La situación del profesional dentro de la revolución y las quejas de las universidades.
«Hay muchas personas que hablan con gran conocimiento de las "clases obreras", y afirman que un día de esfuerzo intelectual es mucho más pesado que un día de trabajo manual, y que, por lo tanto, merece ser mucho mejor retribuido. Cuando aseguran esto son sinceros, porque han probado uno de los dos tipos de trabajo; pero lo ignoran todo respecto al otro. Yo conozco los dos y puedo aseguraros que, en lo que a mí respecta, no hay dinero bastante en el mundo para pagarme treinta días de manejar el hacha. En cambio, por una bagatela estaré dispuesto a realizar cualquier trabajo intelectual, sin quejarme... y quedaré muy satisfecho...
El trabajo intelectual no merece este nombre. Es un placer, una diversión, y por sí mismo ya constituye una recompensa. Los arquitectos, escritores, ingenieros, generales, abogados, escultores, pintores, conferenciantes, legisladores, actores, cantantes, predicadores peor pagados, se hallan en el cielo cuando trabajan, cuando realizan sus funciones... Y en cuanto al mago con la batuta en la mano, en medio de una gran orquesta, haciendo brotar olas de divinos sonidos, ése, si queréis, podéis decir que está trabajando, pero yo encuentro que la palabra tiene todo el aspecto de un sarcasmo.»
Hank, "Un yanqui de en la corte del Rey Artus" de Mark Twain
Hay que recordar que Mark Twain fue un gran intelectual, de los de verdad, que a su vez se desempeñó como obrero durante algunos periodos de su vida. Estas pudieran ser fácilmente sus palabras, y es por tanto que resalta su propia posición respecto al asunto del trabajo intelectual vs el trabajo físico. Sin embargo, ¿no resulta igual de legítimo considerar esta relación a la inversa? ¿No trata de un asunto de vocaciones? Como si al que tuviera la vocación de artesano, maestro de herrería o carpintería, no pudiera serle igual de forzado y tortuoso el dedicarse a la labor intelectual mientras le resulta un verdadero deleite el trabajo manual sobre el hierro, la madera, o la tierra en el caso de un agricultor. Este texto me recuerda a Facundo Cabral afirmando que "trabajar" es hacer lo que uno ama, y lo que uno ama va más allá del simple gusto o el grado de tolerancia al oficio; lo que uno ama necesita de un grado de conocimiento más amplio del "yo" (del uno mismo) que le permita entonces desempeñarse entre alternativas para hallar aquella con la que se establece el vínculo de intimidad, lo que implica a su vez disponer de las condiciones apropiadas para explorar dichas alternativas.
Lamentablemente, el sistema no deja muchas posibilidades y cuando mucho, y ya pueden contarse como afortunados, deja entre un grupo reducido los recursos para arrojarse a una o dos alternativas con las que el sujeto pueda intentar explorar sus vocaciones y conocerse en mayor medida a sí mismo. El sujeto entonces debe debatirse con un escaso conocimiento de sí sobre cuál posibilidad que determinará su futuro debe escoger, y de desacertar, quedar relegado a lo que sus propias circunstancias le impongan.
Por otro lado, y es lo que este texto de Twain me parece logra denunciar de algún modo, es la reivindicación de la retribución del trabajo obrero, y la sobrevalorización del trabajo intelectual. En un mundo liberal, lastimosamente es de esperarse que no pueda ser de otro modo. La retribución va de la mano por la oferta y demanda laboral. Los trabajos obreros, por ser primarios, requerir un trabajo más práctico, de aprendizaje más participativo en el hacer y no en el mentalizar, serán siempre la alternativa de los que no tienen muchas posibilidades de explorar sus vocaciones (indudablemente por razones económicas y por la ausencia de un sistema educativo que promueva las condicionas para esa exploración); única alternativa para los que no tuvieron oportunidad, como la de aquellos que fracasaron en uno de los pocos intentos disponibles, y sólo el burgués con recursos podrá permitirse una y otra vez tantear cuál será la opción de su preferencia, como también permitirse insistir durante mucho tiempo en la opción que, sin ser vocación, es de su interés. Trata entonces de que son entes reemplazables en comparación con los profesionales, por lo que de este criterio se desprende su valor.
Esto ha hecho del trabajo intelectual una verdadera labor tortuosa que ha atraído a su ejercicio a todos aquellos que desean una calidad de vida mejor, esto constituye el refuerzo principal para esa ridícula creencia de que el trabajo de un intelectual es más valioso y debe ser retribuido de mejor manera que el trabajo obrero. Un día conversaba con alguien, y otro día leía un post de una profesora universitaria, indignada porque ganaba lo mismo que un empleado de mantenimiento mientras el primero me respondía en esta discusión: "¿entonces qué sentido tiene estudiar si ganaré lo mismo que un obrero?".
¿La vocación dónde queda? Con esa actitud queda confirmada los formas de retribución que el sistema capitalista configura según sus intereses: "Necesitamos gente que estudie, no necesitamos intelectos desarrollados, necesitamos engranajes especializados para hacer que el aparato del gran capital sea más eficiente. Así que compitan entre ustedes para ocupar las plazas disponibles y como premio les garantizaremos una mejor calidad de vida que la del obrero.". Con esto se fomenta el interés para garantizar el surtimiento constante de "intelectuales", de los que ellos necesitan, y, por otra parte, se dificulta la posibilidad de desarrollar potenciales intelectuales (de los serios) al obligarlos a hacerse participes de una ardua competencia (desigual, dada la propia desigualdad de los recursos a disposición entre participantes) y bajo una dinámica pautada por los dueños del certamen.
