Cristina de la Patria Grande

Han intentado marchitar la flor en primavera. No quieren montes de flores silvestres, ni pétalos de colores abrazando la esperanza.  No quieren raíces de encinos, ni sombras de flores de fuego. Han intentado silenciar los retumbos del mar despierto, hermoso, siempre en rebeldía.  Han intentado aprisionar la libertad del viento, consecuente con su albedrío.

Intentaron cercar la vereda, el único camino. Intentaron minar la ladera para que ninguna nube se pose ahí con sus encantos. Para que ningún atardecer embellezca la utopía. Intentaron silenciar el trino de las aves, para que la luz de un nuevo día no traiga el júbilo de la ilusión. Porque el canto es el alma celebrando la vida.

Intentaron domar a la yegua salvaje, pero es montaraz, completamente indómita.
 
Intentaron borrar la sonrisa de la infancia, porque les es más útil un adulto herido que un adulto amando. Porque saben que el amor es un sentimiento imposible de destruir, vuelve invencible a quien ama y; el pueblo es capaz de amar cuando en sus montes florecen los pétalos silvestres y en las laderas se posan las nubes recitando poesía al atardecer.

También ama cuando hay hambre y cuando las tormentas sacuden las ramas de las flores de fuego, porque saben que amanecerá y volverá el trino de las aves y el pan a estar sobre la mesa. Entonces ese pueblo que ama a la flor en primavera defiende con su lealtad la vereda y la raíz de los encinos. La libertad del viento y la rebeldía del mar. Los pétalos silvestres y el trino de las aves. Y se funde en una sola caricia con la brisa del rocío de primavera, de la flor que no pudieron marchitar, la que siempre llenará de alborozo los montes.

Quisieron silenciar al corazón de América Latina, al amor de la Patria Grande, porque es salvaje, montaraz e indómita, porque es yegua de plan y ladera… Porque es amada por el trino de las aves, por las veredas, por los pétalos de las flores de fuego, por la raíz de los encinos, por la rebeldía del mar, por el albedrío del viento, por la infancia y por el pueblo en resistencia que no tiene fronteras.

Pero jamás en la historia se logró silenciar la rebeldía de las flores silvestres que brotan en lugares inusitados, en tiempos inesperados y que pueblan con sus semillas la tierra más inhóspita para que el desierto más árido se llene de fiesta con sus colores. Ese corazón hermoso, que dejó de ser argentino para pertenecerle a los zacatales de la Patria Grande y hacer florecer sus páramos. 



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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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