Super académico ha sido el debate generado por el “título” que el rector de la Universidad de los Andes, Lester Rodríguez, le largó al “ex bachiller” Nixon Moreno. Resulta interesante la polémica entre las orlas de la recordada Blanca Ibáñez, a la sazón abogada de la República, y las del ex bachiller Moreno, a su razón “politólogo” por la gracia de Lester.
Ambos, curiosamente, son o fueron prófugos de la justicia, aunque Moreno prefirió el amparo divino pero “non sancto” de la Nunciatura, mientras la Ibáñez se refugió en el mundo de Disney, desde donde vio todo prescribir, gracias a la indiferencia o voluntario descuido de la doctora Sosa.
La graduación de la Ibáñez fue mundana y profana, como le gustaba a su padrino de promoción, el entonces Presidente de la República, Jaime Lusinchi, quien en una de sus memorables batallas le espetó a un sorprendido periodista: “Tú a mí no me jodes”, mientras hacía espirales en el aire con el índice y la jeta.
El “grado” de Moreno fue divino y casi sagrado (lo de “casi” es por el mal recuerdo de una joven mujer policía). A falta de un Presidente que lo dignificara, lo elevó a los cielos la presencia de un arzobispo, su excelencia monseñor Porras, quien dejó su diócesis para venir apresurado a darle la comunión a la inocente paloma que se “graduaba” aquel mediodía ante el estupor de su propia toga y su ruborizado birrete.
Se desconocen los secretos de Moreno, pero deben ser muchos para movilizar a todo un consejo universitario y a la jerarquía eclesiástica de la bella ciudad de las cinco águilas blancas, las mismas que conmovieran la pluma de Tulio Febres Cordero.
Los secretos de la doctora Blanca ella misma se encargó de decir dónde están: en un baúl en el que guarda documentos y sobre todo fotografías, muchas fotografías, con obispos, arzobispos, curas, almirantes, generales, magistrados, empresarios, rectores, editores, palangristas y dueños de medios con la mano extendida hacia algún cheque que a la doña le divertía entregar personalmente. O como decía ella, con un divino mohín en su sensual y excitante inglés cucuteño: person to person.
Se ha difamado que Blanquita, como le decía su Jaime, se graduó sin asistir a clases. Esta conseja sólo busca presentar al Nixon como un aplicado scholar, suerte de semanero modelo del Consejo Universitario de la ULA. En todo caso, ambos se emparejan en eso de adquirir los conocimientos por una especie de ósmosis, lo que rompe toda la teoría pedagógica conocida y por conocerse.
Blanca, dicen los prelados que ayer recibían “donativos” de sus mundanas manos, se graduó en pecado, sin la bendición del altísimo. En cambio, Nixon se “recibió” en olor de santidad, casi levitando cuando la blanca oblea le purificó el guargüero. En su descargo, todos los compañeros de promoción de la doctorísima Blanca dicen que la víspera del acto, un obispo se coleó en Miraflores y se disparó tremenda misa, con hostia y todo.
Nadie sabe quién fue el padrino del Nixon. A la promoción de la doña la apadrinó nada menos que el mismísimo Presidente de la República. Eso significa que la de Moreno fue una promoción huérfana, expósita, bastarda, a pesar de las bendiciones del monseñor citado supra. ¿Por qué nadie se atrevería, ni siquiera Lester, a apadrinar al Nixon?
La Ibáñez se graduó en grupo; Moreno lo hizo como el Llanero Solitario y sin Toro, aunque el rector le envió tres autobuses con unos 120 celebradores y sus respectivos viáticos. De todas formas, ambas graduaciones fueron en su momento un punto de inflexión en la historia de la universidad venezolana. En esa historia, el rector Lester Rodríguez tiene un puesto relevante que ningún universitario envidiará.
P.S: La falta de escrúpulos de Nixon y Blanca, sin embargo, ha sido empañada por la miseria humana de Marta Colomina, quien tildó de desquiciada a la madre de Ingrid Betancourt por luchar a brazo partido por la libertad de su hija. La Colomina es un monstruo lustrado.