La educación y la universidad en la era post-pandémica

La pandemia del Covid-19 no llegó sola, sino que adoptó la forma de hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) y asumió un carácter disruptivo conforme se entrelazó con otras dimensiones de la realidad social hasta condensarse con la crisis sistémica y ecosocietal de larga gestación y duración (https://bit.ly/3l9rJfX). La educación no queda al margen de ese cambio de ciclo histórico conforme muta la crisis epidemiológica global y se hacen sentir los efectos de la gran reclusión. Lo que alteró la pandemia fue la forma en que las sociedades, familias e individuos se acostumbraron a organizarse y a desplegar su cotidianeidad bajo ciertas certezas preconcebidas. El vértigo de la incertidumbre que es consustancial a la crisis sanitaria y a las decisiones públicas y privadas que se tomaron para encauzarla, trastocó la vida laboral, la movilidad urbana, la socialización a través del proceso educativo, la convivencia y el esparcimiento.

El día después de la pandemia (http://bit.ly/2WxfQG0) no será terso ni tendrá parecido alguno con los días, meses y años previos al inicio del confinamiento global en marzo de 2020. Particularmente, la superficial y demagógica "nueva normalidad" dinamita ante el cúmulo de rezagos y retrocesos que se aceleraron y acumularon a lo largo de los últimos dos años. Si algo gestó la pandemia fue la exacerbación de las desigualdades extremas globales y la pauperización de los pobres y de las clases medias; de ahí que la publicitada "nueva normalidad" no se traduzca en un simple "darle vuelta a la página". En ese tránsito a la era post-pandémica praxis como la educativa no están exentas de desafíos y de contradicciones en el mar de las nuevas conflictividades y desigualdades gestadas con el distanciamiento social.

El retorno a las actividades educativas presenciales no está exento de dificultades en ninguna parte del mundo, ni supone retomar así sin más las dinámicas previas a la crisis sanitaria. Los desafíos son múltiples, comenzando por los relativos a la calidad del proceso educativo afectada con la gran reclusión y la ansiedad y angustia a la cual se sometieron niños y jóvenes en la modalidad de educación a distancia.

En cualquier nivel escolar, la construcción del conocimiento es un proceso colectivo que supone intensos procesos de socialización, emotividad y de una comunicación estrecha entre estudiantes/docentes, estudiantes/estudiantes y docentes/docentes. Se trata de una comunicación multidireccional que precisa de la cercanía física y de una interacción cara a cara que supone el despliegue de emociones, empatía y cooperación. Estos factores no son fáciles de ejercer en la educación en línea por el distanciamiento que en sí imponen las mismas tecnologías y por el carácter efímero de la comunicación y la mediación en esa modalidad.

Aunado a ello, países como México evidenciaron una exacerbación de las desigualdades en materia de derechos digitales. Desde los tiempos previos a la crisis pandémica, solo 12,9 % de las escuelas de nivel básico registradas en la Secretaría de Educación Pública (SEP) contaban –para el año 2018– con laboratorios de computo; 46,7 % contaban con al menos un equipo de computo; y el 22,7% disponían de acceso a Internet. La brecha digital se condensó con la pandemia y también con el déficit de habilidades pedagógicas y didácticas para trasladar la escuela y la universidad a entornos digitales.

El mismo Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) realizó un estudio para el caso mexicano y estimó, para agosto de 2020, que la estrategia de educación en línea de la SEP desplazó a alrededor del 55 % de los hogares. Mientras que la mudanza a la televisión como protagonista en la difusión de contenidos educativos, si bien fue más incluyente en cuanto a cobertura que la anterior estrategia, demeritó la calidad educativa, la cercanía y la relación estudiante/docente, y la atención personalizada por parte de los profesores. Estos retos que fueron impuestos a la escuela y al proceso educativo, se fusionaron con la deserción de dos millones de estudiantes en los niveles básicos. Sin embargo, el mismo Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), a través de la Encuesta para la medición del Impacto Covid-19 en la Educación 2020, señaló que para el ciclo escolar 2020-2021 no se matricularon por motivos económicos y digitales alrededor de 5,2 millones de estudiantes en edades de los 3 a los 29 años (https://bit.ly/3kuQUeP).

Lo anterior ilustra que los desafíos que se ciernen en la era post-pandémica sobre la escuela en general y sobre la universidad en particular, son múltiples: son académicos, didáctico/pedagógicos, así como relacionados con el acceso a los espacios educativos y al pleno ejercicio del derecho a la salud. Son desafíos logísticos, pero también son emocionales y neuropiscológicos en la medida en que la pandemia y el miedo que le circunda afecta la intimidad y salud mental de niños y jóvenes expuestos al dolor relacionado con la enfermedad y la muerte. La solución no atraviesa necesariamente por la generalización de las campañas de vacunación entre las poblaciones educativas; es preciso instalar el tema de los cuidados como parte de las estrategias y de la reconfiguración de las decisiones públicas que le darán forma a la era post-pandémica (https://bit.ly/3j7iwmV y https://bit.ly/3shJLjs). Los desafíos son mayores para aquellas sociedades subdesarrolladas que enfrentan la escasez inducida de vacunas y que aún no logran cubrir a amplios segmentos de sus poblaciones.

