Dos son los momentos estelares de la Universidad venezolana en sus casi trescientos años de historia. Cierto, desde la erección de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, el año 1721, reconocemos dos situaciones en las cuales la Universidad se llenó de prestigio, se ganó el respeto de la comunidad nacional, su labor impactó de manera positiva y pertinente la realidad nacional de manera tal que contribuyó a su progreso y a su renovación espiritual, y el país se sintió atraído por lo que ocurría en la universidad y le hizo seguimiento a esos acontecimientos. En fin, en tales oportunidades la universidad pasó a ser una institución que atrajo las miradas del país nacional, por los extraordinarios sucesos que en su interior estaban ocurriendo.
Estos momentos fueron, en primer lugar, el comprendido entre los años 1827 y 1845, cuando bajo el impacto de los nuevos Estatutos Republicanos, aprobados por gestión del Libertador Simón Bolívar y del Dr. José María Vargas, la universidad cambió su ropaje colonial y se vistió a la moderna, como institución republicana, como institución de un país soberano, gobernado por sus propios ciudadanos; y, en segundo lugar, el que tuvo lugar durante el proceso de Renovación Universitaria, en los años sesenta y setenta del siglo XX, cuando autoridades, docentes y estudiantes se llenaron de espíritu rebelde y emprendieron el gran esfuerzo de remozar el Alma Mater nacional. Tales fechas suman unos 50 años de buena labor educativa en una institución que tiene casi tres siglos de vida, y cuya tarea no es otra que formar el espíritu de las jóvenes generaciones, prepararlas para el ejercicio de la buena ciudadanía, equiparlas con conocimientos pertinentes y adecuados para su futuro desempeño laboral.
Estos dos momentos tiene en común que fueron tiempos en los cuales los universitarios, hastiados con una institución, comprometida con un pasado colonial y dictatorial respectivamente, buscaron afanosamente superar esa desagradable situación y entonces llevaron adelante un programa de transformación revolucionaria de la universidad, que implicó en ambos casos, entre otras cosas, la creación de nuevas carreras, la renovación de la plantilla profesoral, la modificación de los programas de estudio y el cambio de la legislación interna. Lo cierto fue que, en tales ocasiones, el ambiente universitario se llenó de mucho optimismo, de sueños y soñadores, de alegría, de expectativas y de esperanzas, que contagió a todos los que esperaban pertenecer a una institución educativa progresista, crítica, de pensamiento avanzado, abierta al pueblo y respetada por los gobernantes de turno.
En la primera ocasión tocó al Libertador, ayudado en esta tarea por un académico de alto calibre, como lo fue el Dr. José María Vargas, dirigir ese proceso de transformación universitaria. Y en el poco tiempo que pudieron compartir labores estos dos venezolanos hicieron demasiado por la vetusta institución educativa. Lo primero que hicieron fue eliminar el viejo nombre de Real y Pontificia Universidad de Caracas y sustituirlo por el de Universidad Central de Venezuela. Luego, suprimieron la regla que impedía a los Doctores en Medicina ser electos para el cargo de Rector de la Universidad, pues era de sumo interés para Bolívar ver al médico José María Vargas en el ejercicio de la rectoría de la institución. Y, en tercer lugar, abolieron el instrumento legislativo por el cual se regía la Universidad desde el año 1727, esto es, las “Constituciones de la Universidad de Caracas”, que suplantaron por los “Estatutos Republicanos de la Universidad Central de Venezuela”, aprobados por el Libertador el día 24 de junio de ese año 1827.
Con estos estatutos la Universidad Central de Venezuela inició un proceso de ruptura con su pasado clerical, monárquico, exclusivista, racista, a la vez que empezó a vestirse a la moderna.
En esos 289 artículos que componían los Estatutos, se incluyeron innovaciones importantes, entre las cuales destacan: la eliminación del cargo de Cancelario, un funcionario religioso, especie de representante del Papa en la Universidad, con poder igual al del Rector; la abolición del requisito de la “limpieza de sangre” para cursar estudios en la institución; se disminuyó el costo de los grados académicos, con el fin de hacer más atractivos los estudios universitarios a los sectores sociales menos pudientes; se crearon nuevas cátedras, como la de Anatomía, Derecho Público y Matemáticas; se incrementó el sueldo de los profesores; y, finalmente, se dotó a la Universidad de un cuantioso patrimonio económico, conformado por numerosas viviendas ubicadas en ciudades muy importantes de Venezuela; varias haciendas sembradas de caña, cacao, tabaco y otros rubros comercializables; bienes pertenecientes al Colegio de Abogados y a los Jesuitas expulsados de Venezuela; rentas provenientes de las Obras Pías de Chuao y Cata, y otras fuentes de recursos económicos, suficiente como para que las actividades de la Universidad no dependieran, de ahora en adelante, de los oscilantes y disminuidos presupuestos de la República.
