Nuestras universidades autónomas (UCV, LUZ, ULA, USB, UDO) fueron ferozmente atacadas por la oligarquía venezolana porque no producían, no formaban, educaban; quienes llevaban la batuta en estos demoledores ataques eran el cura franquista Luis Ugalde, Arturo Uslar Pietri y Carlos Rangel.
El cura Ugalde era despiadadamente brutal en sus críticas a esas universidades autónomas a las que llamaba viles centros despilfarradores y devoradores de dinero. Hay que decirlo, esas universidades no han cambiado con Chávez. No es que a partir de 1998 se hicieron distintas y ahora producen, crean, son serias y eficientes y por lo tanto la oligarquía no las ataca.
Los oligarcas sesudos y críticos podrían hoy darse perfecta cuenta de que esas universidades estaban y siguen podridas, producto del sistema que ellos mismos sustentan.
Pues bien, Carlos Rangel en su libro “Del buen salvaje al buen revolucionario[1]” dijo que el mal de estas universidades se encontraba generalizado en toda América Latina.
Sentenciaba Carlos Rangel que nuestras universidades extraían de las sociedades más recursos de lo que devolvían a la colectividad. Y enfilaba con filosofía neoliberal, que era lo que más le cuadraba a su posición ultra-capitalista, lo siguiente: “Parte de la “mística” de la institución universitaria latinoamericana es su gratuidad. Otra parte es su autonomía, que consiste en la elección de las autoridades universitarias por un claustro compuesto por profesores y estudiantes, en la inversión discrecional de recursos que le son transferidos del presupuesto del Estado, y en ser el recinto universitario un “no man's land” (en la tierra de nadie) en cuanto a jurisdicción policial normal (distinta a eventuales allanamientos, cuando la universidad es invadida por la fuerza pública, más o menos justificadamente, y más o menos brutalmente).[2]”
Vean como dice Carlos Rangel que aquellas universidades autónomas eran TIERRA DE NADIE. Y lo siguen siendo porque en verdad quienes las regentan son grupos mafiosos; rectores que no saben leer pero saben cómo robar. Rectores que nunca llegaron a ser doctores tal cual lo exige la Ley de Universidades. Que nunca llegaron a ser investigadores. Los equipos rectorales dirigidos por adecos o copeyanos de la IV república son los mismos que se imponen hoy en la UCV, LUZ, ULA, USB, UDO.
Por esta razón Carlos Rangel añade: “La combinación de esos factores dentro del contexto latinoamericano ha dado por resultado que sea bajísima en la práctica la productividad de las universidades, aun medida esa productividad en su forma más primitiva: horas de clase dadas efectivamente por los profesores, horas de clase efectivamente atendidas por los alumnos, número de repitientes y de egresados con relación a los inscritos, y desde luego, egresados por especialidades en relación con las necesidades reales de la sociedad. Y si de esas mediciones primitivas se pasa a otras más refinadas, el cuadro se hace abismático.
Algunos de los defensores a ultranza de la institución universitaria latinoamericana, basan sus razonamientos apologéticos, o aun entusiastas (según el grado de audacia) en su supuesto carácter “revolucionario”; porque revolucionarios se proclaman los profesores, y revolucionarios se proclaman los estudiantes. Pero aun dejando de lado la circunstancia, harto reveladora, de tener tales defensores intereses creados en la Universidad, en forma de ventajas directas (cátedras, becas, viajes, años sabáticos, publicación inmediata de los libros más mediocres, apoyos financieros especiales para proyectos ni siquiera siempre académicos, refugio y base de operaciones inclusive para la acción armada subversiva al abrigo de la extraterritorialidad implícita en la autonomía universitaria, etc.) tal afirmación no resiste análisis salvo dentro de la proposición de que las sociedades latinoamericanas deben sufrir un colapso completo antes de que pueda hacerse algo por mejorarlas.[3]”
Hay que aclarar que los “revolucionarios” entonces eran los estudiantes, pero revolucionarios pendejos que siempre se dejaban caribear por los equipos rectorales adecos o copeyanos.
