En el Día Internacional de los Derechos Humanos el mundo contempla cómo aún las violaciones de los derechos humanos se ejercen con pasmosa sevicia e impunidad.
Muchos son los análisis y reflexiones que sugieren la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada el 10 de diciembre de 1948, así como los demás Pactos e instrumentos de Naciones Unidas que se derivaron de ella.
Todos los años los países seleccionados deben rendir cuenta del desempeño en esta materia ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en un proceso y ejercicio que tienen el propósito de materializar las declaraciones de ideales que les son intrínsecos, y propiciar la cooperación para su desarrollo. A pesar de los avances logrados con la creación de este nuevo órgano, surgido por la extinción de la antigua Comisión, a fin de lograr análisis y tratamiento más equilibrados, aún contienden en su seno concepciones diametralmente diferentes sobre esta materia. Y algunos países, encabezados por los Estados Unidos, pretenden, sin fundamentos fácticos, erigirse en custodios soberanos de algo que violan consuetudinariamente. Y, para mayor descoco inconsecuente, no han ratificado su adhesión a la Convención Internacional de los Derechos de los niños y otros instrumentos fundamentales de derechos humanos.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos el mundo contempla cómo a pesar de lo avanzado en definiciones sobre el reconocimiento y respeto de los derechos aprobados universalmente y establecidos, aún las violaciones se ejercen con pasmosa sevicia e impunidad.
Las últimas revelaciones en el Congreso de EE.UU. sobre las torturas infligidas a prisioneros tras los sucesos del 11 de septiembre, son una muestra de que mucho está podrido en ese país. ¿Y qué se puede decir sobre las muertes extrajudiciales aprobadas en una instalación de la Casa Blanca o de la CIA, y ejecutadas por drones a miles de kilómetros en "cualquier oscuro rincón del planeta", con efectos colaterales en algunas o muchas otras personas inocentes?
Mucho se ha hablado y escrito de las dictaduras como fenómeno histórico en circunstancias dadas y bajo determinados condicionamientos de los regímenes políticos que son capaces de engendrar tal forma arbitraria y tiránica del ejercicio del poder.
Así, por ejemplo, Aristóteles, nacido en el año 384 antes de nuestra era -¡cómo ha pasado tiempo desde entonces!-, en su libro Política, abordó el análisis de los distintos regímenes políticos y , dentro de estos, en último lugar, la tiranía, caracterizada según él por el ejercicio del poder despóticamente y al arbitrio del monarca. Por cierto, ¡oh, perdurabilidad divina y milagrosa!, aunque escasos, aún quedan reyes y reinas en este mundo. Y han surgido, producto de un proceso de degeneración y corrupción política, nuevos poderes imperiales del seno de estados que en sus inicios fueron republicanos.
En resumen, retomando el tema sobre la tiranía, Aristóteles se refiere a la que más propiamente parece serlo, o sea, en la que el poder se ejerce de un modo irresponsable sobre todos, iguales o mejores, en vista de su propio interés y no de los súbditos. Por lo tanto, se ejerce contra la voluntad de estos. De ahí que los ciudadanos de condición libre no soporten de grado un poder de esta naturaleza.
Se trata, pues de un problema antiquísimo que por su evolución histórica cabe considerar como un paleoproblema, y que en los siglos más recientes ha tenido ejemplos terribles por su naturaleza cruel y sangrienta, aunque se puede hablar también de tiranías o dictaduras opresoras que se han disfrazado con ropajes de cordero. Pero han sido tan silenciosamente mortíferas como las más escandalosamente violentas. Por sus cosechas de muertes físicas y espirituales se pueden reconocer.
