Creo que fue el viejo Marx quien en una carta a Engels le dijo algo así como:
—Hoy te escribiré largo porque no tengo tiempo para escribirte corto.
Tampoco dispongo yo del suficiente, ni creo que lo haya, para condensar en menos de 7 mil 500 caracteres las reacciones a la columna Contra la corriente de la semana pasada, titulada “Clase media, impunidad y pena máxima”, donde me refiero a la sentencia dictada por un tribunal de Maracay contra tres ex comisarios y policías por muertes y lesiones ocurridas el 11 de abril de 2002..
Tenía la intención de abordar en esta entrega la Cumbre de las Américas, verdadero plot point en la película de las relaciones EEUU-América Latina, y el trato sorpresivamente cordial entre los presidentes Obama y Chávez, delicia de los fotógrafos y toronja de republicanos y antichavistas durante la última semana. Pero, ni modo. Queda pendiente. La responsabilidad obliga. Sobre todo cuando hay alguna inexactitud que corregir.
Cézare, no Benedetti
Lo primero: la rectificación. El “Poema a la clase media”, que desde hace un tiempo circula bajo la firma de Mario Benedetti, y con el cual encabecé mi última columna anterior, proviene en realidad de la pluma de Daniel Cézare. Los versos fueron escritos a propósito del paro o lock out de los productores de soya en Argentina, en 2008. La equivocación, que aquí repetí, es muy común en Internet. El propio autor ha enviado aclaratorias a diversas páginas que reproducen su verso. “Solito corrijan el error”, pide Cézare.
Gracias al lector Domingo Medina por aclarárnoslo. Vale.
Fuego cruzado
Además de la aclaratoria ya saldada, las reacciones al texto brotaron, como era previsible, en ambas aceras del espectro político venezolano.
Defender la pertinencia histórica de la sentencia de Maracay me enfrenta a buena parte de las élites del país —y sus seguidores de a pie—, alineadas con la postura absolutoria de las conductas del antichavismo en 2002. Llevamos siete años en eso. Una cabuya de la que guardo varios carretes.
Debatir la cuantía de la pena a los policías, y recordar el paradójico antecedente de la amnistía decretada el último día del 2007, me hace objeto de previsibles incomprensiones, que respeto, pero también blanco de policías virtuales con ínfulas intelectuales que viven persiguiendo el uso de las neuronas como indicio de blandenguería o traición potencial. Más pabilo, pero de otro tono.
Del lado del antichavismo, destaca la comunicación del abogado José Luis Tamayo, defensor de los tres comisarios y policías condenados por el tribunal de Maracay, quien en cinco páginas insiste en la inocencia de sus defendidos.
A Tamayo lo conozco porque fue abogado de Ramón Escovar León cuando éste intentó enjuiciarme por una de estas mismas columnas, allá por 2004.
Luego Tamayo estuvo como invitado en el programa “Mediodías en confianza”, en agosto de 2008, cuando moderé un debate entre él y su colega Antonio Molina, abogado de la Asociación de Víctimas del Golpe de Estado, precisamente sobre el caso de los policías. Ahí reconoció, por cierto, que los llamados “pistoleros de Puente Llaguno” no mataron ni hirieron a nadie (http://www.radiomundial.com.ve/yvke/noticia.php?9420).
En su carta, el abogado insiste en la inocencia de sus defendidos y, aunque acepta que hubo un golpe de Estado en 2002, rechaza el criterio, sostenido por mí, de que la PM actuó como vanguardia armada de una de las dos manifestaciones del 11 de abril. Según él, la PM hizo “todo cuanto pudo” para separar ambos grupos humanos. También niega que los fusiles M-16 y ametralladoras HK, de 800 tiros por minuto, comprueben una “desproporción total”, como yo afirmo, frente a las armas cortas que poseía una minoría de los concentrados en Llaguno, y que él estima en 38 personas. Además, descalifica el documental Puente Llaguno, claves de una masacre, de Ángel Palacios, como prueba de lo sucedido en el centro de Caracas aquella tarde, valorado por mí, en cambio, como una pieza esclarecedora.
