactamente el recordatorio de un nacimiento. Sería algo así como las celebraciones que en la vida cotidiana realizan los seres humanos de a pie: su cumpleaños. Viene a significar, entonces, una venida al mundo, en el exacto sentido de la expresión. No obstante, y por supuesto, que es una celebración del recuerdo de un nacimiento particularísimo: salvífico, de rehacer la historia espiritual del mundo, de entrega total, de redención, de perdón, de proclamación de la justicia y la paz. Un natalicio profético, anunciado 700 años antes del mismo Cristo: Obra del Espíritu Santo y, finalmente, una Natividad, inmensamente, humilde: divina y humana, al mismo tiempo; cotidiana y celestial; paradisíaca y jubilosa, llena de oniria.
Son estos, entre otros, algunos de los rasgos distintivos de esa celebración evocativa. La Natividad rememora la venida al mundo de Nuestro Señor Jesucristo. En otras palabras, el Ciclo Festivo de la Natividad viene a ser el tiempo de la fiesta para celebración de un natalicio, un cumpleaños, un aniversario más, que tiene como núcleo central de sentido: el recordatorio, la reminiscencia, la memoria histórica y sobre todo la reminiscencia maravillosa de condición de Dios hecho Hombre. Un Mesías comparte con la cotidianidad de la vida del ser social común y con las almas cotidianas que buscan el amparo. Su presencia es nítida de alegranzas; espíritu fabuloso; fe impostergable. Un aguinaldo a lo divino podría ofrecer cuenta de ese natalicio en versos rimados y de una sencillez maravillosa. Su autor Luis Eduardo Galeán.
Esta bella noche,
es noche de alegría
porque ya ha nacido el
Mesías
Y los chiquitines
cantan con dulzura
porque ya nació nuestro
guía
La familia toda estará
reunida con humildad
y el abrazo no faltará
en todita la vecindad
Esta bella noche
estaremos todos
cantando aguinaldos
para nuestro bien
Los cohetes retumbarán
bellas luces florecerán
y el pesebre iluminará
el recinto de nuestro
hogar
Esta bella noche
estaremos todos
cantando aguinaldos
para nuestro bien
Esta bella noche
es noche de alegría
porque ya ha nacido el
Mesías
La Navidad es una fiesta religiosa, pero también podría considerarse una manifestación cultural popular residencial y de igual manera, una celebración solemne universal. Por ello.
, esa manifestación festiva transita, inexorablemente, la primera virtud teologal: la fe. En el sr humano popular, la fe es una intrincada manera de existencia; una imposible derrotada manera de asistir a la vida. La fe es una cultural manera de asistir a la vida. El devenir e ir de la cotidianidad es guiada por la fe. La fe es el triunfo de la esperanza en la batalla por el permanente amor.
Esta celebración está históricamente ligada al renacer de la naturaleza, a la fertilidad agrícola, a las variables climáticas de aquellos países cuyos cambios estacionales establecen definitivas diferencias. Tal expresión tiene como antecedente la Fiesta del Sol Invicto. Las referencias de esta manifestación, llena de una humildad imperecedera, hay que buscarla, también, en los antiguos cultos agrarios. La Natividad del Señor es una celebración de solemnidad litúrgica. Viene a ser una fiesta de espiritualidad, pero no una alienante, cultural e históricamente venida de la conquista y contemporáneamente, insertada en el capitalismo consumista. Una celebración de espiritualidad liberadora. Un aguinaldo tradicional caraqueño, recopilado por el Grupo Jesús, María y José, nos ofrece El Omnipotente como un llamado a estar atentos con las lámparas llenas de aceite y encendidas:
Alerta a los hombres
para que se presenten
porque ya llegó
el Omnipotente
yo le digo así
porque ya llegué
y estoy en el mundo
y nadie me ve
Cuando el Niño nace
Los campos florecen
Las nubes se apartan
y el sol resplandece
Alerta a los hombres
para que se presenten
porque ya llegó
el Omnipotente
yo le digo así
porque ya llegué
y estoy en el mundo
y nadie me ve
Ese Niño quiere
La luz de la luna
Y que las estrellas
Adornen su cuna
Alerta a los hombres
para que se presenten
porque ya llegó
el Omnipotente
yo le digo así
porque ya llegué
y estoy en el mundo
y nadie me ve
Vamos a la iglesia
que Dios ha nacido
y para salvarnos
al mundo ha venido
Es indudable que el núcleo central de sentido del año litúrgico es el Ciclo Pascual. Al recordatorio de la Pascua viene la celebración de la Natividad del Señor. Y aunque le demos otros nombres y lo realicemos de diversas formas, en el fondo, siempre es el Misterio Pascual de Cristo lo que la Iglesia celebra en la liturgia (de Pedro, 1998: p. 32). Por ello en Navidad la expresión nítida era Felices Pascuas.
