Mucho se habla del papel de la investigación en las universidades, de que es gracia a la innovación y a la creación de nuevos conocimientos que se puede garantizar y sustentar el desarrollo del país. Todo esto es cierto, pero debemos ser más precisos y responder a las preguntas: ¿quién y cómo se investigan en las universidades?. ¿Cuáles son las temáticas de investigación?, ¿están éstas en consonancias por los proyectos nacionales emanadas de los respectivos gobiernos y las necesidades de la nación, sobre todo la de los más humildes?. Cómo responden las universidades a los problemas de pobreza, desigualdad, alimentación, vivienda del país. Y la pregunta más importante: ¿de qué manera están las universidades respondiendo al agotamiento del modelo capitalista rentista?
Sin pretensiones de dar respuestas a cada una de estas interrogantes, en forma general podemos decir que muy poco se ha hecho al respecto. Las universidades crean sus propias necesidades investigativas a partir de trasladar modelos científicos y tecnológicos del extranjero o simplemente a capricho de sus investigadores.
La historia de la ciencia latinoamericana es la historia de la ciencia del trasplante; adaptación del conocimiento y técnicas europeas en manos de activistas culturales y empresarios. La inversión en investigación y desarrollo experimental (I+D), expresada en dólares corrientes, que realizan los países de ALC, representa tan sólo el 2,2% del total invertido a nivel mundial. El conjunto de países de ALC alcanzó en 2010 un valor de 0,84 investigadores y tecnólogos por cada mil miembros de la Población Económicamente Activa (PEA). El máximo alcanzado de esta relación por Iberoamérica fue de 1,35 investigadores y tecnólogos por cada mil integrantes de la PEA, en el mismo año, en tanto que para Estados Unidos y Canadá, esta relación fue de 8.95 investigadores y tecnólogos por cada mil integrantes de la PEA.
La investigación es una de las funciones fundamentales de la universidad. La Ley de Universidades (1970), establece en el artículo 3 que: "las universidades deben realizar una función rectora en la educación, la cultura y la ciencia. Para cumplir esta misión, sus actividades se dirigirán a crear, asimilar y difundir el saber mediante la investigación y la enseñanza" (p.3). En general predomina en ellas ampliamente la docencia (en el caso de las universidades) o la aplicación de tecnologías extranjeras y la compra de servicios tecnológicos en el exterior. Ligado a lo anterior, hay escasa demanda social y poco respaldo estatal.
La mayoría de los docentes universitarios no investigan a pesar de ser ésta una obligación y no una opción del personal docente universitario. De unos cien mil docentes que trabajan en las universidades del país, apenas 12.208, aparecen registrados en el PEII (ONCIT-2013). A lo que debemos preguntarnos: ¿qué hacen el resto de profesores?, ¿quién los controla?, ¿cómo se permite esta deformación?, ¿por qué hemos llegados a estos indicadores tan bajos?.
En los últimos 30 años (1982-2012) el 98% de la investigación del país se produce en el IVIC, UCV, ULA, USB, LUZ, UDO y UC, y se mantiene una tendencia descendente. Según el Web of Science, desde 2008 la investigación venezolana ha descendido progresivamente en un 37.5%, y no ha aumentado el número de centros de investigación ni de universidades que generen nuevos conocimientos. Sólo cinco universidades venezolanas figuraron en el estudio de la empresa británica Quacquarelli Symonds (QS) de las mejores universidades latinoamericanas.
¿Cuál sociedad del conocimiento? ¿Cuál tecnología?
Estas mismas apreciaciones que hemos hecho sobre la investigación universitaria podemos señalarlas con respecto a la producción tecnológica. A pesar de lo mucho que se refiere a la sociedad del conocimiento, a las nuevas tecnologías, los cierto es que en nuestras naciones y particularmente en nuestras universidades poco se hace generación de tecnología, conformándonos con la importación de modelos y tecnologías foráneas que aquí solamente son utilizadas y por lo tanto no podemos hablar de tecnología sino simplemente de técnicas.
No hay duda que en los países donde se generan todos los procedimientos (técnicos) y se tiene dominio total de las fases que estos envuelven podemos hablar de tecnología. Pero en países donde estas tecnologías son implantadas, donde sólo se les da un uso, sólo podemos hablar de técnica o máquina y no de tecnología. El proceso tecnológico es integral, la técnica es parcial. La mayoría de los países del mundo sólo cuentan con técnicas y no con tecnologías.
La sociedad desconoce el valor de la actividad de los científicos. Se ha asimilado superficialmente la idea que la ciencia y la tecnología son los motores del desarrollo y la modernidad, pero las entiende como foráneas, como productos de consumo que se compran afuera, y no como una capacidad que desde hace cierto tiempo debe producirse en el país. Organismos como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, con notable influencia en la política científica de los países latinoamericanos, han propiciado un mayor énfasis en el desarrollo tecnológico y menos en la investigación científica
¿Gestión de conocimiento sin producir conocimiento?
A pesar de las críticas que permanentemente se le hacen a la dependencia económica y tecnológica, de los paradigmas epistemológicos occidentales, al pensamiento hegemónico, y en la LEU (artículo 46) se exige que la creación intelectual "tendrá que trascender el paradigma de la investigación científica positivista" (esta exigencia es contradictoria a la libertad de pensamiento), sin embargo, paralelamente, se manifiesta profunda admiración y se reproduce paradigmas como los de "la complejidad", que nada tienen que ver con nuestras realidades y mucho menos con el socialismo y por otro lado se subestime y margina el pensamiento marxista.
En la educación universitaria y en general se aprecia de manera evidente la asesoría permanente e influencia de organismos internacionales como la UNESCO, tratando de vincular la educación superior a criterios pragmáticos y de eficiencia. Así mismo, hay una constante exaltación y sobrestimación –tanto en el discurso como en el presupuesto educativo– de los recursos tecnológicos-informativos.