En anteriores artículos hemos hecho referencia al concepto de objetividad tan inmerso en nuestras ciencias. Desde sus orígenes el pensamiento científico ha hecho de la búsqueda de la verdad, la objetividad, la neutralidad uno de sus principales argumentos discursivos para legitimar la ciencia. Ha sido tarea de los epistemólogos -tratado en miles de obras y escudriñándose el cerebro- para dilucidar que es la objetividad, más aún que es la verdad. Que es lo que hace que una verdad sea más o menos verdadera que otra. Supuestamente esto se logra con la objetividad y la neutralidad. Basado en una relación casi aséptica entre un individuo o sujeto investigador que se acerca a un objeto o tema de interés para a través de un método, el cual le permite a través de la observación y análisis de las partes, poder alcanzar la verdad de los hechos. Frente a esta visión positivista surge una perspectiva racionalista que se enfrenta a la idea de una realidad externa que es captada objetivamente por nuestros sentidos y por el contrario reconoce que es el cerebro humano quien construye la realidad. Ambas pecan de individualistas, el hombre singular y sus sentidos que tiene el poder de captar la realidad y el cerebro del individuo que la construye, no aparece el conocimiento como una construcción entre los hombres y para los hombres en plural.
En los últimos años son muchas las críticas que se le hacen al positivismo y a su máxima expresión en la educación como lo es el conductismo, acusándolo de la buena parte de los males de las ciencias en general y de la educación en particular. Muchos han dado por segura su desaparición y el surgimiento de nuevas corrientes aparentemente más reivindicadoras de lo subjetivo, espiritual y la sensibilidad humana, pero que en la realidad siguen reproduciendo lo más prejuicioso y matinal del positivismo y conductismo. No es posible que aun en nuestras universidades al tiempo que se hacen todas las criticas señaladas y supuestamente se rescata a través de las investigaciones de carácter cualitativo el papel de la cultura y de lo colectivo- enfrentado al individualismo egocéntrico o el supuesto discurso neutra- sigamos rindiendo culto a la objetividad, la demostración, la verdad, como si fueran cánones religiosos.
l cientifismo es una patología, es la "enfermedad infantil" de la ciencia, que destruye no solo al pensamiento científico sino al pensamiento general. Al tiempo que se habla de construcción y de libertad de pensamiento, no es posible que en nuestras universidades los trabajos de investigación tengan que por obligación -y no que por convicción onto epistemológica- que responder a las posturas positivistas y conductista que emanan de manuales que tienen a su favor el de dar una cierta coherencia al estilo de presentación, (estructura, citas, redacción) pero que nos sesgan de la pluralidad epistemológica y metodológica, lo que reduce y aborda la creatividad humana. Se sigue favoreciendo al método experimental, la observación y descripción de lo concreto sobre la generación de teorías, las ciencias naturales sobre las ciencias sociales. Se habla en términos abstractos, haciendo uso de los pronombres impersonales y no en primera persona del singular (quien escribe) y el plural (sobre quién y con quien se piensa) que representa una postura de compromiso y no de simple neutralidad ante la realidad humana.
El manual de la asociación de psicólogos norteamericanos demuestra, entre otras cosas, no solo la dependencia intelectual con respecto a esta nación, sino lo más importante el papel que el conductismo sigue jugando en nuestras investigaciones educativas. Este manual pretende hablar en nombre de la objetividad y la neutralidad cuando en realidad responde a una perspectiva epistemológica y metodológica reduccionista, como lo es el positivismo y además que reproduce e interpreta a una sociedad determinada por el egoísmo individual, el deseo de control, búsqueda a como dé lugar de la eficiencia y la productividad, como lo es la sociedad capitalista. Lo peor es que por este manual no solo se rigen las investigaciones universitarias, sino que instituciones supuestamente científicas como los ministerios de Ciencia y Tecnología, los programas de estímulos al investigador, lo utilizan como parámetros para definir quién es o no científico, que artículo, revista o libro merece tal distinción, no importando el aporte al pensamiento, el impacto en las grandes mayorías, sino su adecuación a unas normas y modelos predeterminados.
La imposición del APA -y los manuales que son una burda reproducción de este- no son más que un anacronismo en los tiempos que se habla de la creatividad y la libertad humana, del necesario compromiso del investigador con su realidad, de la pertinencia social de la investigación, de que ésta no es una construcción predeterminada sino que es un producto colectivo, donde es necesario revindicar el yo y el nosotros como demostración del verdadero compromiso y romper con la vanidad, que está más cercana al dogmatismo del pensamiento religioso que al pensamiento liberador que requiere nuestra sociedad .Mas que la observación y resolución de problemas, la aplicación de modelos, la gestión de conocimientos supuestamente exitosos en los niveles económicos (habrá que preguntarse para quien y bajo que costo social) se requiere pensar y repensar la educación, sin dogmatismos, produciendo y no solo gestionando conocimiento . Los problemas de la educación no son solo administrativos, cognitivos y curriculares, sino, antes que todo, políticos, sociales, culturales y filosóficos.
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