Toda persona con cuatro dedos de frente sabe que las pruebas, sean de conocimiento o de aptitud, no son confiables como única medida para decidir el ingreso o no de un aspirante a la educación postsecundaria. Diversas teorías de la inteligencia apoyan la idea de que una mejor solución es echar mano de varias fuentes de información sobre diversos aspectos del aspirante. Por otro lado, tenemos suficientes evidencias que nos señalan el carácter segregacionista de la mayoría de las pruebas de conocimiento y de aptitud que usan masivamente, incluso se ha denunciado su basamento en ideas racistas. Cuando converso con colegas sobre estos asuntos, incluso con algunos autodenominados expertos en pruebas de admisión se niegan a aceptar esos argumentos y siempre me exigen más y más pruebas en contra de las benditas pruebas de admisión tal cual como se han diseñado hasta ahora. A pesar de evidencias en contra, los defensores de las pruebas como única medida, algunas veces combinada con las notas obtenidas en la escuela, mantiene la defensa de las mismas. Recientemente se han publicado resultados de algunas investigaciones sobre la influencia de la “ansiedad matemática” en el desempeño en pruebas estandarizadas que se suman a esas evidencias.
Desde la perspectiva del procesamiento de la información, en el proceso de resolución de problemas las personas requieren usar un cierto espacio de memoria a corto y largo plazo. En particular la primera juega un papel preponderante en ese proceso. La “ansiedad matemática”, entendida como sentimientos de miedo y aprehensión hacia y de evasión de las matemáticas, ocupa parte de la memoria a corto plazo incluso podría llegar a agotarla. Por lo tanto, la ansiedad estaría atentando contra la capacidad de resolución de problemas al restarle espacio en la memoria a corto plazo. La resolución de problemas sencillos de matemáticas, los cuales en general requieren de cálculos poco sofisticados, requiere de muy poco espacio de memoria a corto plazo. Mientras que la resolución de problemas más complicados, más exigentes, como los que suelen usarse en las pruebas de aptitud y conocimiento colocan una exigencia mayor sobre esta memoria. Un estudiante que experimente “ansiedad matemática” en el momento de la prueba verá seriamente limitada su habilidad para la resolución de problemas. Al punto que aún estudiantes excelentes en matemáticas podrían encontrar serias dificultades para responder una prueba si sufren de ansiedad. Una de las maneras de disminuir esta ansiedad es el entrenamiento previo que normalmente se ofrece a través de costosos cursos de preparación para las pruebas de admisión. Pocas familias pueden realmente costearse estos cursos, mientras que otras lo harían sometiéndose a sacrificios económicos.
Psicólogos que han estudiado el efecto de la “ansiedad matemática” en el desempeño en pruebas estandarizadas, como Sian Beilock (Fuente: http://news.yahoo.com/s/nm/20070219/od_nm/math_anxiety_dc), sugieren que: “No es inteligente apoyarse completamente en el puntaje en una prueba estandarizada para predecir quién tendrá éxito”. Si hay evidencias suficientes que nos muestran las limitaciones de las pruebas estandarizadas y de la política de admisión a la educación postsecundaria basada en las puntuaciones obtenidas en esas pruebas, aunque se compongan en un índice con las notas, porque seguimos insistiendo en su uso. La pregunta que sigue es quién se beneficia y quién se perjudica con esa política. Insisto, la Revolución Bolivariana sigue en deuda con cientos de miles de jóvenes al no haber sido capaz de diseñar una política “inteligente” para distribuir el acceso al nivel de la educación superior. La situación es tan grave, que esta ausencia de política ha permitido que la segregación en la admisión se acentúe y se fortalezcan los sistemas perversos administrados directamente por las universidades.
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