El Programa Nacional de Formación de Educadores que conocí, previo al inicio de actividades del 28 de junio de 2004, ya no existe. Una vez más la fuerza de las prácticas tradicionales cumplieron su poder homogenizador y aplastante. “Se acabó el desorden”, sentenció un hermano cubano, para dar fe del “nuevo sistema de formación de educadores”. Atrás quedaba aquella propuesta hermosa que tanto me costó entender y hacer que comprendieran, profesores y estudiantes de los grupos de aprendizaje de los Altos Mirandinos.
No quiero para nada tratar descifrar en este escrito, cuáles fueron las motivaciones que llevaron a nuestro actual Viceministro de Educación Superior y Rector de la UBV a desincorporar groseramente al diseñador de esta propuesta y a autorizar un injerto con las características del nuevo Programa Nacional de Formación de Educadores. Sobre eso sólo quiero señalar que creo sinceramente en la necesidad de enfrentar obstáculos y equivocarnos para el logro de los aprendizajes importantes. Sin embargo, en materia de Política Nacional, preocupa que las decisiones estén en manos de tan pocos y que los criterios que imperen sean los de la imposición jerárquica.
A Eduardo Leal lo reconocí intuitivamente por los pasillos del Núcleo de la Universidad Experimental Simón Rodríguez de Los Teques. Su serenidad y aplomo al exponer los conceptos fundamentales de su propuesta, cautivaban a todos sus receptores. Todos coincidíamos con sus señalamientos. Lo difícil era la ejecución, acostumbrados como estábamos a responder a la formación humana y académica recibida hasta ahora. No obstante, algo muy dentro de nosotros nos decía que Leal no estaba equivocado, que soñar era posible en el marco de un proceso político y social que sacudía los cimientos de una sociedad hasta ahora condenada al individualismo y al formalismo burocrático.
El discurso de Eduardo manejaba lo anecdótico y se impregnaba de una sutil ironía que nos alertaba, de vez en cuando, de actitudes muy enraizadas dentro de nosotros mismos, que podrían a la larga, atentar contra la vida de nuestro Programa de Formación. Lo que nunca nos dijo nuestro amigo – y quizás entonces él mismo no lo advirtió – era que la muerte de la Propuesta dependía de la decisión de un solo individuo.
¿No nos apropiamos de la propuesta?, ¿no fue suficientemente entendida ni difundida?, ¿qué papel jugaron las condiciones de aplicación de este diseño en el inconciente colectivo de unos estudiantes “deseosos” de un reconocimiento académico más que de un compromiso social? ¿qué papel se le asignó a la Comisión Nacional del Programa Nacional de Formación de Educadores durante más de un año de implementado este Programa, y cuáles fueron las causas de su pública y notoria ausencia del escenario estructural y operativo? ¿por qué nunca existió una estructura que garantizara la comunicación entre los dos Ministerios responsables de la implementación del Programa y las distintas instituciones encargadas de apoyar esta nueva manera de formar educadores?¿existían, ciertamente, recursos humanos capacitados y sensibilizados para adelantar esta forma de aprendizaje?
Quizás apremien muchas más preguntas, y sobre todo, urge que reflexionemos sobre sus respuestas. Aquí todo está por debatir, y lo peor es que no se brindan los espacios para ello. Sólo se bajan instrucciones que deben ser acatadas. Implementación de Básicos Curriculares, incorporación de preparadores, captación de profesores sin advertir capacidades y actitudes de vinculación con el Proyecto constitucional, aplicación de horarios… Lo urgente, como siempre, cede espacio a lo importante. Y en el caso educativo, las dimensiones de los errores, como suele decirse, se multiplican.
Por otra parte, que a estas alturas el Gobierno Nacional no tenga definida una política clara y coherente de cómo deben formarse los nuevos educadores venezolanos, revela los males que minan la administración pública. Mi paso por el Ministerio de Educación Superior y mi experiencia de más de veinte años en el Ministerio de Educación y Deportes, me dicen que nada ha cambiado. Sólo el discurso y el manejo de símbolos. La práctica sigue estando signada por el burocratismo, la ineptitud, el nepotismo, la corrupción y el oportunismo… ¿Cómo podría allí crecer una propuesta con las características formuladas por el Profesor Eduardo Leal? Era “natural” que la fuerza de la costumbre actuara rechazándola.
