Según algunas referencias especializadas en el tema de la filosofía del Derecho, “en el siglo V a.C. los sofistas pusieron en discusión el origen divino del derecho. Surgió así la pregunta sobre si la justicia (diké) y las leyes (nómoi) se fundaban en la naturaleza o eran el producto de una convención establecida por el hombre”. Quizá pudiéramos entonces afirmar que desde ese tiempo comenzó un paulatino debate que, a la larga, originó las escuelas del Derecho como disciplina profesional. Hoy día son muchísimos los que egresan de las universidades con las credenciales académicas para “dedicarse al asesoramiento, dirección y defensa de los derechos e intereses ajenos ante los tribunales, mediante la aplicación de la ciencia y técnica jurídicas”. Dice la deontología de esa profesión que: “El abogado tiene el deber de cooperar con la administración de justicia mediante la defensa jurídica de los intereses que le sean confiados”; sin embargo, por las desviadas conductas humanas, la justicia, que suele estar representada por la figura de una dama con la visión tapada u oculta por un velo y con una túnica que deja ver uno de sus senos, la han dejado totalmente desnuda, en pelotas y con los ojos desorbitados por el asombro, de las tantas injusticias cometidas por delincuentes de todo tipo; y, además por la complicidad de los rábulas titulados –posiblemente- por el sólo mérito de pagar suficientemente el arancel semestral o halagar en extremo a sus tutores universitarios.
Es así entonces como la impunidad campea en nuestra sociedad nacional, pues además de la incapacidad resolutiva de las instituciones de justicia, los (y las) rábulas contribuyen con sus prácticas, a que los delincuentes fortifiquen el “choreo”, tanto de los que “se tumban” una bicicleta como los que asesinan ciudadanos meritorios para quitarles el dinero o automóvil. Peor aún son aquellos (o aquellas) rábulas recién graduados con antecedentes delictuales, quienes por cierto adoran oír cuando los llaman “doctores” o “doctoras”, con la creencia de ser los propietarios del báculo y el anillo, que simbolizan el poder para administrar justicia, es decir, se creen la imagen viva de “Hammurabi”, aquel cuyo código está grabado sobre el basalto negro de un obelisco, de Dos metros de altura y construido hacia el año 1780 a.C. (actualmente expuesto en el museo Louvre de París).
En algunos pueblos del interior de la República la cuestión es peor, pues sumados a los rábulas forasteros están los propios, ya que gracias a la masificación de la Educación Superior, existe actualmente un furor por estudiar la carrera de Abogado; no porque todos desean la aplicación de justicia, sino porque para algunos ser llamado “doctor” o “doctora” “da caché”. Consecuencialmente egresan algunos cuantos mediocres quienes para validar sus tropelías se llevan por delante los textos constitucionales, leyes orgánicas y generales, se limpian el trasero con Ordenanzas y hacen los estercoleros de sus mascotas con Decretos y Resoluciones. Otros (u otras) sujetos con cargos legislativos, a nivel regional o municipal, se creen los “Summa Cum Laudes” o “Magíster Dixit” cuando a la hora de interpretar manipuladoramente las normas legales, intentan o efectúan la extorsión y el chantaje para apropiarse del dinero público o lucrarse amedrentando contratistas y proveedores de las instituciones del Estado. Se forma así entre unos cuantos diputados, concejales, contratistas y proveedores, una entente facinerosa que a la hora de aprobar recursos para Regiones y Municipios se olvidan del compromiso acordado con los electores y desatan su verdadera personalidad signada por la crápula y la depravación.
Puede ser que Hugo Chávez se haya equivocado pocas o medianas veces, puede ser que todavía no haya logrado consolidar una vanguardia revolucionaria suficientemente forjada en el crisol de la lucha social y armada de una sólida conciencia de clase, pero de lo que nunca tenemos dudas, es que su accionar político ha abierto las compuertas para que el colectivo popular nacional se nutra cada día más de los elementos jurídicos, que permiten la participación y el protagonismo multitudinario. Más temprano que tarde lograremos mejores leyes y normas generales para la toma de decisión y aplicación de políticas públicas, ello fortalecerá y consolidará la transformación hacia el verdadero poder popular y el socialismo… mientras tanto, seguimos querellando a la plaga de rábulas y sus amigos fariseos, quienes indefectiblemente irán a las letrinas de la historia política y sus nombres serán tenidos como máculas de ignominia y oprobio. (24/06/09).
desideratum_apure@yahoo.com