Tal como lo dijo en el programa aludido, Tamayo asegura que en el juicio no se presentaron pruebas de culpabilidad que comprometieran a los condenados y, en cambio, dice tenerlas de todo cuanto afirma y las coloca a disposición de quien suscribe. Bienvenidas sean.
Finaliza diciendo que sus defendidos no aspiran clemencia, sino “una sentencia que se ajuste a las pruebas practicadas en el juicio”.
Lamentablemente, el espacio aquí disponible es muy corto para recoger el texto íntegro de su carta. Por mí, lo publicaría en páginas centrales, al lado de la versión de su contraparte en el juicio, ambos en igualdad de espacio y despliegue. Para eso es el periodismo informativo.
Su carta, sin embargo, me es valiosa a los efectos del libro Abril, golpe adentro, cuya publicación se ha demorado, entre otras cosas, por la avalancha de datos e informaciones que a siete años del golpe continúa produciéndose.
Taquitos
DE BANDO Y BANDO. Para no olvidar de dónde viene el debate sobre el golpe de abril 2002, conviene precisar que el balance de aquel jueves 11 de abril fueron 19 muertos y muchísimos heridos. Sin contar los de los días subsiguientes. En general, la prensa los mostraba a todos como víctimas de una “emboscada” chavista y, por tanto, todos ellos debían ser manifestantes de la oposición. Una de las fotos ensangrentadas que aparecen publicadas es la de Tony Velásquez, a quien dan por muerto, aunque salvará la vida, y es identificado como funcionario de la Disip, escolta del entonces vicepresidente Diosdado Cabello. Eso no obsta para que El Nacional publique su editorial bajo el título “Los muertos de Hugo” y su caricaturista, Zapata, pinte a uno de sus personajes diciendo:
—Los asesinos fueron entrenados por el cobarde…
La clasificación por bando político es odiosa, pero inevitable: 50% de muertos de lado y lado.
Al sur de la avenida Baralt, en el área hasta donde llegó la oposición, perdieron la vida:
●José Antonio Gamallo,
●Alexis Bordones Soteldo,
●Jorge Tortoza (fotógrafo),
●Orlando Rojas,
●Jesús Arellano,
●Juan David Querales,
●Víctor Reinoso,
●Johnie Obdulio Palencia y
●Jesús Espinoza Capote.
Y más al norte, en las inmediaciones de Puente Llaguno, donde estaban concentrados los bolivarianos, murieron:
● Pedro José Linares,
●César Matías Ochoa,
●Rudy Alfonso Urbano Duque,
●Erasmo Enrique Sánchez,
●Josefina Rengifo Cabrera,
●Nelson Eliécer Zambrano,
●Luis Alberto Caro,
●Luis Alfonso Monsalve y
●José Alfonso González Revette.
Junto con todos ellos murió Ángel Figueroa Rivas, un buhonero residenciado en La Vega, que cayó en una zona intermedia a ambas manifestaciones: frente al cine Baralt, entre las esquinas de Muñoz y Padre Sierra.
Todos reclaman justicia. También los ignorados del 12 y 13.
CITA. “Caracas ama los productos sintéticos y los alimentos enlatados; no camina nunca, sólo se moviliza en automóvil, y ha envenenado con los gases de los motores el limpio aire del valle; a Caracas le cuesta dormir porque no puede apagar la ansiedad de ganar y comprar, consumir y gastar, apoderarse todo. En las laderas de los cerros, más de medio millón de olvidados contempla, desde sus chozas armadas de basura, el derroche ajeno. Relampaguean millares y millares de automóviles último modelo por las avenidas de la dorada capital”. Eduardo Galeano, en 1971, en Las venas abiertas de América Latina, el libro que Chávez le regaló a Obama.
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