En la Cuba neocolonial el pueblo sufrió matices de estas formas de gobiernos desconocedores de la voluntad y de los legítimos intereses populares, y violadores de los derechos humanos, aunque los casos más renombrados fueron las dictaduras de Gerardo Machado y de Fulgencio Batista. Ambas fueron derribadas por el pueblo cubano, un pueblo heroico y rebelde cuya resistencia frente a los poderes opresores, no importa lo que haya costado su anhelo libertario, se sustenta en una larga trayectoria de lucha por su independencia, autodeterminación y supervivencia.
En la época del triunfo de la Revolución quedaban, entre las dictaduras más renombradas, la de Trujillo en Santo Domingo, la de Somoza en Nicaragua y la de Strossner en Paraguay. Pero antes se habían sucedido otras en América Latina y luego renacieron con fuerza otras en todo el continente, y todas se caracterizaban por un sello distintivo: eran prohijadas y predilectas de los gobiernos de los Estados Unidos, ¡tenía que ser!, y eran enemigas acérrimas del gobierno revolucionario cubano, ¡también tenía que ser!, y todas eran amigas una de las otras y colaboraban entre sí, ¡también tenía que ser! Fue así que tales dictaduras se coligaron para cometer barbaries y violaciones masivas de los derechos humanos que aún permanecen en la impunidad, para desplegar la tristemente llamada Operación Cóndor o red internacional del terrorismo de Estado. La cosecha de muertes de un confín a otro, con énfasis especial en los desaparecidos, aún es un dato impreciso. Pero así como surgieron, en un enfrentamiento de guerra a muerte con sus respectivos pueblos, dichas dictaduras fueron cayendo al paso de los años, aunque mal les pesara a su aliado mayor: el gobierno norteamericano.
También en otras partes del mundo surgieron tales tiranías, las mayorías de derecha, pero también las hubo, ¡vaya aberración!, de izquierda.
Pero existen muchos otros regímenes violadores de los derechos humanos, los silenciados o silenciosos, los innombrables por la gran prensa de occidente. Digamos, por ejemplo, la dictadura del dinero, esa que generalmente ha estado amparada o ha formado parte de modo directo de los gobiernos de la llamada y tan cacareada democracia representativa. Porque a fin de cuentas lo prevaleciente en la realidad, en la mayor parte de los casos, es una plutocracia que se viste con distintos ropajes de tipos de gobiernos según quienes ocupen los cargos de mandatarios. Esta es una dictadura que provoca sufrimientos infinitos y mata en forma despiadada a millones de seres humanos en este mundo partiendo de una lógica cierta que se refleja en esta cita recogida por Saramago:
"Y yo pregunto a los economistas, y a los moralistas, el número de individuos que es forzoso condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmovilización, a la orfandad, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico."
Esta pregunta puede incluir a cuantos seres humanos se matan física y espiritualmente. Por tanto, existe la dictadura de la insalubridad que es responsable de muertes evitables y con ello se atenta al derecho humano a la vida.
Existe la dictadura del hambre extrema o no, que también matan, y pueden ir lentamente matando en vida, e ir debilitando el cuerpo hasta sucumbir tempranamente. En tales casos la esperanza de vida de cada ser humano queda reducida en un número significativo de años.
Existe la dictadura del analfabetismo, de la falta de enseñanza, de cultura y ciencia, que atenta contra el derecho humano a la libertad plena y, por lo tanto, de poder orientarse, descubrir, conocer y vivir el mundo compartido que nos ha tocado en cada época histórica.
Existe la desigualdad apabullante, a pesar del derecho humano tan reconocido de la igualdad, que considera como normal la existencia del pordiosero y del magnate poseedor de mil millones de dólares, es un decir y las cantidades pueden variar, que pasa en su automóvil de último modelo por la misma avenida dónde el pordiosero siente en su estómago los aguijones del hambre y por eso anda mendingando.
Esta es la verdad que no sólo lo es, sino que también es necesario que se vea y sea reconocida, a pesar de tantas brumas, nebulosas y oscuridades desperdigadas a los cuatro vientos por esa gran dictadura mediática de la prensa occidental.