La fuerza de la destructividad y el orden social

Otra vez las páginas de sucesos y las redes de internet se hacen eco de la atrocidad perpetrada a una niña de 5 años por un adolescente de 14 años de edad, cuya detención y traslado por efectivos policiales venezolanos se ha hecho ver desproporcionada y efectista. Ante tal hecho, cierto número de personas volverá a cuestionar el contenido de los medios de comunicación, la publicidad consumista, los reality shows, el acceso libre a internet y la predilección juvenil por los vídeojuegos; luego alguien arrastrará dicho cuestionamiento al tipo de educación impartido en nuestro país; otro a la inefectividad y, quizás, a la permisividad de la Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna); alguien apuntará a los abusos de los centros de reclusión de menores y, al final, otro determinará que todo se debe a la falta de valores éticos y morales en las familias, no dándose cuenta que es el sistema bajo el cual nacemos, vivimos, nos reproducimos y morimos el que nos aliena y nos convierte en algo peor que las bestias salvajes.

Erich Fromm aseguró que "cuanto más se frustra el impulso hacia la vida, más fuerte es el impulso hacia la destrucción; cuanto más se realiza la vida, menor es la fuerza de la destructividad. La destructividad es el resultado de la vida no vivida". Esto podría resumir la causa real de la ola de violencia, sadismo e intolerancia que cada cierto tiempo se hace sentir en muchos países, sin incluir aquellos que son sacudidos por efectos de la guerra, repitiéndose un ciclo sin fin. Muchos aducirán causas distintas, algunas sin mucha base científica u objetiva, atribuyéndolas al carácter particular de los culpables de la misma. Habrá otros que señalarán las condiciones socio-económicas en que éstos nacieron y crecieron, acertando en gran medida. Sobre esto último, vale recordar lo dicho por Jean Jacques Rousseau respecto a que "el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad quien lo corrompe", lo cual nos llevará a un cuestionamiento general de la sociedad y, gracias a éste, a proponernos su reforma o sustitución plena, si quisiéramos resolver a profundidad los graves problemas que nos aquejan.

Si sumamos a este análisis, el avance de las nuevas derechas en diversidad de naciones y el odio a un otro que siempre amenaza la zona de confort de quienes lo profesan (traducido en racismo, homofobia, misoginia y xenofobia), pudiéramos completar el cuadro de elementos que están fracturando el modelo de civilización hasta ahora conocido, el cual no por esto es garantía de estabilidad y de perfección, como personas interesadas nos quieren hacer creer y defender. Se puede catalogar la exclusión que se deriva de esta realidad como un castigo inevitable. En aseveración del sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Zygmunt Bauman, "la sociedad individualizada está marcada por la dilapidación de los vínculos sociales, el cimiento mismo de la acción solidaria. También destaca por su resistencia a una solidaridad que podría hacer duraderos (y fiables) esos vínculos sociales". Esto se ha acendrado más con la vigencia del capitalismo neoliberal, cuya filosofía descansa en el individualismo y la ambición sin moral, haciendo de la solidaridad y de la empatía un asunto opcional y, hasta, irrelevante.

Por otra parte, se observa que la fuerza de la destructividad es un rasgo destacado de los grupos de la derecha extrema o radical, tal como se vió durante el asalto al Capitolio en Estados Unidos o las güarimbas en Caracas y otras ciudades de Venezuela, cuando se supone que éstos representan lo mejor de todo el porcentaje de la población. Aunque pudiera reprocharse que esto no tiene nada que ver con los sucesos aberrantes y sangrientos ocurridos, no puede dejarse de lado, ya que es una manifestación del cuadro sicológico y sociológico en general que nos afecta a todos, en un grado mayor o menor, por lo que no es aceptable que se vea como producto únicamente de la pobreza económica de quienes los llevan a cabo. Hay que verlos de una forma integral y no de un modo aislado, merecedores del mayor castigo posible; permitiéndonos la determinación de sus causas y la búsqueda de soluciones realmente efectivas.



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Homar Garcés


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