La situación creada con la entrega por parte del gobierno venezolano de Hugo Chávez del compañero revolucionario Joaquín Pérez a las autoridades de Colombia abre inquietantes preguntas.
Ya se han escrito innumerables análisis al respecto, y sin duda se seguirá haciéndolo. La presente nota quizá no aporte nada nuevo, pero me siento en la imperiosa necesidad ética de tomar la palabra y agregar algo más al debate.
Sin lugar a dudas, el escenario creado es muy complejo, y en ese caso no sirven visiones simplificadoras, o incluso maniqueas, de “correctos” e “incorrectos”, de “buenos” y “malos”. Pero que la medida tomada por el gobierno venezolano (o quizá habría que decir más correctamente por Hugo Chávez) levanta muchos olas, de eso no caben dudas.
Dicho de otro modo: la medida en cuestión, que evidentemente tantas reacciones ha despertado en todo el mundo, no es cualquier cosa. Marca el estado actual y una posible perspectiva de futuro del proceso bolivariano.
El llamado socialismo del siglo XXI, cuando empezó a tomar forma una década atrás, despertó gran esperanzas en el campo popular, de Venezuela, de Latinoamérica, e incluso del planeta entero. Hoy abre dudas. La reciente medida de entrega de un compañero militante comprometido con la causa del socialismo, para el caso tildado de “terrorista”, las refuerza.
Puede decirse, como por supuesto ya se ha hecho, que todo fue una maniobra bien orquestada por la derecha para intentar cercar, una vez más, al gobierno revolucionario de Venezuela. Es probable, por supuesto. De todos modos, más allá de la posible treta montada, quedarnos sólo con esa “explicación” no abona en beneficio del socialismo del siglo XXI, o del siglo que fuere. Lo mismo se dijo, por ejemplo, con la famosa maleta cargada de dólares que les fue encontrada a funcionarios de PDVSA en el aeropuerto de Buenos Aires algunos años atrás. ¿Maniobra de la CIA? Por supuesto que puede ser, pero eso no excusa de la responsabilidad ética de quienes están conduciendo el proceso que tiene lugar en Venezuela. ¿Pero qué pasó luego del show montado por las fuerzas de la derecha: realmente se terminó con la corrupción? De eso es lo que debe hablar de verdad una ética revolucionaria.
Podríamos decir que sin la más mínima duda la llamada telefónica del presidente colombiano Juan Manuel Santos cuando Joaquín Pérez aún estaba en vuelo creó un escenario imposible de sortear: “o se está a favor o en contra del terrorismo”. Eso, incluso, debería ser el punto de partida del análisis. ¿Quién permitió que Pérez subiera al avión? Si era tan buscado, ¿por qué no se lo detuvo antes, en Alemania por ejemplo, cuando abordaba? ¿Por qué la llamada de Santos se da justo en ese momento? Obviamente que hay en todo eso un aceitado mecanismo puesto a funcionar. ¿Para qué está la CIA si no? Ese es su trabajo, en definitiva. La cuestión estriba en la respuesta del presidente Hugo Chávez.
Desde una defensa irrestricta y no crítica del comandante de la revolución, por supuesto que vamos a encontrar justificaciones a la medida. En el ámbito político, todo es justificable. También se justificó lo de la maleta cargada de dólares de la que hablábamos. ¿Nos quedamos con las excusas nomás?
Podrá decirse ahora que, en vísperas de año electoral, no es políticamente aconsejable mostrar los dientes y ponerse de enemigo a Colombia (¿léase: “hacer buena letra con Washington”?) Paralelo a la medida aparece un aumento del 45% a los trabajadores estatales. Encomiable, por supuesto. Pero una cosa no quita la otra. ¿No hay principios éticos?
Sin dudas que se podrá decir –y ya se ha dicho, por supuesto– que levantar la voz contra la medida puede deberse a un izquierdismo trasnochado, poco útil a la estabilidad del proceso en este momento. Pero ¡cuidado! Si hablamos de revolución tenemos que hablar, quizá antes que nada, de principios. Si no, estaríamos como aquella macabra humorada de Groucho Marx: “Estos son mis principios, ¡y si no le gustan!... aquí tengo otros”.
Repito lo que dije al principio: esta nota quizá no agrega nada nuevo. Si alguien quiere seguir expresándose, creo es lo más correcto y constructivo en este momento: cerrar el debate sería lo más necio, lo más antirevolucionario. Por eso me parece muy útil tomar en serio lo que dicen tantas cartas que desde el campo popular se le están haciendo llegar al presidente Chávez.
Lo que es seguro es que la presente nota no pretende tener una definición exacta de nada, una síntesis acabada de lo acontecido, muchísimo menos una guía de acción concreta. Es la pregunta –tal vez sin poder terminar de salir del asombro– de ver puesta en acto la fábula de la rana y el alacrán al cruzar el río.
Lo que es claro es que no puede haber revolución sin autocrítica genuina. Chávez, como cualquier humano, se puede equivocar. Quizá aquí se equivocó, ¿por qué no? Los errores en política se pagan caros, esa es la desgracia. Pero por suerte siempre existe la posibilidad de revisar, de enmendar, de aprender sobre las metidas de pata.
¿Puede una revolución sostenerse sólo sobre las espaldas de una persona? ¿No se puede equivocar acaso esa persona? Tanta gente de izquierda, honesta y solidaria, que ahora está azorada, por no decir molesta, con la medida, ¿estará equivocada? Recordemos que, hasta donde se sepa, el único mortal infalible es el papa, según lo ratificado por el Concilio Vaticano I de 1870. ¿Tendrá que ver con eso el socialismo del siglo XXI? Esperemos que no.
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