Es definitivamente importante la relación orgánica y necesaria que guarda la Natividad con la Pascua. El año litúrgico se ha organizado alrededor de la Resurrección de Cristo. Todas las fiestas de la celebración eclesiástica constituyen una particular celebración de la Pascua. Después de la anual evocación del Misterio Pascual, la Iglesia no tiene nada más santo que la celebración del Nacimiento del Señor y de sus principales manifestaciones (NUALC 32). Manifestaciones que han tomado expresiones telúricas, locales y regionales, incluso étnicas de las que han nacido manifestaciones culturales residenciales y populares que les otorgan a esas comunidades, pueblos, grupos humanos sentido de pertenencia, memoria histórica, así como identidad cultural. Todo ello sobre la base de la diversidad cultural.
La característica más visible de este período es la acumulación de fiestas (López Martín, 1994). Y es que fiesta para la liturgia católica significa celebración alegre, ritualizada, comunitaria y exuberante. Significa celebración del sentido positivo de la vida y de un acontecimiento trascendente. La existencia para la fiesta católica es recibida como un don. (De Pedro, 1998). La particularidad fundamental de ese tiempo litúrgico es la acumulación de manifestaciones, expresadas en el tiempo más característico de la celebración: la fiesta. El maestro, Rafael Salazar, músico e investigador, de larga data, es el creador de un aguinaldo oriental intitulado: Qué le daremos al Niño. Las pistas para guiarse desde lo afirmado conceptualmente resultan discretamente contundentes. La natura aparece en los versos con el nombramiento de un árbol que alcanza hasta más de doce metros de altura. Dicen las cuartetas:
Esta es la parranda
que nació de un sol
para que se alumbre
nuestro Redentor
qué le daremos al Niño
que nació en cuna de paja
démosle un sol de esperanzas
y una estrella como almohada
Un manto de gracia
pintas las estrellas
y la Nochebuena
se arropa con ellas
Amarillo lumbre
azul cielo y mar
y el rojo encendido
de mi flamboyán
Vivirás mañana
en tierra de amor
cuando un canto firme
levante su voz
La Natividad comprende el Nacimiento de Jesús. Toda la tierra verá la victoria de nuestro Dios (Isaías, 55, 7-10), y va desde el 24 de diciembre, la Vigilia de Navidad, hasta el Domingo siguiente a la Epifanía. Este tiempo representa un segundo polo de particular atención en la distribución del Año Litúrgico. Así como Pascua se prolonga en el Tiempo Pascual, Navidad se prolonga hasta después de la Epifanía.
Y como Pascua tiene su preparación en la Cuaresma, Navidad la tiene en el Adviento (de Pedro, 1996).
Quizás, sea posible resumir la historia de la Navidad en la siguiente expresión: de la fiesta del Triunfo del Sol sobre el invierno a la fiesta del Sol de Justicia. Ello ha implicado un paulatino proceso de asimilación, transformación y sincretismo de las culturas. Es la fiesta del recordatorio: el verbo hecho carne. El himno de las I vísperas es sencillamente un poema fastuoso:
Hoy nace el sol divinal
de la Virgen sin mancilla
hoy el Eterno se humilla
y se hace hombre mortal.
Adorote, Verbo eterno,
Hijo del muy alto Padre,
nacido de pobre madre
en la yema del invierno.
Resulta iluminante la expresión resistencia cultural, particularmente por el hecho de que una manifestación cultural impuesta por los invasores, la conquista cultural cristiana católica, termine siendo una forma sutil, hermosa, llena de cotidianidad majestuosa: el Nacimiento. Poder crear una cultura popular y resistir ante un capitalismo voraz, incólume, brutal, parecería que Dios anduvo por las casas populares y a las culturas de los pueblos la protege san Pedro. Reiteramos, este asunto no está definitivamente resuelto, de nuestro Aquiles Nazoa. La poeta española, Gloria Fuentes, (1917-1998), de la Generación del 50, de Madrid escribiría un legado sobe la Navidad, sencillamente excelente:
Jesús, María, y José
estaban junto al pesebre.
El niño tenía frío.
María tenía fiebre.
Al Niño Jesús Bendito,
le entretiene un angelito.
Se arremolina la gente,
Vienen los Reyes de Oriente.
Se acercan los mensajeros.
El Niño hace pucheros.
No le gusta el oro fino,
prefiere pañal de lino.
Los pastores van en moto,
y se arma un alboroto,
las ovejas asustadas,
corren hacia las majadas.
Los pastores dan al Niño
bollos y queso, y cariño.
José, María, y Jesús,
nos dan vida y nos dan luz.
Culminamos, pues, esta perolata sobre la Navidad, tan amada, tan particular, tan jodida por la jerarquía católica, tan amada por nuestros presbíteros populares, tan cultivada por nuestras madres, tan amada por los niños y niñas. Ante una Navidad consumista que nos extravía, todavía hay esperanzas, resistencia, oniria en la localidad donde vivimos, todavía se realiza las Misas de Aguinaldo a los 5 y media de la mañana. Una heredad todavía anda por estas parroquias como un alegato contra el olvido. Felices Pascuas.