El más “revolucionario” de esos rectores era Pedro Rincón Gutiérrez, de la Universidad de Los Andes, quien se ponía a llorar cuando mataban estudiantes y encabezaba las tumultuosas procesiones para enterrarlos y después se iba en las comitivas de la barragana Blanca Ibáñez para Argentina o Japón, a gozar de los placeres de la exquisita burguesía.
Cómo se tragaría Carlos Rangel hoy sus palabras si viera en lo que están convertidas las universidades autónomas en Venezuela, así como el cura Luis Ugalde tiene la lengua bien amarrada para criticarlas ahora.
Es que aquellas universidades funcionaban (y funcionan) bajo el mismo esquema delictivo y miserable del capitalismo.
Y Carlos Rangel sostenía que el atascamiento de nuestras sociedades, se debía en esterilizar recursos escasos hacia esos barriles sin fondo… “y que estarían mucho mejor utilizados por ejemplo en la educación pre-escolar, al emplear su prestigio de fetiches de la ciencia y de la cultura en propagar activamente versiones truncadas o francamente falsas sobre las causas y los posibles remedios de las insuficiencias de Latinoamérica, al establecer una vasta empresa de complicidad tácita entre alumnos y profesores para exigirse lo menos posible mutuamente, al no contribuir gran cosa a la ciencia y muchísimo a la propaganda y a la mitología, y al estimular a los jóvenes a consagrarse a especialidades que son prestigiosas dentro del marco y el clima de la institución universitaria, pero de escaso o nulo rendimiento para esos estudiantes y para la colectividad, una vez que se gradúan.[4]”
Y sostenía Carlos Rangel que aquellas universidades autónomas se consideraban revolucionarias pero para empeorar la desintegración de una sociedad. Y agregaba: “Pero según este criterio (si se lo sostuviese) de igual manera podría decirse que son revolucionarias la pornografía o la droga, y a nadie se le ocurre ensalzadas como admirables, o exigir que el Estado invierta fondos cada vez más cuantiosos con el objeto de ponerlas gratis a la disposición de los jóvenes entre los 16 y los 24 años.[5]”
Y lo que entonces decía con profunda indignación refleja lo que hoy acontece en estas guaridas de ladrones del Estado: “Más bien podría afirmarse que en su esencia la Universidad conforma uno de los más importantes bastiones para el mantenimiento de privilegios tradicionales, y un instrumento para la captación por parte de un sector bien determinado, de más recursos de los que ese sector rinde en cambio al cuerpo social en su conjunto. Por más gratuita que sea, quienes ingresan a ella (y sobre todo quienes egresan de ella graduados) son casi todos de clase media y alta. Las masas desposeídas, en cuyo nombre se defiende la institución universitaria, en la práctica casi no tienen acceso a ella. Si sus hijos llegan a la Universidad será, salvo excepciones, como miembros del personal de mantenimiento o de limpieza.[6]”
Quién puede negar hoy que eso no sigue pasando. ¿Por qué calla ahora señor Luis Ugalde? ¿Qué le pasa ahora a la oligarquía que no critica a esa misma universidad de la que tanta peste echaba?
