El día inicial del mes de enero ha sido glorioso para nuestra América antes de la hazaña cubana de comenzar en uno la ruptura de las cadenas yanquis al sur del Río Bravo. En el de 1804, como culminación de una prolongada guerra contra el imperio francés, fue proclamada la independencia de Haití: primer hecho de liberación anticolonial en este continente, y primero en el ámbito mundial de emancipación de la esclavitud reproducida.
Magna epopeya, sin duda, casi silenciada con buena porción de culpa de los latinoamericanos. Condenada al ostracismo universal por franceses, españoles y gringos, la rebelión triunfal de la negritud fue ahogada lentamente, hasta que el imperio del Norte, que había puesto la vista en la parte occidental de la Isla aun antes de la salida de los invasores galos, se apoderó de ella para succionar sus riquezas, castigar su “mal ejemplo” (presidente Jefferson) y convertirla en la más pobre, humillada, frustrada y dolorosa de nuestras repúblicas. Mas su pueblo nunca ha dejado de pelear.
Toussaint Loverture, gran líder precursor, quien dirigió la lucha entre 1793 y 1802 (capturado y muerto); J. J. Dessalines, quien triunfa, proclama la Independencia y se declara emperador, y su primer presidente, Alejandro Petión (gobierna al Sur, más fuerte: al Norte, véase Carpentier, funge de emperador de opereta Henry Cristophe), son los héroes mayores de su historia. Petión es, además, un paradigma de solidaridad y algo así como el protopadre de nuestras patrias, porque su ayuda generosa a Miranda y decisiva a Bolívar alcanza ese nivel de significación.
Miranda confeccionó allí la bandera tricolor y completó su flotilla con el auxilio de Petión, levando anclas en marzo 27 de 1806. Diez años después la ayuda sería para Bolívar. El Presidente sólo pidió la abolición de la esclavitud, y el Libertador la decretó en Carúpano, luego de desembarcar en Margarita tras haber partido de Los Cayos de San Luis el 31 de marzo de 1816. La oligarquía que bastardearía su obra se encargó de tornar inocuo el decreto.
Esta expedición fracasó por los hechos infaustos ocurridos en Ocumare de La Costa, bastante conocidos, y Bolívar tuvo que regresar a Haití, donde Petión lo habilitó para zarpar de nuevo, ahora de Jacmel y hacia la victoria. Llega a Juan Griego y sigue a Pampatar, Barcelona y Guayana, base del camino triunfal: Angostura, Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichicha, Junín, Ayacucho. Carta de él a Petión: “Un día la América proclamará a V.E. su Libertador”. Menuda deuda, bien olvidada antes de la Venezuela de hoy.
De la gloria de Haití se encargarían los imperios, a la cabeza el gringo. Aunque éste no lo reconoció como Estado sino en 1861, los “adelantados” suyos buscaron desde el principio clavar las garras, hasta obtener hacia fines del S. XIX control total de producción, comercio, finanzas, cultura y política. Huelgas, protestas, luchas campesinas, estudiantiles y obreras dieron la respuesta popular. En 1915, invasión hasta 1934, resistida por un ejército de 15.000 guerrilleros liderados por Charlemagne Pèralte (el Sandino haitiano), vencidos y asesinados en 1919. Al salir dejó USA su rosario de títeres sangrientos, el más característico “Papa Doc” Duvalier, quien de 1957 a 1971 vivió en orgía de sangre y legó el país –90% de analfabetos, y más de pobreza– como una hacienda a su hijo “Bebé Doc”, derrocado en 1986. Sabemos lo que sigue: Aristide, golpes gringos, terremoto letal y miles de marines como “ayuda”.
Nota: Feliz Año para todos mis compatriotas, menos uno (a lo Neruda). Un uno colectivo: la canalla antipopular y proimperialista. Feliz para las y los combatientes, los cinco héroes cubanos y los seres de mi entorno afectivo.
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