Esta nota fue empezada a escribir, con las incomodidades del caso, en un cyber y un día posterior a la muerte de Robert Serra. Sin embargo, momentos después tuve que suspender la redacción, hasta hoy que la he vuelto a reiniciar de nuevo.
Indigna y enfurece de verdad, la actitud tan simplista, estúpida y hasta sensiblera, la forma como los dirigentes del Proceso y el gobierno mismo asumieron en un primer momento el brutal asesinato del joven parlamentario. La mayoría de ellos, por no decir todos, lo único que hacían era lamentar la muerte de un joven, inspirado en grandes y nobles ideales de igualdad y justicia, sobre todo, en relación con los desamparados y preteridos de la sociedad. Y agregaban, que Robert Serra era un militante entregado por entero a la "revolución" razón por la cual aiempre estaría en sus mentes y corazones.
Por tratarse de un compañero fallecido y porque además era un ser humano que no merecía morir en la forma tan cruel en que murió, esas palabras estaban plenamente justificadas. Sin embargo, eso no era lo único que se debió hacer. Como dirigentes político que se suponen que son estaban obligados a profundizar en el hecho y tratar de analizar lo que había detrás de ese asesinato, indagar acerca de las causas que pudieron haberlo motivado. Y tanto más obligados estaban a hacer eso, debido a que era indudable que este horrendo crimen no era un hecho aislado. Todo lo contrario, El mismo indica que estábamos en presencia de todo un plan terrorista cuyo siniestro objetivo no era otro que ensangrentar el país, para ser más precisos: para colombianizar a Venezuela. Es decir, hacer de Venezuela una segunda Colombia, donde las controversias políticas no se dirimen con ideas sino a balazos; con balas cobardemente disparadas desde sitios ocultos por las manos asesinas de quienes tradicionalmente han detentado el poder en el vecino país.
En Colombia, a los opositores de los gobiernos oligarcas y al orden feudal que éstos habían establecido, no les quedó otra alternativa, para eludir la salvaje persecución que después de la muerte de Gaitán se desató contra sus seguidores, que coger las armas e irse a las montañas. Y lo hicieron no sólo para salvar sus vidas sino también con el fin de derrocar unos regímenes brutales que manían en la más oprobiosa opresión y miseria al pueblo neogranadino. De esta manera surgieron los movimientos guerrilleros de las FAR-EP. el FLN, el M19 y otros. No obstante algunos de ellos, como el último de los nombrados, pensando tal vez que por la vía de las armas no tenían posibilidad alguna de de lograr sus objetivos, decidieron deponer las armas y dedicarse a la lucha pacífica. Fueron exterminados uno por uno. Mediane el balazo artero, disparado por mampuesto y al amparo de la oscuridad, todos los militanters de ese movimiento asesinados.
Más tarde, ante la imperiosa e inaplazable necesidad de acabar a los intolerables abusos y crímenes de la oligarquía, que como se ha dicho mantenía en la más deplorable e inicua explotación al pueblo colombiano, se creó, pese a que las condiciones de represión no lo permitía, la Unión Patriótica. Una alianza de partidos y personalidades progresistas que deseaban terminar por la vía del voto, con una violencia que estaba desangrando profusamente profusamente el pías. Sabían estos valientes Quijotes de los riesgos que corrían con ese desafío a la barbarie imperante. Y sin embargo, se arriesgaron con el lamentable resultado de haber corrido con la misma suerte del M19, pues feron totalmente exterminados. Y todo esto, en medio de una feroz persecución de todo aquel que tuviera o fuera sospechoso de izquierdista o que de alguna manera pudiera significar una amenaza para la hegemonía política de los dos partidos tradicionales. El partido Liberal y el conservador.
Como se ve, una situación caracterizada por el terror del cual nadie podía sentirse a salvo, pues esas acciones en su mayoría indiscriminadas, cobraron la vida de no pocos desprevenidos, de gente que nada tenía que ver con la política, lo cual obligó a muchas a muchas de ellas a abandonar el país y fijar u residencia en el exterior. Temían que una bomba colocada en un sitio público por los factores del poder para criminalizar a sus adversarios, pudiera acabar con sus vidas. De manera que el terror en Colombia había llegado a tales extremos de brutalidad, que nadie se podía imaginar que ese nivel de violencia y crueldad podía ser superado por nadie, por muy degenerado y criminal que fuera. podía superar la tragedia en la que se encontraba sumida Colombia.
Pero se equivocaba el que así pensara, porque a la presidencia de ese país llegó un verdadero desalmado, un auténtico delincuente estrechamente ligado con el narcotráfico, que dejó muy atrás las hazañas criminales de sus antecesores. Como ya lo habrán podido adivinar, se trata del inefable Álvaro Uribe, una auténtica bestia, cuya engañosa figura de esquelético alfeñique, no permitía imaginar las horrendas atrocidades, que como sicario del Dpto de Estado, era capaz de cometer.
Lo primero que hizo tan pronto ocupó la presidencia de su país y con el pretexto de combatir la guerrilla, fue organizar un ejército paralelo -paramilitar- que además de encargarse de liquidar a sus opositores políticos con la excusa de de pertenecer al movimiento armado, fue perseguir a los campesinos para que abandonaran sus tierras. Estos vándalos, armados con motosierras, llegaban a los caseríos y, con sus mortíferos instrumentos, empezaban a descuartizar vivos a sus pobladores, los cuales después de ser mutilados, sus miembros eran echados al río para alimentar a los caimanes. Otras veces, hacían morder a sus víctimas por serpientes venenosas, víctimas que morían en medio de espantosos estertores y hemorragias nasales. Y así, esta lacra lombrosiana sembró de fosas comunes todo el territorio colombiano. Al punto de que en ese país sea muy difícil encontrar una zona o comarca en la que no se encuentre por lo menos una fosa común con los restos despedazados de decenas de personas inocentes..
Este es el hijo de puta que la oposición tiene por asesor. De allí que no es de extrañar que muertes como la de Robert Serra. Ni tampoco las que más recientemente se han producido a causa de las acciones terroristas llevadas a cabo por esa misma oposición. Y no deben sorprendernos, porque todas las matanzas ocurridas en nuestro país a partir del 11-A hasta hoy, donde se ha derramado abundante sangre de seres inocentes, no es sino el producto de las enseñanzas de ese psicópata que ha hecho del asesinato un exquisito modo de vida. Tanto es así, que necesita matar para sentirse bien consigo mismo.
Por todo lo anterior, renovamos una vez más, porque ya l hemos hecho en otras oportunidades, nuestra sugerencia de que se promulgue una ley antiterrorista. Una ley que establezca sanciones de 50 años de presidio o más, para los monstruos que se encuentren incursos en estos abominables delitos. Pero no sólo eso, sino que por tratarse delitos de lesa humanidad, sus autores deben ser recluidos en cárceles especiales muy lejos de los centros urbanos, cárceles como El Dorado, por ejemplo, y sometidos a un régimen carcelario rigurosamente severo. De no hacerlo es exponer a nuestro país a caer en una vorágine de violencia como la que hemos reseñado.