El libro de Alejandro Padrón “Yo fui embajador de Chávez en Libia”[1] lo recomiendan, por ejemplo, gente de la catadura de Sergio Dahbar, director de la revista “El Librero”, o profesores de la ULA que firman remitidos políticos para condenar al Gobierno del Presidente Chávez (los que se dicen intelectuales pero que no pasan de ser simplemente ideólogos adecos). Ellos se vanaglorian de ser intelectuales, y en eso se lo pasan en cafés, tertulias y sofisticadas reuniones librescas.
El señor Alejandro Padrón se autodefine como fotógrafo y cineasta, economista, cuentista, creador que ha realizado la obra “Tarzán Hernández”, 1981, un corto documental de 35mm, Premio Mejor Guión Festival de cine de Mérida, etc. Y para que se aprecie la calidad de sus metáforas, aquí presento una muestra entre muchas otras, más ingeniosas: “Gaddafi es una leyenda que crece como las arenas del desierto.[2]” ¿Crecen las arenas?, pues para él, para el distinguido académico don Alejandro, digo.
Por este libro y otras prendas similares, me temo que a don Alejandro Padrón lo tengan por el Hemingway merideño.
De su libro “Yo fui embajador de Chávez en Libia”, para que se conozca la profundidad de su obra, de su estilo, de su mente, de su fibra exquisita como narrador, de su sensibilidad, solamente me referiré en esta nota a lo que depone en la página 117. Él relata que el coronel Gaddafi le regaló un carro (Audi) a nuestra delegación diplomática en Libia, mientras él se desempeñaba allí como embajador. Cuando fue a recibir las llaves del auto, ¡Ay!, expresó: “Tomé las llaves como si fuese a recibir una descarga eléctrica.[3]” Él y su esposa, María Inés (profesora de la ULA), pensaban que ese vehículo podía tener micrófonos instalados. Un día invitó a su mujer a dar una vuelta por la orilla de la playa y le advirtió que cuando fueran a hablar mal de Gaddafi no lo hicieran dentro del auto. Que dentro sólo emitieran buenos conceptos de él.
Ahora, textualmente, coloco lo que sigue:
“Ella se echó a reír y luego dentro de la auto iniciamos un diálogo surrealista sobre las bondades de Gaddafi que nos produjo tal hilaridad que tuvimos parar y bajarnos como dos locos a reírnos en la calle mientras los conductores de carros que pasaban nos saludaban por nuestra felicidad.”
“Antes de entrar de nuevo al auto le manifesté a mi mujer que adentro tampoco podíamos hablar mal de Chávez porque nos podían acusar con los espías y mandar el reporte a Venezuela, incluyendo la grabación. Estas palabras surtieron el mismo efecto y esta vez tuvimos que poner en práctica nuestros conocimientos de yoga para controlarnos y poder regresar a la residencia sin desternillarnos de la risa.[4]”
Estos tipos, por cosas como estas se creen muy listos, felices, agudos. Pero cómo los desnuda.
Señores intelectuales de la ULA, sin que eso tenga relación con posición política alguna, les aseguro que esos párrafos refleja vulgaridad, memez, tontería y estupidez. Aunque crea el Hemingway merideño que se la ha comido, deglutido y defecado.
Pura sandez.