Con estos enormes recursos económicos, además de adquirir completa autonomía económica, la universidad amplió la matrícula estudiantil y pudo ofrecer otras alternativas de estudio a los nuevos aspirantes, más consustanciados con las nuevas circunstancias políticas del país. Fue éste el proyecto educativo universitario más ambicioso ejecutado alguna vez en suelo venezolano. En este caso, Bolívar se comportó como el Libertador que era, y gracias a su interés por este importante asunto la Universidad de Caracas iniciará finalmente su proceso de liberación de las amarras coloniales y clericales. Al final, la universidad será liberada de su doctrinarismo católico, de su exclusivismo racista, de su veneración al dominador monárquico, de su postración al sacrosanto enfoque aristotélico-tomista, de su condición de enclave cultural español, y, como resultado de tal liberación, los venezolanos verán florecer en su tierra una universidad republicana.
El segundo momento esplendoroso de la Universidad Central de Venezuela comienza en los años inmediatos a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y se extiende hasta fines de la década de los años setenta cuando también la institución sintió los impactos del vigoroso movimiento de Renovación Universitaria. Las nuevas circunstancias del país posteriores al derrocamiento de la dictadura perezjimenista permitieron que se realizara un gran debate sobre el modelo universitario que correspondía a un país con mayoría de población joven, con gobiernos electos mediante sufragio popular, y que había entrado ya en la segunda mitad del siglo XX con algunos procesos de modernización en curso.
En este contexto la universidad sufrió cambios de naturaleza cuantitativa y cualitativa como no había ocurrido en más de cien años. Entre otros cambios mencionamos: el crecimiento de la matrícula estudiantil, el incremento del presupuesto, aumento del número de profesores, y del aparato administrativo; se aprobó en 1958 una nueva Ley de Universidades, de tinte modernizante; se crearon nuevas facultades, escuelas y carreras profesionales; se estableció un nuevo tipo de relaciones más estrechas y responsables entre el Estado, la Universidad y la sociedad civil, muy diferente a como había sido en el pasado, cuando la Universidad tenía una importancia secundaria y se encontraba aislada respecto a los procesos socio políticos fundamentales que afectaban al país. Pero, sobre todo, en esos años sesenta y setenta, estudiantes y profesores estuvieron animados para debatir con ganas, sin temores, con pasión, el modelo universitario nacional y el rumbo que esta institución debía tomar de aquí en adelante. La universidad en tales años atrajo, por distintas razones, el interés del país y de los gobiernos, y se llenó de una nómina de profesores de alto calibre, estudiosos, de pensamiento crítico y avanzado, sensibles a los problemas y dolores de Venezuela, innovadores, creadores de portentosas ideas, como fue el caso de la aun vigente Teoría de la Dependencia; entre tales profesores recordamos a Federico Brito Figueroa, Miguel Acosta Saignes, Juan Nuño, Ludovico Silva, Domingo Felipe Maza Zavala, Héctor Malavé Mata, Núñez Tenorio, Oscar Battaglinni, Manuel Caballero y otros muchos. El prestigio de la universidad rebasó sus fronteras y por tal razón vinieron a Venezuela intelectuales de otros países de América Latina con el interés de formar parte de su cuerpo profesoral.
En este ambiente la formación recibida por los estudiantes era de marca mayor. Abundaban los libros y revistas salidos de las manos de los docentes. El Alma Mater actuaba en verdad como la Casa que Vencía las Sombras, en un país que venía de la dictadura y estaba entregado a los intereses del gran capital yanqui. Ese ambiente, de plena agitación, de discusión permanente, de debate académico y político, sin embargo, duró muy poco. Igual que ayer, igual que pasó con la universidad republicana de Vargas y Bolívar, vino pronto la debacle. Al comenzar la década de los ochenta, se inició un proceso de vaciamiento del espíritu crítico universitario, decayó sensiblemente la energía protestataria de profesores y estudiantes, y así, en tales circunstancias, las fuerzas de la reacción conservadora y derechista se aprovecharon para conquistar a plenitud los espacios universitarios, ayudándose para lograr este fin de la empresarial teoría neoliberal, proveniente de los grandes centros de poder mundiales, que propugnaba, entre otras ideas, el desmantelamiento del Estado Docente y la privatización de la educación en todas sus formas y niveles.
Dicha teoría fue inoculada en el cuerpo universitario y sus postulados fueron asimilados con facilidad por los miembros de éste. El resultado de esta operación fue la conversión de la institución universitaria en lo que tenemos hoy en nuestro país: un enclave cultural neocolonial, un baluarte de las fuerzas de la reacción y del gran capital, cuya actividad primordial se reduce desde entonces a impartir clases y graduar profesionales; mismas razones que explican por qué ahora, en sus equipos rectorales, predominan docentes de pocos méritos, unos políticos vestidos de docentes, que por lo común salen de allí a engrosar las listas de candidatos de la derecha venezolana a concejales, alcaldes, diputados o gobernadores; derecha ésta que en los momentos actuales está dirigida por un conspicuo miembro de la alta burguesía de nuestro país, integrante de una familia extranjera recientemente llegada a Venezuela, aliado internacional de organizaciones políticas de extrema derecha, un pitiyanqui convicto y confeso, un apátrida contumaz. Tal es la universidad venezolana de los tiempos que corren, y tal es el hombre que en verdad gobierna el destino de estos enclaves socioculturales. Ante este panorama desalentador, al gobierno chavista no le queda otra alternativa que fortalecer el proyecto educativo empujado por el Comandante Hugo Chávez, es decir la Universidad Popular, la universidad del pueblo y para el pueblo.