Maestro, periodista y guerrillero, Fabricio Ojeda representa uno de los mayores iconos de la lucha revolucionaria venezolana. Su asesinato (presentado como suicidio por el gobierno de AD) en los calabozos del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA) el 21 de junio de 1966, evidencia el desprecio a la vida y a la pluralidad democrática que caracterizó a quienes ejercían el poder entonces. Presidente de la Junta Patriótica, ente integrador, por encima de intereses particulares e ideológicos, de las diversas fuerzas opositoras al régimen del General Marcos Pérez Jiménez, y electo Diputado al Congreso Nacional, representando a la Unión Republicana Democrática (URD); decide emprender la lucha guerrillera, siendo uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), constituidas formalmente el 1º de enero de 1963 (al agruparse el “Frente José Leonardo Chirinos” –con Douglas Bravo y Elías Manuitt Camero–, el “Movimiento 2 de Junio” –con el Comandante Manuel Ponte Rodríguez y el Capitán Pedro Medina Silva–, la “Unión Cívico Militar” –con el Teniente Coronel Juan de Dios Moncada Vidal y el Comandante Manuel Azuaje–, el “Movimiento 4 de Mayo” –con el Capitán Jesús Teodoro Molina y el Comandante Pedro Vargas Castellón– y el “Comando Nacional de Guerrilla”). En las guerrillas alcanza el grado de Comandante y preside el Frente de Liberación Nacional (FLN) en el “distrito Argimiro Gabaldón”. Como justificación, escribe en su carta de renuncia al Congreso del 30 de junio de 1962: “Nuestra decisión de incorporarnos a los estudiantes, obreros y campesinos que hacen la guerra de guerrillas en Falcón, Portuguesa, Mérida, Zulia, Yaracuy, obligados por la brutal represión del gobierno que amenaza con la muerte, la tortura y la cárcel a quienes se oponen a sus designios, obedece a la firme convicción de que la política de las camarillas que ejercen hoy el Poder no muestran ningún ánimo para dar soluciones a la crisis política venezolana a través del dialogo y la senda electoral”. Dejaba a un lado la vida de comodidades y de complicidades que le brindaba ser uno de los personajes de relevancia política del país para asumir la azarosa vida del guerrillero. Algo que pocos harían en la vida, a excepción del Che Guevara y otros de no menor importancia.
Estaba en plena vigencia el Pacto de Punto Fijo, suscrito inicialmente en Nueva York el 20 de enero de 1958 (en presencia de Maurice Bergbaum, Jefe de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado de los Estados Unidos) por Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (COPEI) y Jóvito Villalba (URD), mediante el cual estos tres partidos sellaban su solidaridad frente a la dictadura, pero excluyendo, de paso, al Partido Comunista de Venezuela que también la combatiera activamente; este pacto fue reafirmado el 31 de octubre de 1958 en la residencia de Rafael Caldera (llamada Punto Fijo), comprometiéndose todos a respetar el resultado electoral y a establecer un gobierno de unidad nacional. Con tales antecedentes, se implanta en Venezuela un sistema en el que las mayorías populares son sometidas sistemáticamente a condiciones de dependencia, pobreza y represión, siendo usurpados sus derechos democráticos, en connivencia con el imperialismo yanqui, quien les ayudaría solícitamente a perfeccionar los métodos represivos y de desaparición de dirigentes populares considerados inconvenientes o, simplemente, enemigos del sistema democrático. En este marco, Fabricio Ojeda es cuando presenta su renuncia a la curul ocupada en el Congreso. “Estoy consciente –expresa- de lo que esta decisión implica, de los riesgos, peligros y sacrificios que ella conlleva; pero no otro puede ser el camino de un revolucionario verdadero. (…) Si muero no importa, otros vendrán detrás que recogerán nuestro fusil y nuestra bandera para continuar con dignidad lo que es ideal y saber de nuestro pueblo. ¡Abajo las cadenas! ¡Muera la opresión! ¡Por la Patria y por el Pueblo! ¡Viva la Revolución!”.
Fabricio Ojeda no eludió nunca su responsabilidad combatiente. Para él, revolucionario comprometido, “Cada combatiente de la Guerra del Pueblo debe estar imbuido de esta idea: sólo la lucha diaria, constante y sistemática en todos los terrenos, podrá conducir a la victoria." Su vida constituye parte de una lección por aprender para quienes luchan por hacer la revolución en Venezuela y en cualquier otro país del mundo, sin pretender mayor reconocimiento que el del deber histórico cumplido.-