Continúa Carlos Rangel: “La Universidad autónoma y gratuita no hace, normalmente, ningún esfuerzo por investigar la eventual capacidad de pago de quienes acuden a ella, de manera que los estudios superiores (como ya, en buena medida, los secundarios y hasta los primarios) se convierten -aunque costeados por toda la sociedad- en un subsidio a sectores de población cuyo nivel de vida, y por lo tanto sus posibilidades de aprovechar los servicios educativos gratuitos, está por encima del promedio;15 y los diplomas y certificados que los hijos de esos sectores van adquiriendo en los distintos niveles del proceso educativo, van a ser otros tantos pretextos para la prolongación de antiguos privilegios o la extensión de otros nuevos a sus detentores; y a la vez, su carencia, razón suficiente para bloquear el avance económico y social de quienes, por pobres, no han podido incorporarse al sistema. La clave sobre el verdadero espíritu según el cual ese sistema funciona, la da el desprecio con que todavía a estas alturas se mira toda inversión en la educación pre-escolar, el único nivel donde una gran inversión y un gran esfuerzo iniciarían una tendencia apreciable hacia la igualdad social y de oportunidades. Pero en la rebatiña por el reparto de la torta educativa, los verdaderamente pobres, los verdaderamente desposeídos, aunque reiteradamente invocados, no tienen nada que decir; y los “revolucionarios” no dicen nada por ellos, y sí por las Universidades, origen de todos los “licenciados” y “doctores” que ocupan posiciones de dirección en la sociedad, quienes no pueden menos que abrigar un prejuicio favorable al Alma Mater que les extendió (gratis) ese papel que, cursimente enmarcado y colgado en sus despachos de médicos, abogados, ingenieros, etc., certifica que el personaje allí mencionado pertenece a un gremio, a un clan, a un grupo de poder y de privilegio.”
Por eso, señores de la oligarquía fue necesario que el Presidente Chávez creara las misiones. Pero si Carlos Rangel no se hubiera matado hoy estaría apoyando con locura esas mismas universidades que tanto criticaba. Porque así de falsos, de cobardes y miserables son todos los oligarcas.
Remataba Carlos Rangel: “La Universidad autónoma latinoamericana no sólo hace una contribución insuficiente a las sociedades que la sostienen, sino que no ha sido capaz de idear y proponer (y mucho menos de poner en práctica) un nuevo modelo educativo global, o por lo menos un nuevo modelo de estudios superiores adaptado a la realidad latinoamericana. En esto es inclusive sublatinoamericana, porque se da el caso entre nosotros de que por la desvinculación entre las diferentes partes del organismo social, algunas de ellas, salten adelante, sean audaces, experimentales. Pero no la Universidad, que sigue rutinariamente el modelo europeo tradicional, la división por facultades y escuelas, las promociones anuales, la inflexibilidad en los programas de estudios, las graduaciones con disfraz medieval.[7]”
Y fue Carlos Andrés Pérez quien implementó el Programa Gran Mariscal de Ayacucho con el cual un montón de pedantes se fue a sacar doctorados de todo tipo al Norte y a Europa y regresó echando aire en los nísperos pero nada aportó al país, porque cuando CAP volvió al poder en 1989, todos esos sesudos no había hecho un carajo por la patria sino echarse bomba.
Pero aún, todos esos pretenciosos investigadores trajeron un odio infinito contra Venezuela porque ellos deseaban seguir viviendo con dólares gratis en el extranjero, y creyéndose que lo merecían todo porque eran unos genios.
Y esos profesores universitarios eran los más horribles acomplejados que país alguno haya podido parir.
Ese es el mismo autobús del progreso que el Majunche quiere otra vez imponernos. Mandar a estudiar un montón de petulantes a EE UU para que vuelvan arrechos a nuestro país, sintiendo que son menos que un mojón de perro, porque lo de ellos en el alma es ser gringos, vivir en Gringolandia.
Finalmente, sobre esas engreídas universidades, Carlos Rangel agrega: Y casi al día siguiente de graduarse, los estudiantes dejan de ser activamente contestatarios, si es que alguna vez lo fueron; porque ser “revolucionario” en una Universidad latinoamericana es más o menos tan heterodoxo y tan arriesgado como ser ferviente católico en un seminario irlandés. Por eso no es extraño que una vez fuera del ambiente universitario, los egresados más listos aspiren sobre todo a extraer de la sociedad beneficios excesivos, sobre la base de haber sido privilegiados con una educación superior gratuita, de estar armados con un diploma que en Latinoamérica equivale a los títulos de la pequeña nobleza del Antiguo Régimen.[8]”
Ahí les dejo ese trompo, señores escuálidos, para lo cojan en una uña y ver si les tataratea.