Enero borró los grises de diciembre y dibujó de arco iris el amanecer de 2008. La Operación Emmanuel, abortada entre gallos y cachacos la víspera de año nuevo, sembró de amargor la noche vieja. Allá en la selva, Guaviare adentro, se derrumbó toda esperanza y extinguió el último haz de luz. En las ciudades, llámense Caracas o Bogotá, varias familias se quedaron mirando a un presidente que desgajaba las doce uvas del tiempo como quien rompe pactos de vida.
Los buenos augurios se fraguaron lejos, en Lima y Formosa, sur abajo. En canchas de voleibol de Argentina y Perú renacieron las sonrisas apagadas a final de 2007. En un mismo día, la Televisora Venezolana Social (Tves) nos regateó tiempo para reponernos de la sorpresa y la alegría. Dos hitos históricos son demasiado en menos de 24 horas, entre saques, mates y situaciones de vidrio.
A primera hora, la selección masculina de voleibol enfrentó a sus pares de Argentina, un trabuco de equipo que nos había impedido asistir a las últimas cuatro olimpiadas. Los gauchos no creían que las cosas hubieran cambiado mucho durante la revolución bolivariana. Por eso, cuando el árbitro pitó el final del partido, se debatían entre la incredulidad y el dolor. Desconcertados, lloraban en el piso. Los vencedores tampoco se lo creían, pero desde un sentimiento de felicidad.
Pocas horas después, las muchachas criollas de la misma disciplina, enfrentarían a la selección del Perú, una de las mejores del mundo. Al igual que sus compatriotas masculinos, no tenían vida en los papeles. Pero los papeles y credenciales no valieron en la cancha. Las chicas venezolanas se alzaron con el triunfo preolímpico y se ganaron un cupo para Beijing 2008. Un arco iris de sonrisas cruzaba por enero en la trayectoria de un balón.
Tves, el canal jamaqueado en el mismo arranque del nuevo año, con la transmisión casi consecutiva de dos victorias históricas deportivas, se anotaba un doble triunfo preolímpico: ¡Tremenda promoción para los juegos de Beijing 2008 que nos traerá su pantalla! No hay duda, para esta planta como para el socialismo chino en los poemas de Mao Tse Tung, el sol sale por el Este.
Venezuela estaba a las puertas de otro triunfo, pero éste, en lugar de deportivo, sería en el terreno humanitario. La Operación Emmanuel, que muchos creían enterrada en un orfelinato de Bogotá, se reactivaba en el inhóspito corazón de la selva. Detrás del niño, vendrían su madre, Clara Rojas, y la ex congresista Consuelo González.
Un triunfo de Venezuela porque para lograr los objetivos, hubo que luchar duro, superar trampas, obstáculos, intereses y mala fe. La guerra es un gran negocio en el que todos quieren participar y nadie quiere terminar, como dijera un zar de la DEA. El Plan Colombia significa muchos millones de dólares por lo que, una o dos vidas, o la libertad, importan poco. Son apenas costos inevitables. O en el lenguaje técnico-bélico gringo, “daños colaterales”.
Un triunfo de Venezuela, pero también de Colombia, de las liberadas, de la senadora Piedad Córdoba, del presidente Chávez, de los países que participaron en la operación (Cuba, Argentina, Ecuador, Bolivia, Francia), de los familiares de los prisioneros y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Del Guaviare a Beijing hay una distancia inmensa, pero Venezuela la cubrió con dos hazañas olímpicas y el rescate para la vida de dos mujeres colombianas. Al entregarlas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia envían también una buena señal, un ramo de olivo entre los fusiles, un “time” a la guerra y un chance a la paz, como cantara con los Beatles nuestra generación.
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