Ingresamos a la Universidad con el expreso propósito de aprender más acerca del mundo, para entender mejor el entorno sociocultural y natural. Es el puro deseo de aprender lo que nos mueve a integrarnos a las aulas de una institución como ésta. Tal cosa es así porque la Universidad es estrictamente un centro de estudios y, en consecuencia, su razón de ser es la generación, intercambio y difusión de conocimientos. En su recinto, docentes y alumnos se reúnen alrededor del saber, para aprenderlo, para intercambiarlo, para confrontarlo. Todos los espacios aquí existen en función del saber, pues en la Universidad se intenta contagiar a cada uno de sus miembros con el espíritu propio de este recinto, aprovechando en su totalidad el tiempo de nuestra estadía allí, en ese, el templo de la sabiduría; se trata en verdad de la preocupación de la Universidad por la formación integral de los educandos, pues no es un aspecto de la formación lo que interesa desarrollar, sino la totalidad de ésta. Importa el ser humano en su conjunto, de allí que exista el interés por pulir, además de la razón, el espíritu y el cuerpo. Por eso en la Universidad, tan importante es el aula de clase, como la cancha deportiva para la educación del cuerpo y el anfiteatro para la formación de la sensibilidad artística. De allí entonces que no es adornamiento disponer de una Ciudad Universitaria, pues es gracias a las condiciones materiales y espirituales brindadas por ella, que se garantiza la formación integral de la persona; es debido al ambiente sociocultural ofrecido por la Universidad que el estudiante logra pulirse en toda su dimensión y complejidad. Así entonces, luego de pasar varios años en un ambiente propicio para aquilatar con los mejores elementos su espíritu, su razón y su cuerpo, está el estudiante en condiciones de recibir el título universitario que lo califica como persona formada integralmente en el área del saber donde ha cursado sus estudios. Tal es la ecuación de la educación universitaria. Primero está el deseo de saber, luego está la experiencia de saber y, finalmente, tenemos la titulación profesional.
Es una anomalía entonces colocar al inicio de la ecuación educativa universitaria el interés por el certificado profesional, el simple deseo de titularse. Tal actitud no tiene nada de educativa. Y una institución universitaria respetuosa de sí misma no hace de tal justificativo el motivo para inducir a los estudiantes a ingresar a su interior. De existir una institución así se parecería ella más bien a una bodega universitaria, a una pulpería de títulos. Esas instituciones educativas, preocupadas, en unos casos, por mostrar un alto número de egresados o, en otros casos, por acrecentar sus ingresos económicos, son calco y copia de tales pulperías. El problema radica en que las mismas no se han constituido para educar a sus miembros, pues el saber importa muy poco aquí. Tal condicionante es lo que explica la existencia, en estos lugares, de aulas con sesenta y más estudiantes, edificaciones improvisadas, bibliotecas poco surtidas o inexistentes, sin centros de investigación, sin política de publicación, con muy pocos o ningún espacio deportivo, con docentes mal formados y mal pagados, en fin, toda una serie de anomalías, que hacen casi imposible la ocurrencia en su interior de la extraordinaria experiencia de la educación. En verdad aquí no hay oportunidad para el acontecimiento educativo, pues no es el deseo de saber lo que reúne a sus participantes; lo que sí hay es transmisión de conocimientos, la simple experiencia de dar y recibir clases. Todo el proceso se reduce a las cuatro paredes del aula de clase, a oír, día tras día, la exposición de los profesores. Al final, se otorgan títulos a personas que carecen de formación, a personas escasas de educación, a profesionales con pocas luces. Por lo dicho, reivindicamos la Ciudad Universitaria como el lugar más apropiado para llevar adelante la labor de educar a los ciudadanos. Es este el ambiente propicio para adquirir el saber; es este el escenario donde ocurre en verdad la grata experiencia de la formación integral. Por tanto, el llamado al gobierno venezolano es a construir ciudades universitarias para que en verdad el pueblo, pobre o rico, adquiera educación de la buena.
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