En días recientes un boletín emanado del Ministerio del Poder Popular para la Educación desautoriza la elección de reinas de carnaval en instalaciones escolares. Contra esta medida se alzan voces que afirman que se está atacando una larga tradición tanto nacional como allende nuestras fronteras. Grave, se afirma, en un país tan exitoso en los concursos mundiales de belleza, en el país de las mujeres bonitas. Otras voces, más sensatas si se quiere, increpan al ciudadano Ministro para que en lugar de ocuparse de las festividades del Rey Momo se preocupe de una vez por todas por mejorar las condiciones salariales y de seguridad social de nuestros educadores. Sin duda, un buen revolucionario debería partir de las condiciones materiales de existencia de los trabajadores pues, como dijeron acertadamente Marx y Engels, la mujer y el hombre de carne y hueso que somos necesita cubrir sus necesidades fundamentales hoy para estar vivos mañana. Agreguemos que las necesidades del educador son además de comer, beber y protegerse de la intemperie y las enfermedades el formarse a lo largo de toda su vida. Nos unimos al más que legítimo reclamo por el mejoramiento inmediato del salario y la seguridad social del educador venezolano, algo que con el pasar de semanas y meses no parece vislumbrarse en el horizonte de las autoridades nacionales. Esperemos equivocarnos al respecto.
¿Qué justifica la desautorización del Ministerio de Educación? Pues desde esta instancia se dice que la práctica de la elección de reinas de carnaval “...es, sin duda, una práctica nefasta, una expresión de violencia simbólica contra niñas y jóvenes, que evolucionará con certeza a violencia física y sexual. La violencia contra las niñas y jóvenes afecta su vida, su libertad, dignidad, integridad física, psicológica, sexual, económica; es nuestro deber protegerlas de esto. La transmisión de estereotipos que cosifican y violentan, son temas que debemos traer al debate como docentes, familias y sociedad.” La última proposición parece ser la tarea por excelencia de la voz educadora. Se trata de traer a la discusión temas relevantes como los de la violencia simbólica y la cosificación de seres humanos, temas a flor de piel en tiempos que desde los más diversos frentes hay un ataque a la democracia como modo de vida, tal como la definió el insigne educador John Dewey. Discusión o debate razonado que debería generar un cambio de actitudes y prácticas en nuestra vida cotidiana y también en las prácticas de los altos funcionarios de la administración pública quienes resultan de considerable influencia en la sociedad educadora. Sería bueno, por ejemplo, que estos funcionarios dejaran de decirle a sus compañeras “esta noche te doy lo tuyo” o dejen de llamar despectivamente “locas” a sus adversarios políticos, especialmente en cadenas nacionales y medios de difusión masiva. Pero volviendo a la justificación, pienso que el Ministerio obtiene calificación sobresaliente en su justificación. No obstante, en tiempos de la educación por competencias nos preguntamos, ¿se trata de un impulso momentáneo precarnavalesco o se trata de una política educativa efectivamente llevada a cabo y continuada en el tiempo por las autoridades nacionales? ¿La comprensión del problema se ha transformado en una práctica exitosa?
Las respuestas a las cuestiones sociales difícilmente resulten binarias. No se trata de un no o un sí sin más. No cabe el monosílabo que decrete de una vez la verdad. Así, en las últimas semanas hemos observado gratamente una decisión del Ministerio Público y del Ministerio de Educación de atacar el flagelo terrible del acoso escolar, flagelo que lleva a muchos de nuestros jóvenes a buscar las peores salidas ante el desamparo que padecen. Las escuelas y los liceos por décadas y décadas han sido lugar de tortura psicológica y física, sitios de sufrimiento, de prácticas sádicas entre pares y también a veces con el contubernio de los adultos responsables de esas instituciones, contubernio activo o por omisión. Común ha sido una educación familiar, y no sólo familiar, dirigida a los hijos para defenderse de los acosadores practicando la violencia también. “Tienes que ser fuerte, imponer respeto, el mundo no es fácil”, se les dice a niñas y niños. “Si te pegan, pégales; si te amenazan, amenázales”. Ojo por ojo, y como dice el sabio todos quedaremos ciegos. Cabe agregar que Horkheimer y Adorno en los estudios sobre prejuicio y autoritarismo identifican la formación de la actitud fascista en las bandas juveniles de acosadores. Celebremos entonces la propuesta de la Fiscalía de elevar a delito grave el acoso escolar e impulsemos a las autoridades educativas en todos los niveles a supervisar y perseguir radicalmente este delito. Propongamos también crear en cada centro escolar la institución de un protector de los derechos (ombudsman) de la infancia y la adolescencia a una vida en paz, sin perseguidores. Que cada escuela sea, para volver a mencionar a Dewey, un laboratorio de democracia y de paz.
