El Metropolitano, 15-07-10
Nota: Ahora que hablamos tanto, si no de la escuela en sí, pues generalmente de eso poco se habla y casi siempre ha sido así, aunque bastante de lo con ella relacionado, como el asunto del salario docente, que podría determinar su calidad y la pérdida de fuerza moral e interés de los bellos y hasta sublimes fines que deberían adornar al Estado y a ella misma, he recordado este trabajo que llamaría cuento, escrito en el año 2010, como arriba se indica, pero hace alusión a un acontecimiento de años anteriores.
La reunión a la que aludo en el trabajo o, mejor la celebración, fue la parte final de todo un largo acto o conjunto de actos, que dieron motivo para que escribiese otro cuento, que por ahora no he hallado, que habla acerca de un docente quien, como "El otro yo, del Dr. Merengue", el célebre personaje de la caricatura del argentino José Antonio Guillermo Divito o " El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde", novela de Robert Louis Stevenson, tenía dos personalidades casi diametralmente opuestas. Actuaba de una manera formalmente impecable y hasta excelente, de acuerdo a los cánones de aquella escuela privada y de otra totalmente distinta y opuesta en la pública, donde él, por una extraña coincidencia también "prestaba sus servicios"; un espacio que, a todas luces, le parecía ajeno. Y la diferencia no estaba en los valores de una escuela u otra, sino simplemente en lo formal. En la primera cumplía la rutina de atender a los representantes, en el rol de profesor guía, al final de cada trimestre y el año escolar de manera impecable, caballeresca o mejor dentro del rol que corresponde cabalmente al docente, como si fuese el Dr. Jekyll y en la segunda, la pública, su comportamiento más parecía el del "señor Hyde". En esta segunda, la pública, donde cobraba más, y pese ser del partido que gobernaba, se sentía ajeno, molesto, fastidiado y hosco.
Y me motiva reponer este cuento, porque los cuentos casi nunca pierden vigencia y ahora mismo, por lo que entre nosotros sucede, pudiera al contrario ganar más lectores de la que antes tuvo, cuando fue escrito, casi "en vivo y en directo".
Y más por esa creencia extraña se puede mejorar la calidad de la educación, sustituyendo a los docentes nacionales por extranjeros, bajo el supuesto que estos serían "muy buenos" y hasta mejor de los que ahora tenemos, pese hayamos perdido unos cuantos, como la enorme cifra de la cual se habla en los medios. Pese uno no entiende ni entendería nunca, cómo conseguir buenos docentes en el extranjero con salarios como los ahora a estos se pagan. Seguro estoy que, en estas condiciones, no es posible conseguir ni siquiera "piratas", como solíamos decir antes, en mi tiempo. Ni siquiera mercenarios. Esta opción es parecida a la misma que denuncia Luis Britto García, según la cual, uno así lo interpreta uno sin temor a equivocarnos, que se pretende hacer creer que es ser antiimperialista, permitir, como permiten las leyes de Inversiones Extranjeras y Antibloqueo, que las diferencias entre los intereses del capital internacional, los trabajadores y el Estado, se diriman y resuelvan en tribunales extranjeros.
Alguien quien fue maestro de escuela y docente egresado de nivel superior, profesor, según es su título, pero quien bien uno sabe, porque se movió cerca de su mundo y bastante de su hacer supo, como que casi nunca fue docente, sino dirigente sindical, gozando de eso que llamaban "licencia sindical", que le permitía cobrar su salario docente para ocuparse de labores sindicales y políticas, lo que no es la mejor de las ocupaciones para aprender acerca de la pedagogía, pues mecánica se aprende en un taller donde se arreglan carros, máquinas y no dentro de una oficina de sindicalistas, dijo una lamentable y triste frase, según la cual, "docente puede ser cualquiera".
Dijo aquello, como respuesta triste, de ver que siendo él, ministro de Educación, centenares de docentes se iban del país empujados por un salario que no les alcanzaba para cubrir los gastos más elementales de la vida. Y lo dijo además, por lo que ya dije, no fue un verdadero educador, fue un sindicalista y político. Ellos, en verdad, no se fueron, los echaron. Y el funcionario a quien me refiero ahora, supo bien de lo que ahora hablamos, pues se pasó la mayor parte de su vida, con justificada razón, promoviendo huelgas para que el salario de los docentes fuese razonable, tanto como para poder cumplir su tarea con sacrificio y suficiente amor. Y por haber hecho eso durante años, se ganó un merecido prestigio.
No es cierto eso que, "cualquiera puede ser docente". Cualquiera pudiera ser aquello que llamábamos "dador de clase" o vigilante de muchachos en el aula. Por algo, según la Ley venezolana, se exige que para ser docente el título respectivo o profesional de otra rama con "el componente docente". Y además, en ciertas áreas, es vital, obligatorio, tener la ciudadanía venezolana.
