Cada mañana, al ver a mis niñas se hace más lindo el día y se me
endulza el corazón.
No es ese el caso para algunos mamás y papás venezolanos. Ellos
acuestan a sus pequeños cada noche y permanecen insomnes al lado de sus
camitas, con el corazón arrugado por la terrible certeza de que esta
noche puede ser la última que pasaran con sus hijos.
La incertidumbre les corroe el alma, cada vez más magullada. Sus
carajitos, sus tesoros van a ser cubanizados, se los dijo el leopoldo,
el de globovisión y el de Chacao, se los dijo miguel ángel, marta,
pedro, carla y kiko, (todos con minúscula, por razones obvias). Está en
boca de todos, en el este de Caracas y sus sucursales de provincia, en
el mercado, en la oficina, en la iglesia y en el club.
No saben exactamente cómo, pero si que lo van a hacer. Algunos piensan
que se los van a llevar a Cuba y les lavaran el cerebro para luego
devolverles uno niños desconocidos con las caritas de sus hijos, a
quienes tendrán que querer, porque la voz es la misma, la sonrisita
también. Los más moderados, en medio de su histeria, están convencidos
de que el lavado y engrase cerebral lo harán en los mismos colegios que
ellos pagan con el sudor de su frente y algunas cuotas extras. El
colegio, ese recinto sagrado, donde antes depositaban a sus querubines
cada mañana y hasta las cinco, con el alivio que produce no tener que
calarse a esos carajitos, con su gritos y con sus mocos durante todas
esas horas. ¿Por qué no habrá colegio el sábado? Pero aún asi se
preocupan.
Según ellos, entre la lista de útiles para el próximo año escolar,
junto a las temperas y plastilinas, habrá que comprar un silabario
marxista, una pistola de balines y uniformes de guerrilleros pequeñitos
marca FARC. Los hermosos colegios privados, serán convertidos en
cuarteles infantiles. Toboganes y columpios serán arrasados y
sustituidos por barriales con obstáculos y alambres de púas. El
catecismo por el librito de Mao o peor aun por la Constitución
Bolivariana, las maestras por sargentos cubanos y el inglés por el
español. Nos los van a adoctrinar...
Yo no se, cual es el problema con la adoctrinamiento de escolares, si
no es nada nuevo, es lo mismo pero al revés. Yo cursé mi primaria en un
colegio privado, se llamaba Santa Cruz, lo que sugiere al lector por
donde van los tiros. En mi colegio, católico y muy caro, se formaron,
mejor dicho, deformaron varias generaciones de niños bajo preceptos
dictados por la santa iglesia católica. La doctrina religiosa me la
embutieron por las orejas, junto con otras doctrinas de la misma calaña.
Nos enseño el cura de mi cole, El padre Lebrúm, que luego fue Cardenal,
la virtud de ser humildes, a mirar a los de arriba con la cabeza gacha.
Nos enseñaron, que efectivamente todos somos hijos de Dios, pero unos
como que son bastardos. Aprendí en mi colegio que los niños no son
todos iguales, que vienen en diferentes categorías, Ellos: los ricos,
valencianos de pura cepa, descendientes de los ilustres que perdieron
la cabeza a manos de Boves por chupamedias y arrastrados. (esto último
lo descubrí yo algunos años después). Nosotros: los menos ricos pero
con posibilidades de comer cada día, dormir arropaditos y recibir
muchos juguetes en la navidad. Aquellos: negritos descalzos, con hambre
y sin padre, a quienes ni siquiera el niño Jesús les paraba, puesto que
cada navidad nos pedían en el colegio que trajéramos regalos para darle
a esos pobres diablitos.
Aquel acto de caridad, sembró la primera duda, el niño Jesús no existe
y si existe es bien malo. Porque yo tengo juguetes y no necesito
tantos, que me traiga uno solo y reparta los demás. Con paciencia, mis
tutores me explicaron que no les llevaba nada porque habían sido malos.
Después el catecismo, les complicó más la cosa, con sus misterios, sus
mandamientos , sus sacramentos y su amplio surtido de pecados que van
del original a los capitales. ¿Cómo si yo era buena podía ser tan mala?
La soberbia era uno de los pecados favoritos en mi colegio. Le llamaban
soberbia a mis ganas de comprender. Cuestionar a un maestro o al cura,
era un acto que me ponía en las puertas del infierno. Y yo, que
preguntaba mucho porque no entendía nada, me convertí en la pecadora
favorita del padre Saldivar, sustituto de Lebrúm cuando éste dejo a su
rebaño para vestirse de obispo.
Recuerdo que todos los jueves pasábamos, de uno en uno, a la
biblioteca, en los ocho años que estudié en ese colegio solo cuatro o
cinco veces fuimos allí a leer. le habían encontrado un uso más elevado
a aquel cuarto lleno de libro nuevecitos que no podíamos tocar. Lo
convirtieron en confesionario. Yo iba a regañadientes porque era
obligatorio, creer que no había pecado me convertía en una pecadora
peor. Cuando estaba en sexto grado, me arrodillé una mañana frente al
padre Saldivar y miré hacia arriba buscando inspiración. Yo inventaba
pecados cada jueves como para no quedar mal, pero ese jueves todavía no
se me había ocurrido ninguno cuando llegó mi turno. Arriba del
confesionario habían dos litografías, una de Sucre y otra de Bolívar.
Se me prendió el bombillo y pregunte al padre con vocecita de yo no
fui: Padre, ¿matar es pecado?- Saldivar, siempre pausado, esta vez
contestó apresurado con su acento de español, claro que es pecado hija,
y uno de los peores. Ahí es donde te quería tener- pensé. Entonces yo
tengo un problema padre, si matar es pecado, ¿Dónde está Simón Bolívar,
en el cielo o en le infierno?-. Al pobre padre Saldivar se le
desorbitaron los ojos y comenzó a balbucear. Españoles y Canarios...-
pensaba gritar yo si el cura se equivocaba, no en vano era la
presidenta de la Sociedad Bolivariana de mi colegio. Se salvó de
chiripa, porque en vez de darme un explicación me mandó a rezar varios
Ave María para que la Virgen me iluminara y aclarara mis dudas. Así me
libré para siempre del santísimo sacramento de la confesión
obligatoria. La rebeldía, aprendí, no se extingue a punta de dogmas
extemporáneos, en todo caso se aviva.
Años después, en tiempos de Carlos Andrés, segunda parte, fui pillada
infraganti, por una supervisora del ministerio de educación, tratando
de convencer a mis alumnos de seis años, que el presidente de la
república era un servidor público. Mis niños, incrédulos, me miraban
como si su maestra les estuviera echando vaina, el bombero, el cartero,
el doctor y la enfermera, y el presidente- repetía y ellos se reían a
carcajadas. La supervisora indignada me gritó: ¿Y quien le dijo a usted
que el presidente es un servidor público? y no me dejó responder, salió
dando un portazo y solicito mi despido inmediato. Yo me quedé sin
trabajo y mis niños sin aprender...
Y son ellos los que hablan de adoctrinamiento escolar como si fuera una
novedad, un invento diabólico del bestia que nos gobierna. No señor,
hasta aquí llegamos, ya se les acabó el pabilo. Adoctrinamiento no,
simplemente educación para la vida, educación de la buena. Nuestros
niños van aprender a aprender, van a pensar y a preguntar y les vamos a
responder y vamos a debatir y serán adultos críticos, solidarios,
creativos, emprendedores, espontáneos, responsables y, lo que más les
duele señores, patriotas.
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