La Ciencia en la Reforma de Córdoba

El momento cronológico se combina, para que en su centuria podamos recordar el carácter estratégico, que tiene la juventud universitaria preocupada por adquirir elevados niveles de formación, que permitan de manera renovada ingresar a los circuitos de una organización social y productiva, que requiere transformaciones periódicas inevitables. Es por eso, que Córdoba se convierte en un grito de rebeldía que levanta su voz, para recordarnos que la ciencia no puede pasar por las universidades, como quien pasa por casas mudas y cerradas, que siempre permanecen silenciosa, mutilada y grotesca al servicio burocrático.

En el libro las palabras y las cosas de Michel Foucault, nos recuerda que cuando hablamos de la ciencia, no hay que olvidar, que ni el hombre, ni la vida, ni la naturaleza son dominios que se ofrezcan espontánea y pasivamente a la curiosidad del saber. Se puede afirmar, que en las casas de los saberes, como son las universidades, se hace necesario emprender un ejercicio arqueológico que permita estimular la curiosidad del saber, un referente un tanto indispensable para la ciencia. Es una deuda pendiente en las luchas emprendidas en la reforma de Córdoba, que todavía no se ha visto materializada en el hogar de los estudiantes universitarios, una praxis totalmente distinta, que no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios.

Siguen más vigente que nunca aquellas palabras, cuando señalan que las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y lo que es peor aún, el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que la dictara. Se hace necesario recordar, cual era el contexto que giraba entorno a la formación de los estudiantes universitarios, antes de que se presentara la reforma universitaria, era primordial y un santo sacrilegio, que todo el que fuera a graduarse al recibir su título, jurara en forma obligatoria sobre los santos evangelios. Esta acción final, era el cierre de toda una enseñanza, en la que siempre estuvo presente la teología, la voluntad divina y el derecho canónico, como una especie de conservación anacrónica de los conocimientos fundamentales para una universidad medieval.

En la reforma de Córdoba, se corrió el telón de fondo en donde se deje ver que el chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia, es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla. Una caracterización sencilla y contundente de la ciencia, sin el rigor que nos presenta el camarada Luís Britto García, en su libro la ciencia, fundamentos y métodos, en el que nos señala que la ciencia es un conjunto o cuerpo de conocimientos que se refieren a un mismo objeto, sistemáticamente estructurados y relacionados entre sí, de los cuales se extraen principios o leyes generales y conceptuales mediante un método manejado con objetividad.

Estos métodos en las manos de los docentes, tienen que mantener alejado a un estrecho dogmatismo que muchas veces contribuye solamente apartar a la ciencia de la universidad. Los profesores no podemos negarnos a la ciencia, a costa de seguir manteniendo una plácida ignorancia, conservadora, inmóvil y senil, que instauró un régimen académico que ha llevado la mediocridad a la enseñanza. En Córdoba podemos encontrar una rebelión de los estudiantes críticos y con una mayoría intelectual, hacia un sistema que busca embrutecerlos, limitarlos y volverlos sumiso.

En todas estas palabras, como un recorrido rápido por la reforma universitaria, que nos exige a todos aquellos que formamos parte de una universidad en deuda con un pueblo, por avanzar en la construcción de un pensamiento crítico, que busca revolucionar las conciencias, que dialogue con los saberes, que construya teoría, que transforme los textos en contextos, que estimule la lectura, que pueda ver en los estudiantes intelectuales en formación y desde donde seamos capaces de entender, que la única vinculación espiritual que tiene que prevalecer, es aquella que busca enseñar y un aprendizaje, que se fundamente en una larga obra de amor.

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Adrian Avila

Profesor universitario

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