Muy respetados analistas consideran que el actual Congreso colombiano no tiene autoridad moral para adelantar una reforma constitucional que blinde la política colombiana de las influencias que actualmente la dominan, a tal punto que Mancuso, el más popular de los comandantes paramilitares se declaró recientemente sorprendido de la abundante cosecha parlamentaria.
Resulta evidente que difícilmente puedan unos congresistas, afluentes políticos de los procesados y muchos de los cuales, inclusive, pueden llegar a hacerles compañía en el futuro inmediato en los estrados judiciales, adelantar una reforma que implique, primero, la certeza de que los responsables paguen por sus delitos y, segundo, que no puedan volver, ni personal ni por interpuesta persona, a participar o influir en la vida política del país. Es decir, en mi entierro, yo hasta pongo el cadáver, pero que además corra con el costo de los servicios funerarios, tampoco.
Recién iniciado el debate de la parapolítica algo dije al respecto en alguna de mis columnas, pues, desde entonces consideraba que si por la puerta de atrás salía un parlamentario con destino a los estrados judiciales y por delante se llamaba a su suplente, pues, nada se hacía porque quien lo reemplazara llegaba aupado en el mismo fraude electoral.
Me sorprende ahora que esos mismos analistas que descalifican al Congreso propongan que, quien debe liderar el proceso de la reforma política sea el presidente Uribe; como si el Presidente estuviera al margen de todo este aquelarre. En cierta forma, quieren, esos que tal liderazgo defienden, “entregarle las llaves al ladrón”. También lo he dicho en reiteradas ocasiones (y me complace ahora que tal tesis vaya abriéndose paso), que el presidente Uribe no podría, bajo ningún pretexto honrado y razonable, alegar ignorancia o inocencia en todo este proceso de combinación de formas de lucha posibles, incluyendo la de las armas, que lo llevó al poder en el 2002 y lo sostuvo en el 2006 mediante una reelección impulsada a punta de cohechos.
Muchos de nosotros nos esforzamos, con natural lógica, en evitar las catástrofes, incluyendo las naturales. Por eso nos hemos inventados los pararrayos para protegernos del bombardeo de arriba; y si pudiéramos le pondríamos tapas herméticas a los volcanes y diques indesbordables a los ríos y los mares .
Lo mismo ocurre con nuestras acciones humanas. Cuando las cosas salen mal no pensamos primero en hacerlas mejor sino en taparlas. Como el gato con sus heces. Sobre el particular, el pocker tiene un solución salomónica cuando para destramar la mano todos los jugadores se ponen de acuerdo en que lo mejor es “barajar y volver a repartir”.
La solución de la problemática colombiana no tiene otra salida que la catarsis. Y esta no se alcanza si, primero, se evita la crisis con paños de agua tibia como esa que proponen de un gran acuerdo nacional pegado con babas, y, segundo, si no pasamos por una refundación de la República que implique una constituyente y una nueva elección de todos los órganos de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial que nos devuelva la autonomía de las ramas del poder público que merced a la corrupción y la reelección ha venido cooptando el presidente Uribe en todos los órganos del Estado, incluyendo el monetario, con el Banco de la República y el judicial con la Corte Constitucional y la Fiscalía, escapándosele de momento la Corte Suprema de Justicia, y de ahí sus embates contra ella porque, al parecer su urgencia es tal, que no puede esperar a diciembre cuando podrá imponer a obsecuentes magistrados salidos de sus axilas.
Que el presidente Uribe pueda fungir como líder natural de esos profundos cambios que requiere el país, es como si a los católicos se les apareciera algún día el diablo haciendo hostias, lo cual hasta podría ocurrir, dadas las insondables argucias del patas, pero que además el Santo Padre le sirviera de acólito, sería la tapa.
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