Así se crea la categorización de la dignidad del trabajo, y del mismo modo, se forma tortuosamente una pseudo intelectualidad que, con un deseo de supervivencia muy primario y natural, por lo que no puede ser recriminado, tratan de optar por las carreras que ofrecen una mayor posibilidad de "éxito" en el mercado laboral, siguiendo un noble deseo de superación personal, bastante condicionado por el poder hegemónico.
¿Qué se puede esperar entonces del gremio profesional que surge bajo estas condiciones? Estamos en un país donde la educación ha mostrado un libertinaje sin precedentes; el derecho al estudio se erigió como una premisa que ignora la otra cara de la moneda y está relacionada al deber del estudiando y del profesional, reduciendo éste a los bienes limitados, producto del ejercicio de una profesión al servicio de particulares y que se deja ver en los avances bastante cuestionables una vez aparece la mercancía fruto de aquella participación (incluyo acá a los que estudian carreras no científicas como las de las ciencias sociales y las humanidades, pues su participación colabora al perpetuar, defender y fortalecer esta dinámica. En este caso la diferencia es que ellos constituyen la mercancía en sí). Desde una perspectiva revolucionaria valdría la pena entonces preguntarse ¿verdaderamente el profesional de hoy merece ganar más que un obrero?
Aparece entonces una universidad que exige ser transformada desde sus cimientes, y la revolución no ha podido lograr dicha transformación. En el caso de aquellas universidades creadas o modificadas por sus iniciativas, sólo ha cambiado su “inclinación política” y cambiado algunos programas de contenido, pero en esencia sigue reproduciendo la misma metodología de enseñanza y aprendizaje, como manteniendo la misma dinámica del ejercicio de las profesiones de los egresados. Relega así a la universidad en un instrumento político-electoral, y no en un instrumento para la transformación revolucionaria.
Por otro lado, en la universidad tradicional, ante cualquier amenaza de cambio, la reacción universitaria salta movilizando todo el aparato retórico y espectacular para hacer retroceder al gobierno y poder mantener sus maneras. En pocos países la educación es gratuita, a pesar de pregonar su liberalismo y democracia, y esto se debe a que si esos países han de adoptar un modelo educativo que da todas las libertades para que los egresados hagan lo que se venga en gana, como aceptar ofertas de empleo en otros países, trabajar para el sector privado o simplemente mandar a dar por el orto toda su formación y hacer algo para nada relacionado a su capacitación profesional, ellos deben garantizar que ese estudiando no constituya únicamente un gasto a la nación (por eso, pagan). Pero en nosotros la gratuidad es otra consecuencia más del mito inculcado que pregona “somos ricos, tenemos petróleo, nos tienen que dar todo y se acabó”.
Al continuar con el modelo de educación gratuita, la transformación universitaria, y una reformulación de las dinámicas del ejercicio de las profesiones, debe ser una realidad indefectible para que la compensación del gasto se dé a través del compromiso de ejercer su carrera al servicio de la nación, ésta que apartó parte de su riqueza, de todos los venezolanos, para privilegiar a un grupo selecto; y hay que tener en cuenta que esto no es un sorteo donde los que ganaron en las pruebas de admisión se llevan dentro del premio la cobertura de sus estudios por nada a cambio, no valen los “yo me esforcé para quedar”; el recibir la oportunidad para la formación intelectual constituye el único premio en sí, pero una vez más, el que no se vea de ese modo, deja ver la perspectiva de alguien que no tiene vocación para disfrutarlo ya sea viviendo algunos sacrificios como plantea el Hank de Mark Twain, o los que se desprenderían de la transformación universitaria.
Por supuesto, la imposición de un compromiso con la nación debe ser compleja y para nada irresponsable. Algo como las retribuciones (no exorbitantes, como desean todos los que tienen un título y comparan salarios de países, más no los gastos y compensaciones), plazas para que puedan ejercer, así como la posibilidad de que puedan pagar sus estudios, con ganancias considerables para el país, de manera que se pueda compensar el gasto de tiempo, dinero y el cupo no servil, y así no marginar tampoco al que dispone de los recursos, al que se esfuerce por conseguirlos, o ante la existencia de intereses externos a la nación de captar algún talento y estén dispuesto a pagar su formación, son asuntos que se deben contemplar en esa transformación universitaria.
Sin embargo bajo aquella premisa parasitaria y poco comprometida con el país tenemos a algunas universidades exigiendo presupuestos (“dame, dame, dame, es nuestro derecho”), aumentos de salarios, creando alborozos y alarmas ante las nuevas maneras de ofertar cupos, y apegándose a privilegios de antaño como “autonomías”, para manejarse a su antojo mientras constituyen un gasto y no una inversión de, y para, la nación. ¿Qué respuesta tendrá el gobierno ante estas nuevas amenazas de paros, de protestas y exigencias de “derechos” y “respeto” aunado a su evidente preocupación electoral? ¿Una vez más retrocederá frente a los movimientos concertados por una cúpula de profesores y autoridades universitarias que manipulan la ignorancia de masas estudiantiles para fomentar protestas, manejar la opinión y la crisis a conveniencia? ¿Qué respuesta debemos tener nosotros los revolucionarios ante una cúpula de gobierno que cada día pierde más credibilidad y no toma acciones contundentes para frenar la guerra económica, la inseguridad y la corrupción, como no llevar a cabo transformaciones necesarias para consolidar el proyecto socialista y dar continuidad a los proyectos del comandante? Estas “crisis” universitaria es la consecuencia de la no transformación, y esperemos que el beneficio que está dando esta nueva medida que da un vuelco a las formas de ingreso sea una verdadera oportunidad para favorecer a marginados, captar gente con verdadera vocación, así como una nueva oportunidad para transformar las universidades desde adentro y con la acción de sus propias comunidades.