Por su parte, las universidades, luego de un 2020 que significó el retiro autoimpuesto de la academia y la incapacidad para pensar en tiempo real (https://bit.ly/3of8X82), enfrentan el desafío de enmendar el extravío del pensamiento crítico (https://bit.ly/3stgiEz) y de hacer frente a las rupturas epistemológicas cimbradas por el cambio de ciclo histórico acelerado con la crisis epidemiológica global. Resulta preciso que la universidad sea capaz de (re)pensarse a sí misma y de deconstruirse a partir del implacable paso del huracán pandémico. Si algo evidenció la pandemia es la urgencia de evitar las miradas parceladas o compartimentalizadas sobre la realidad y sobre la pandemia como red de sistemas complejos. No basta concebir a la pandemia desde los supuestos y postulados de la salud pública y la epidemiología; son necesarios y urgentes las miradas y saberes provenientes de múltiples campos del conocimiento. La pandemia es un problema de investigación científico, médico, tecnológico, económico, ecológico, antropológico, comunicacional, neuropsicológico y, a su vez, humanístico. De ahí que las decisiones públicas y las posibles soluciones de cara a esta crisis sistémica y ecosocietal no atraviesen única y exclusivamente por miradas parceladas o compartimentalizadas que pierden de vista la perspectiva en torno a la totalidad.

En medio del asedio del individualismo hedonista (https://bit.ly/3vZiRjt), la universidad necesita tomar conciencia de que las ciencias en general se supeditaron a intereses creados y a poderes fácticos desde el inicio de la crisis epidemiológica global. El consenso pandémico edificado sobre el poder de la industria mediática de la mentira y la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu), se afianzó para beneplácito del big pharma y del big tech. Si la universidad no es capaz de reflexionar sobre la inadecuación histórica de las ciencias y sobre las rupturas epistemológicas radicalizadas con la crisis sistémica y ecosocietal y con el actual colapso civilizatorio, entonces esa organización educativa y generadora de conocimientos corre el riesgo de extraviarse en la futilidad y la intrascendencia. De ahí que sea el momento propicio para abrir oportunidades que permitan imaginar y crear nuevas epistemologías que articulen a las ciencias con las humanidades, a las técnicas con las artes, y al pensamiento científico con los saberes alternativos.

Y si la universidad es capaz de (re)pensarse y de (re)construirse a sí misma en el maremágnum de la era post-pandémica, entonces está urgida de revisar su vinculación con la sociedad y a dotarla de mayor vigor y creatividad. La producción y difusión de los conocimientos, el mismo oficio de la investigación y el arte de la docencia, precisa la comprensión de las megatendencias globales; la identificación de las especificidades que adquirió la pandemia en los espacios locales; la construcción de resiliencia ante las futuras crisis sistémicas; y el estudio sistemático de las nuevas desigualdades y conflictividades. Si desde la universidad no se tienden los puentes entre la academia y la praxis política, las sociedades contemporáneas no serán capaces de revertir el colapso civilizatorio.

La supeditación de la universidad al carácter desbocado del mercado no es el camino para enfrentar la crisis multidimensional contemporánea, pues la pertinencia social e histórica de esa organización tenderá a diluirse en medio del individualismo hedonista y del mantra de la eficiencia económica. De ahí que sea preciso pensar –más allá de la racionalidad tecnocrática y del afán de lucro y ganancia– en otro tipo de relaciones entre la universidad y el mercado; entre el conocimiento y el proceso económico.

El desafío epistemológico se fusiona con los problemas didáctico/pedagógicos recrudecidos por la pandemia en todos los niveles educativos. Es necesario (re)prensar y (re)construir la educación presencial para apegarla a los problemas públicos inmediatos de las comunidades escolares. Sin una mayor pertinencia de los contenidos escolares, entonces la escuela no responderá en esa era post-pandémica a las urgencias de la sociedad donde radica. Más allá de caer en la tentación de categorizar a la educación a distancia como algo carente de sentido, es preciso colocarla en su justa dimensión y contar con claridad respecto a su utilidad y contribuciones. La masificación de la educación puede apoyarse en estas tecnologías de la información y la comunicación, pero ello no supone descuidar los rigores teórico/metodológicos y el despliegue de la imaginación creadora. La pandemia no solo nos obliga a resignificar el proceso de enseñanza/aprendizaje, sino también a examinar la pertinencia de la escuela y de la universidad como escenarios vivenciales desde donde se construyen las sociedades (https://bit.ly/3fPmlfz).

A grandes rasgos, la educación es uno de los territorios donde se disputa la construcción de significaciones, y la era post-pandémica si bien supone desafíos y puntos de quiebre también abre oportunidades para reivindicar el despliegue del pensamiento crítico y del pensamiento utópico con miras a imaginar el futuro y la construcción de escenarios alternativos. La emergencia de nuevas desigualdades y conflictividades no será comprendida ni combatida sin la reinvención del proceso educativo y sin nuevas prácticas en la construcción del conocimiento tanto en la escuela como en la universidad.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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