Esa forma coloquial de despedirse de un difunto –chao, muerto- dio título a un libro de cuentos de Manuel Trujillo, destacado narrador y periodista venezolano que militó en el grupo literario Contrapunto. Hoy lo tomo en préstamo para registrar la clausura de la exposición de cadáveres insepultos que, bajo el nombre de “Bodies”, mercantiliza la muerte y explota la morbosidad.
Algunos escuálidos irrescatables han dicho que se trata de una exposición “científica”, lo que evidencia un involuntario sentido del humor, como un hipo con método, o una rigurosa ignorancia de ultratumba. Si la muestra la hubiera traído el ministerio para la Ciencia y la Tecnología, ya andarían diciendo que estamos frente a un régimen macabro y dantesco (sic) que busca inocular el miedo a las señoras de Altamira o las niñas dominicales del Sambil, no ve.
Desde lo estrictamente legal, la empresa juntacadáveres –con el perdón de Onetti- incurrió en ilícitos aduanales y tributarios. Declaró que los “bodies” eran de plástico y se demostró que son de seres humanos. No informa de quiénes son y de dónde sacaron esos cadáveres. Y la corporación que monta el evento espeluznante, no tiene los libros de sus cuentas ni nada.
Al caerse por ridícula la naturaleza “científica” de la muestra comercial, de inmediato se inventaron que se trataba de “obras artísticas”, una argucia sin duda mucho más tragicómica. Algún extraviado oposicionista llegó a comparar esta cosa con la exposición que, por los años 60, se montó en ProVenezuela bajo el título de “Homenaje a la necrofilia”.
“Bodies” es un espectáculo de cuerpos disecados con un fin comercial e ideológico: se cobra por entrar y se banaliza y cosifica la muerte. Bien podría titularse: “Dé plusvalía después de la vida”. El uso de uranio empobrecido y fósforo blanco tiene hoy en Irak y Afganistán, y podría tener mañana en tu propio país, un fin “científico” o “artístico” y, además, puedes obtener ganancia de ello. Después de los bombardeos, los cadáveres quedan como los relojes amelcochados de Dalí. “Puro y vivo surrealismo”, dirían los sublimados teóricos del IESA y la UCAB.
El “Homenaje a la necrofilia” fue un radical acto de protesta. Lo montó el grupo Techo de la Ballena contra el “disparen primero y averigüen después” de Rómulo Betancourt. La represión no era entonces la actual histeria mediática de Globovisión y los niños “manos blancas”, sino la muerte cierta que ensangrentaba los liceos, universidades y calles de Venezuela.
En el Techo de la Ballena militaban intelectuales y artistas que se comprometieron con su tiempo y enfrentaron la violencia oficial que se enseñoreó sobre América Latina. La exposición la monta el escritor y pintor Carlos Contramaestre, el catálogo lo escribe Adriano González León, mientras Caupolicán Ovalles sale al exilio por escribir el poema “¿Duerme usted señor Presidente?” Vamos, más que ofensa, toda comparación es un disparate.
Carlos Contramaestre declaró por aquellos días de creación y pelea: “Ante la muerte, que se multiplica por las calles, hago una exposición que se llamó Homenaje a la necrofilia, donde camuflada con ornamentos eróticos aparece la muerte, la muerte como acusación política”. No hay eufemismos ni rodeos: se trataba de una acusación política; jamás de una exposición parar cobrar entrada a quienes desean ver unas tetas muertas o un miembro inerte disecados con polímeros; sexos ranciamente difuntos sometidos a la humillación post mortem de la industria petroquímica.
Aquellos años 60 los registra la historia como la década violenta. Pronto aparecería en América Latina la figura de los desaparecidos, con el secuestro y asesinato del profesor Alberto Lovera. Tiempos duros aquellos, de sueños, represión y poesía en las calles. Nada que ver con estos “bodies” de ahora, en los que una burguesía decadente y sus alienantes medios pretenden disecar el futuro del país en unos ovarios de óvulos momificados. Con el poeta Manuel Trujillo, ahora que han sido echados estos empresarios de la anti-vida, sólo queda decirles: chao, muertos.
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