Enemigo mortal de la Revolución es la avaricia.
Los ambiciosos trafican con el cargo y la política. Son políticos a la usanza del sistema. No son revolucionarios. Son contrarrevolucionarios.
Estos profanadores de la sagrada herencia del Che son especialistas en lucir atuendos con íconos izquierdistas. Pero su objetivo en la política es hacer plata. En el fondo son resentidos sociales, traidores de la clase y acomplejados. Necesitan ser ganaderos para sentirse patriotas. Porque su estereotipo de venezolano exitoso es un pelo de guama, muchas hectáreas, vacas paridas y peones serviles. Otros más citadinos, prefieren ser contratistas, empresarios, accionistas en una firma publicitaria, dueños de medios. No importa si lo hace a través de testaferros. Da igual.
Ambos prototipos tienen en común el gusto por los automóviles lujosos y el güisqui. Los más coquetos también se ufanan de portar relojes y trajes de marca. Para eso somos una Revolución con mucho petrodólar.
Cuando se sienten hastiados de la tensa rutina a que nos tiene sometidos Chávez, con tantas transformaciones sorpresivas y tantos actos revolucionarios, invierten unos milloncitos en un spá cinco estrellas. Ah, que bien se vive como burgués con la plata del pueblo.
Enemigo mortal de la Revolución es la mediocridad.
Estos ciudadanos notables suelen poseer una cultura general lastimosa. Difícilmente se han leído un libro entero en sus vidas. Por eso contratan unos especimenes llamados asesores, que son especie de lazarillos orientando al rinoceronte sobre cómo hablar en público o escribiéndole sus artículos para la prensa. Si las computadoras hablaran. Los asesores con el tiempo se hacen imprescindibles y hasta llegan a ocupar los cargos de sus anteriores jefes. Pero ni los pseudorevolucionarios ni sus lazarillos se interesan en resolver los graves y profundos problemas de la sociedad. No aportan una idea o un proyecto, menos un esfuerzo, a construir el socialismo. A ambos les interesa la “imagen”, esa cosa terrible del mercado que ha sustituido de manera grotesca a la persona.
Enemigo mortal de la Revolución es la impunidad.
Pero estos personajes se pasean enseñoreados por allí. Controlan la “maquinaria” y tienen gente que los adula. Son su sangre, la savia que los ayuda a sobrevivir su infierno íntimo de inferioridad. Sin esos reconocimientos y lisonjas nada tendría sentido. Necesitan saberse con el poder de mandar a otros. Incluso, en algunos momentos de arranques filantrópicos, se dan el lujo de ayudar a los pobres; claro está, con la plata del Gobierno, algo que haya sobrado. Porque lo que han amasado vilmente no lo compartirán ni en el reino de los cielos. No temen a la justicia, porque la saben genuflexa.
Estos elementos destruyen el sistema de defensa de la Revolución. Son nuestros peores enemigos. Contra ellos hay que crear una fortaleza ideológica como la Muralla China. Si se sigue dejando hacer dejando pasar, como reza el dogma liberal, llegarán a tener el control total de la sociedad naciente y destrozarán la fe del pueblo. Luego vendría la anarquía.
Hace un año Fidel alertó en la Universidad de La Habana sobre los riesgos de la corrupción y la pérdida de valores, y dijo que eran más peligrosos para la Revolución que el propio imperialismo. Aprendamos de su sabiduría.
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