Sería tonto pensar que la tan anhelada paz en Colombia va a llegar sólo con una mera reunión donde las partes en conflicto se mimen, limen sus asperezas enquistadas por más de 60 años y luego compartan la cotidianidad política como si nada hubiese pasado. Este espinoso punto va mucho más allá de un simple encuentro o discurso pacifista, el problema –entre muchos- está en lo que se le ha ido inoculando a los hermanos colombianos sobre cómo conquistar la paz o pactar para alcanzarla. Es importante mencionar que en democracia no sólo cuentan los fines sino también los medios que usas para concretar cualquier política que se quiera aplicar. El Gobierno de Colombia está inculcando peligrosamente en los colombianos y colombinas el maquiavélico axioma que “el fin justifica los medios”, para ello se vale de cualquier instrumento de manipulación psicológica que sirva con el propósito de construir imaginarios y una ideología belicista en la cual se enaltezca la visión del gendarme necesario: “Yo gobierno te cuido, tú como pueblo me obedeces y callas”; es la práctica impuesta.
No es extraño ver en el manual discursivo de los mandatarios colombianos hacer alusiones excesivas a los “héroes de las Fuerzas Armadas de Colombia” como si fuesen los únicos que deben actuar para construir la paz; en el pasado quedó la fórmula de aplicar medidas de seguridad o cualquier otra con el respaldo de los partidos políticos o el resto de la sociedad civil como los sindicatos, ONGs, Iglesia, movimientos sociales, académicos; etc.… Ahora la situación en Colombia es otra. La crisis del sistema de partidos en esa nación, el entreguismo de la Casa de Nariño a los dictámenes del Pentágono, ha impulsado a los presidentes colombianos a orientar sus acciones y discurso principalmente a convocar a los militares y muy poco al resto de los colombianos y colombianas. El respaldo de los hombres de uniforme sustituyó el cabildeo, el lobby, la movilización social, la vocería de los militantes de los partidos tradicionales; en la actualidad es más fácil colocarse en Colombia un uniforme al servicio de la Casa Blanca y Nariño que ascender dentro de la estructura política desde una militancia partidista clásica o de otra instancia civil. Los partidos, esos que deberían jugar un rol protagónico para atender las demandadas sociales y en este caso la mayor de ellas, la paz en Colombia, han quedado como meros artilugios de una aparente democracia que se mimetiza de civil, republicana, de todos y para todos; cuando en realidad está militarizada, es de unos pocos, y donde las armas valen más que el diálogo.
Hobbe afirma que “el hombre es lobo del hombre” para justificar su absolutismo y protectorado general sobre la base de la renuncia de las libertades individuales por la “seguridad” del pueblo. Esta práctica la ejecuta la Casa de Nariño imponiendo un peligroso “pacto social” a través del cual los colombianos y colombianas deben renunciar a sus derechos humanos por una supuesta seguridad que ha dejado hasta ahora más muertos y desaparecidos que un verdadero sosiego en la población. A pocas horas de cambio de espadas en la Casa de Nariño no queda otra si no esperar más de lo mismo de una nación que después de 60 años de padecer una guerra fraticida, ha escogido la vía del Estado Policía como un mecanismo de catarsis social para aniquilar de un tajo a todo aquél o aquello que no entre en lo que muchos han denominado como el “pernicioso y “refinado” establecimiento Colombiano”.
*Periodista Mérida
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