¿Pero qué es una educación de calidad? No nos cabe la menor duda que, el primer y más sublime objetivo de la escuela o la educación formal, es formar ciudadanos ganados al servicio de la patria y sus respectivos intereses. Para no alargar esto, ahora diré, por eso el cuento que sigue tiene ese título. Pues esa escuela, con aquel muchacho, fracasó en el logro de un principal objetivo, aparte que haya sido una privada, y casi nadie, salvo este siempre anacoreta, en aquel espacio, de eso se dio cuenta. Y dije "casi nadie", porque la "brillante" orientadora, egresada de la UCV, sí lo supo, pero prefirió ignorarlo, por "su escuela", seguridad y su poca propensión a meterse donde nadie le llamaba. Pero lo más triste y llamativo en todo eso es que, quienes allí estaban, salvo este iluso anacoreta, celebraban su fracaso o el no cumplimiento de sus objetivos. Porque eso es una manía o conducta de uno, de una escuela vieja, poner por delante los intereses de la patria y la escuela que me formaron y meterme en lo que a otros no le importa.
Una escuela celebra su fracaso
Eligio Damas
Diario El Metropolitano, Barcelona, 15-07-10
Este relato habla de un acontecimiento de años atrás, pero pudiera ser ahora. Somos el mundo donde lo real, imaginativo, pasado y presente se confunden.
En un colegio privado de matrícula elevada y docentes dóciles, se celebraba la última actividad del año. Por lo menos, con respecto a lo que en lenguaje coloquial llamamos bachillerato.
Fui allí, una tarde de sábado, acompañando a un familiar a retirar el boletín de calificaciones finales de su hija mayor, mi ahijada. Después de este acto que estuvo limitado a alumnos de una sección, nos invitaron a todos a trasladarnos a una sala amplísima, donde se festejaría por todos los muchachos que aquel día culminaban estudios secundarios.
Luis, Giovanny, Jhony, Salvatore, Simone, el nombre no importa, como tampoco dónde nacieron sus padres. Pero sí, que éstos llegaron a Venezuela aventados por la economía que aún sufría por los rigores de la guerra. Eran muy jóvenes y aquellas difíciles circunstancias, no les permitieron cumplir con los deberes de la escuela, formal e informal, tanto que llegaron en ladre, poco entre ceja y ceja, salvo el mucho deseo de aprender para ganar y regresar.
Como imaginamos, haciendo de "toeros" – expresión usada por Rómulo Gallegos para quienes no sabían hacer nada -, práctica muy común de venidos de fuera en aquella época, se abrieron paso en esta inocente comunidad. Incipientes albañiles se volvieron "inyenieros constructores", otros vendieron "lámparas que salgan", de puerta en puerta y por cuotas de cobrar los fines de semana, algunos montaron lavanderías sin haber lavado nunca, ni su propia ropa, sino por haber oído comentar de ello en el mismo barco que aquí les dejó; no faltó quien imitase a las águilas chulas. No pocos trajeron ideas, procederes nuevos y creativos.
Los padres específicos de este cuento ascendieron, materialmente hablando, rápido como casi todos aquellos. La fantasía de un país donde cada uno de ellos sería como el dios Midas, sólo que ellos nunca han sabido quién es aquel señor, que se forjaron allá en su entonces empobrecida tierra, se les hizo realidad. Tanto que, al mismo tiempo que compraron vivienda de buen vivir, coche confortable y otros lujos, pudieron inscribir en el preescolar del más exclusivo y costoso colegio de la ciudad a su primer hijo. Lo de la escuela del chamo lo vieron con el mismo cristal y hasta para apartarle de la "chusma".
La escuela, en cualquier parte del mundo, por lo menos hasta el bachillerato, tiene algunos objetivos básicos: socializar al niño, identificarlo con su entorno, hacerlo hombre o mujer en el más amplio y generoso sentido de la palabra, ciudadano e identificarlo con los intereses de su nacionalidad.
La venezolana debe formar ciudadanos en concordancia con los intereses comunes a todos, como en cualquier país. Es la esencia de la escuela. Si no se logra se ha perdido tiempo, esfuerzo y sueños. Por eso lo del Estado docente, dirigente de toda la tarea educativa formal, en cualquier ámbito de la escuela, público o privado.
Una vez instalados en aquel espacio, se inició un acto de despedida a los muchachos que egresaban. Una "orientadora", así identificada, pronunció unas sencillas pero emocionadas palabras, tanto que los graduandos las sintieron hondo y algunas mejillas deslizaron lágrimas.
Al final del discurso invitó a celebrar por Luis, Geovanny, Jhonny, Salvatore, Simone, no importa el nombre, nacido en Venezuela, quien entró desde el preescolar en aquel colegio y ahora se graduaba de bachiller, por marcharse de inmediato al país origen de sus padres a cumplir servicio militar, incorporándose a la escuela de oficiales respectiva.
Los intereses de los padres de aquel chico, derrotaron a la escuela.