Muchos médicos están asesinando a mansalva y a diario en clínicas privadas y en hospitales y sólo un 0,67 por ciento de los casos que se dan son denunciados.
En Mérida hemos perdido la cuenta de cúmulo inmenso de asesinatos por estas malas praxis, hasta a un decano de la Facultad de Derecho lo dejaron descerebrado y no se dijo ni pío.
Se toma el asunto hasta como algo normal, porque además cualquier nimiedad es suficiente para dejar constancia de que no fue error humano.
Al historiador Eustorgio Rivas, sacerdote e historiador, lo llevaron por un esguince a una clínica privada y lo dejaron en vida vegetativa.
A la profesora María de Escalante entra al Hospital Universitario de la Universidad de Los Andes (HULA) para operarse un codo y la dejan en el limbo para siempre.
Estuve dirigiendo una ONG en Mérida que llevaba los casos de malas prácticas médicas y aquello fue bestial.
Es que pareciera que no se salva nadie: al señor que le alquilé la oficina donde funcionaba la ONG, un criminal oftalmólogo le daño para siempre un ojo, y cuando le fueron a reclamar, el mismo médico le dijo: “¿De qué te quejas si todavía te queda otro?”
Tengo aquí sobre mi mesa una lista macabra de asesinatos... Es que cada vez que oigo hablar de que a alguien lo pasan a cuidados intensivos, me digo: “Coño, cómo se le ocurre.” Recuerdo a mis viejos, campesinos, que le pedían todos los días a la Virgen que no fueran a morir como los ricos, de una operación.
Los daños son incuantificables; hay personas que han sido entregadas muertas a sus familiares luego de tenerlas hechas cadáver por más de nueve horas, y los médicos se lavan las manos. A una de estas jóvenes la llevan a ese antro que se llama CAMIULA (servicio de atención a universitarios de la ULA), que de sólo nombrarlo me da asco, y la sacan para una clínica privada (porque además tienen un maldito negocio estos médicos asesinos, porque no son clínicas sino a casas particulares acomodadas también para matar y para que les salga más barato) y a la pobre que va por una operación de vesícula le destrozan la aorta (de sólo 22 años de edad).
Sin contar, queridas víctimas de este horrible país, de aquellos que les dejan almohadillas, tijeras, pinzas y hasta lapiceros en el cuerpo, luego de cerrarles las heridas de una operación.
¡Cuántos casos de campesinos que van por mal de próstata y al despertarse luego de una operación se encuentran castrados!, y qué van a estar denunciando estos infelices.
Se da el caso de que para que alguien realmente salga vivo de ciertos hospitales tienen que formarse pobladas a las puertas de las emergencias en plan de estar dispuestos a provocar alguna rebelión; se mantienen en vilo noche y día preguntando por la evolución de la víctima, y para que se sepa que hay familiares que están pendientes constantemente de lo que pueda ocurrirle.
Por Dios, a la par que se están investigando a los colegios privados debe procederse a una seria investigación de las clínicas privadas, muchas de ellas realmente potros de torturas. Ahí está el caso llevado a la Fiscalía General de la República, de una joven que la ingresan con ciertos malestares y casi de inmediato un equipo médico le diagnostica septicemia. Envían el informe al Seguro solicitando una jugosa suma para la operación en la cual se iban a llevar de por medio a varios órganos. Eso a ellos, no les importaba un comino si la pobre quedaba paralítica, malograda. Una vez que sale de la clínica, a hacer morcillas. Pero el forense de la PTJ es llamado y sorpresas: Para él la joven lo que tiene es una virosis. Ahora el cuerpo médico está arrecho porque no creen sus versiones y están demandando al padre de la joven y hasta con ayuda de la propia Fiscalía.
Al ecologista Miguel Valery (que acabó muriendo por la tragedia de su esposa, la doctora Briguita, también descalabrada en clínicas y hospitales, ambos muy jóvenes) un día lo fueron a operar, lo meten en cuidados intensivos en el HULA, entran las enfermeras con sus poderosas agujas para anestesiarlo, y Miguel tiene el atrevimiento de preguntar por el cirujano, y le contestan: “-No se preocupe que él ya viene, nos acaban de llamar desde la plaza Bolívar donde está en una manifestación protestando por mejor presupuesto para el hospital, pero él ya está pendiente.” Miguel salió despavorido por los pasillos, pero no se salvó, a los pocos meses tuvo que volver y fue su última visita.
Y después, estos monstruos se indignan porque Chávez está mandando a nuestros enfermos a Cuba. ¿Y qué quieren que se haga, que los maten en nuestras clínicas y hospitales? Cuando me sienta mal me quiero anotar en esas listas y huir hasta si es posible en un buque platanero.
Hace poco descubrieron a un médico extrayendo material del HULA, le hacen una investigación, lo detienen y se forma un peo horrible porque le están cercenando sus derechos a fulano galeno sinvergüenza: hubo que dejarlo en libertad. Qué saqueos tan espantosos hacen en los hospitales, y pareciera que no hay ley en el mundo que pueda controlar estas bestiales sangrías de dinero que se inyectan todos los días. Coño, sí señor, hay que militarizar los hospitales, y esta una imploración que se viene haciendo desde hace cien años.
Yo invito de todo corazón a aquellos turistas que quieran “divertirse” durante las fiestas de Halloween que no vayan a Miami a ver casas de horror y se den un paseo por nuestros hospitales y clínicas.
En 1990 denuncié ciertas malas praxis en el HULA, y el Colegio Médico de Mérida emprendió una severa campaña en mi contra, incluso enviaron una comunicación al Consejo de Facultad de Ciencias para que se me sancionara y se solicitara mi expulsión de la ULA. Hubo remitidos en mi contra, y hasta una asamblea con médicos, enfermeras y empleados del Hospital para buscar la manera de darme un “ejemplar” castigo.
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