El Programa Nacional de Formación de Educadores auspiciado por Eduardo Leal privilegiaba la metodología de los proyectos de aprendizaje como estrategia central en la formación de los futuros educadores, partiendo de la importancia e implicaciones de la investigación educativa en la práctica pedagógica del educador en proceso de formación. Proponía la observación, el aguzamiento de la habilidad para preguntar, registrar, interpretar, analizar… y escribir textos acerca de situaciones propias de los ambientes escolares y comunitarios, al tiempo que se proponían soluciones a los problemas detectados utilizando los conceptos de los métodos de investigación. Entendía la acción educativa como un proceso vivencial en un recorrido iterativo, a manera de espiral, que iba desde el plano empírico operativo hasta el plano teórico-conceptual, y en donde la producción del conocimiento operaba en el plano de contraste. Este último plano representaba la potencialidad del estudiante para producir el conocimiento verdadero.
El nuevo diseño para la formación de educadores emplea el discurso del constructivismo, pero recurre a prácticas conductistas expresadas tristemente en la implementación de unos Básicos curriculares y un sistema de evaluación que haría temblar al educador menos versado. El contenido de los Básicos Curriculares aterra hasta a los mismos estudiantes, quienes a estas alturas de su recorrido, sienten que podrían hasta diseñarles Programas más ambiciosos…
El diagnóstico para la intervención del Programa – si en algún lugar se hizo, porque aquí nunca se efectuó ninguno – estuvo signado por prejuicios y criterios tradicionalistas, de los cuales no exceptúo de responsabilidades a ciertos compañeros cubanos a quienes nunca les gustó la propuesta y se convirtieron en agentes transmisores de incertidumbres y desconfianzas.
¿A qué atribuir ahora los apuros y las improvisaciones? ¿No tendrá algo que ver el apremio presidencial por ver los “alcances” de este importante Programa de Estado?
Al Viceministro-Rector le resultó más cómodo obviar el trabajo que veníamos realizando coordinadores, profesores asesores y estudiantes de la Misión Sucre. Activó la fulana Comisión Nacional del Programa de Formación de Educadores, ahora con la incorporación de los profesores de la Universidad Bolivariana de Venezuela. A ellos debemos el injerto.
¿Qué lugar ocuparon en toda la reorganización los actores de la Misión Sucre…? Aún se encuentran en el campo respondiendo a las múltiples incertidumbres y quejas de nuestros estudiantes, adiestrando a los nuevos profesores asesores y maestros tutores que recibirán a la tercera cohorte de estudiantes, buscando espacios para convertirlos en lugares de encuentros, tratando de hacer viable un nuevo diseño producido desde escritorios, que desconoce y desdeña la realidad de nuestros estudiantes. Eso sí, tampoco nosotros somos los mismos que iniciamos este tránsito desde los comienzos de la Misión Sucre. Intuimos que las situaciones giraron hacia un ángulo que sabemos que no es el correcto, y estoy segura de que pronto comenzaremos a dar señales de que no somos simples cumplidores de órdenes. Yo, particularmente, abro el debate público en torno a cómo formar educadores en estos comienzos de siglo, y espero que la invitación no caiga en el vacío.
Afortunadamente, en nuestros grupos de aprendizaje de los Altos Mirandinos, unos cuantos valientes comprendieron la propuesta y superaron todos los obstáculos para construir sus Proyectos de Aprendizaje. De ellos, el caso de una humilde habitante del sector Colinas del Ángel de Los Teques, llama mi atención, cuando ante el escenario de caos y desorganización revelado por el Ministerio de Educación Superior, ella sentencia:
“Profesora, el problema es que ellos nunca han creído en nosotros. No nos creen capaces de ser constructores de conocimiento”.
¡Qué edificante y productivo sería que los funcionarios responsables de las políticas de Estado, de vez en cuando, tuvieran la disposición de escuchar a los actores principales de este escenario! Quizás esto redundaría en una mayor sensibilidad humana y un mejor criterio para orientar planes y programas.
Gladys Emilia Guevara Cabello C.I. N° 6.461643
Coordinadora de Aldea del PNFE/ Los Teques
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