Los desafíos de la docencia en la resignificación de la universidad pública

Quizás la forma más efectiva de transmitir conocimientos sistemáticos de generación en generación y, con ello, de crear proceso civilizatorio, es la docencia. A través de ella se forma al niño y al joven en las artes y destrezas que le permiten apropiarse del mundo a través del lenguaje.

A su vez, la docencia es una praxis transformadora del mundo por cuanto introduce un proceso de enseñanza/aprendizaje que modifica la mente y la cotidianidad de quienes en ella participan. Docentes y estudiantes son parte de procesos cognitivos que no solo precisan de fundamentos metodológicos y didácticos sino de una actitud, motivación y sensibilización que les aproxima y que los pone en contacto con la realidad.

Particularmente, en el ámbito universitario la praxis de la docencia puede alcanzar niveles de realización que posicionan al especialista y al estudiante en dinámicas creativas que redundan en la construcción de nuevos conocimientos y en la emergencia de una renovada relación con el entorno social. Y ello no se agota en la simple transmisión de conocimientos, habilidades y técnicas sino que adquiere tintes diferenciados con el aprender a aprender y el aprender a hacer. El arte de conocer no solo es un proceso de acumulación de conocimientos, sino también de construcción de la realidad y de proyección y transforrmación histórica.

El aprender a aprender supondría en el ámbito universitario un ejercicio de rectificación y de expresión del pensamiento crítico. Un retorno constante y dinámico hacia la realidad y la posibilidad de asumir al aprendizaje como un proceso continuo en el cual el ser humano no solo hace de la teoría una praxis, sino que la entrelaza con el hacer cotidiano y con el proceso de toma de decisiones.

En el caso de la universidad pública, si ella es la cuna del pensamiento crítico, entonces el compromiso social puede asumir facetas que lo conectan con las contradicciones de la sociedad y con los problemas públicos más acuciantes. Ello torna complejo el carácter de la docencia por cuanto en ella se dilucida un aprender a hacer que la relaciona directamente con dichas problemáticas y con el cambio social.

De cara a la entronización del individualismo hedonista (https://bit.ly/3fWNb8p) que se cierne sobre las universidades, la docencia abre cauces que facilitan asumir al conocimiento como un proceso colectivo que precisa de relaciones horizontales donde el estudiante, en efecto, aprende, pero también donde el docente enriquece sus acervos a partir del cuestionamiento y de lo aportado por el educando.

Si se fusiona con la investigación, la docencia recrea y revitaliza el conocimiento; al tiempo que potencia las posibilidades de éste para readecuarse constantemente al curso y devenir histórico. De ahí la relevancia de la imaginación creadora y del rigor metodológico.

Sin embargo, en las mismas universidades la docencia tiende a petrificarse. Reducida a una actividad mecánica, acrítica, sujeta a la improvisación y descontextualizada, la docencia es más una labor informativa que formativa. Si el estudiante es un receptáculo de información y de teorías vacías de contenido, descontextualizadas, transmitidas por un docente que se asume protagonista, entonces las posibilidades de diálogo en el proceso de enseñanza/aprendizaje se diluyen. En medio de ese ejercicio mecánico el estudiante se torna acrítico y deja de pensar por sí mismo y de mostrar alguna postura ante la realidad y su conocimiento. Entonces el docente se convierte en un burócrata del conocimiento que espera obediencia y feligresía del estudiante. Ese carácter profesionalizante de la universidad la acerca a una fábrica productora de mano de obra pasiva, acrítica y social-conformista desarraigada de las necesidades del entorno social y sujeta a herencias e inercias medievales donde impera un pensamiento parroquial.

Entonces no se toma plena conciencia del acto de aprender, sino que es visto como un acto procedimental donde impera la racionalidad del costo/beneficio y se raya en el anquilosamiento mental que suprime la experiencia, potencial, energías y espiritualidad del estudiante. Esa racionalidad instrumental, en el caso del docente, se reduce no pocas veces a un proceso mecánico donde, a través de la docencia, obtiene estímulos económicos, prestigio o demás prebendas; mientras que el estudiante creé acumular conocimientos para brindar respuestas automáticas, acreditar asignaturas y lograr una titulación. Ni qué decir del plagio y la proclividad a inhibir la formación de una postura y una voz propias fundamentadas en la libertad de pensamiento.

Cuando el conocimiento se convierte en simple información, el proceso de enseñanza/aprendizaje deviene en una mutilación de la vocación, la alegría y el gusto por el arte de conocer, y que consiste en crear y reafirmar vínculos colectivos para comprender el mundo y contribuir a transformarlo. Si no se cultiva la capacidad autodidacta a través de ese acompañamiento del docente y del resto del grupo de estudiantes, entonces el conocimiento se torna inerte y lejano del debate y la contrastación empírica. Lo que la docencia cultiva es un cúmulo de situaciones, experiencias y ejercicios intelectuales que facilitan la formación escolar y el ejercicio profesional. De ahí el carácter transformador de la docencia por cuanto modifica al individuo y trastoca su entorno.

En las universidades no solo basta un docente que domine la disciplina que imparte, sino que se precisa de un dominio didáctico/pedagógico y de una vocación por producir nuevos conocimientos con criterios de innovación que atiendan lo inédito y lo desconocido. De ahí la relevancia del ingenio y la imaginación creadora, que se funden con la intención de cambio y con la capacidad para esbozar nuevas preguntas y construir respuestas sustentadas metodológicamente.

En suma, la docencia en las universidades está urgida de asumir el carácter complejo de esta praxis, de trastocar las tradicionales relaciones jerárquicas entre docentes y estudiantes, hacer de la investigación educativa el eje rector del ejercicio didáctico y pedagógico, y de crear una simbiosis entre el cultivo del razonamiento y la asimilación de principios transformadores de la realidad. Solo así la universidad contemporánea escapará de sus propias cadenas y hará del pensamiento crítico una praxis permanente en la formación de las nuevas generaciones.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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