Seguramente también podrían mencionarse otras iniciativas de las autoridades del Estado en materia de educación con el propósito de contrarrestar las múltiples exclusiones sociales por las más diferentes causas y su vinculación con prejuicios y estereotipos normalizadores de las más diversas formas de dominación, iniciativas loables. Queremos, sin embargo, concentrarnos en algunas reflexiones en materia de currículo escolar. ¿Hemos vencido, o al menos estamos en vías de vencer, la violencia simbólica en nuestro diseño escolar? ¿En las formas instituidas de evaluación? ¿En las asignaturas que se ofrecen y sus contenidos? ¿En las formas disciplinarias que configuran las prácticas cotidianas escolares? Preguntas complejas e imposibles de considerar en un artículo de opinión. Por ello, y puesto que se ha señalizado en la agenda del Ministerio la cuestión de los estereotipos en torno a las reinas de carnaval, cuestión que entendemos como concerniente a la democracia en tanto que êthos, en cuanto que formación del carácter, circunscribamos más la cosa a los contenidos de tres materias educativas y la cuestión femenina, tres materias y una cuestión que para nada agotan el extendido campo formativo y las formas de dominación presentes explícita e implícitamente en este campo:
La educación física. Preocupados como estamos por no encorsetar el cuerpo femenino en el estereotipo que fabrican los concursos de “belleza” bajo el modelo de una mujer con determinados colores de piel, ojos, cabellera y medidas de estatura, cintura, caderas y pecho nos debería también preocupar mucho cómo entendemos la “educación física”. Es frecuente que se imponga una para los varones y otra para las hembras, para aquellos una especie de violento gimnasio castrense y para estas algo más delicado pero generalmente también pensado en términos atléticos. Además de estar confinada a una o dos horas de 45 minutos a la semana, la educación física ha tenido poco de educación del, y en, el cuerpo y sí mucho de competencia agonística entre individuos por ver quién logra el primer lugar. Las clases de educación física han sido un lugar frecuente de violencia simbólica y hasta física. ¿Hemos transformado ese concepto? ¿Puede volverse la educación física una educación del y para el cuerpo? ¿Puede ser una educación diaria y no reducida casi que hipócritamente a pocos minutos? ¿Podemos reconocer como educación física los juegos que se practican en el patio de recreo o en la escuela de béisbol, o en el taller de teatro, o en el centro de danza? Y reconocer significa validar con calificación aprobatoria (por favor cualitativa, sin números). ¿Podemos abrir el abanico a que cada cuerpo es diferente de los demás y que cada quien vive su cuerpo a su manera en lugar de imponer a todo el mundo un canon disciplinario del mismo? Pues imponer un canon es en cierta manera lo que se hace en los concursos de “belleza”.
La educación sexual. He aquí un tema ligado al anterior y en el que casi siempre se actúa como la avestruz, la cabeza bajo tierra para no ver. No basta con un tema en biología para formar el carácter sexual de una persona, un tema que da risa a chamas y chamos por su tratamiento y la carga metafórica: aparato reproductor masculino, aparato reproductor femenino. Parece algo así como extraído de la mecánica newtoniana o quizás de una fábrica de la Ford Motors Company. Tampoco basta con algún que otro taller que en algún operativo se ofrezca en liceos sobre la vida sexual, la reproducción y los anticonceptivos. Algo parecido a “maneja responsablemente, no consumas alcohol si vas a conducir”. La discriminación de la mujer es un tema cotidiano transversalizado por una educación que reduce género a sexo biológico, el sexo biológico a genitalidad y esta a control represivo. Igual pasa con el varón, el niño no llora y debe ver muchas pelis de Arnold Schwarzenegger, Silvester Stallone o el Brad Pitt de “El club de la pelea”. No cabe duda que es un tema que escapa con mucho a la escuela, pero esta en tanto que institución pública formadora de ciudadanía debe ocuparse del asunto para garantizar los derechos al disfrute de la vida que es disfrute del cuerpo. No se trata de un vulgar hedonismo a lo Sade. El Marqués ha sido el máximo exponente de la reducción del otro a objeto de goce egoísta, sádico. Se trata de aprender a vivir el cuerpo y a reclamar para vivirlo una vida compartida en un ambiente amable. Hay que sacar de la educación la reducción de sexualidad a sexo y de este a genitalidad. La sexualidad va más allá, mucho más allá, tiene connotaciones artísticas y ecológicas, tiene un impulso erótico, un llamado a vivir la vida con gusto e integrado en un todo. ¿Qué estamos haciendo en esta materia? ¿Qué hacemos en una materia en la que es natural reducir la mujer a un objeto precioso, a segundo sexo, a sexo débil? En esta materia como en la anterior digamos con Eduardo Galeano (Las palabras andantes): “La Iglesia dice: El cuerpo es una culpa. / La ciencia dice: El cuerpo es una máquina. / La publicidad dice: El cuerpo es un negocio. / El cuerpo dice: Yo soy una fiesta.”
Las historias. En plural, sí. Las historias de Venezuela o de América, las historias de las ciencias o de las artes, las historias… En plural. Cada asignatura suele contar su historia, la historia, no las historias que se pueden contar. ¿Por qué en la historia de Venezuela se cuenta básicamente la historia de una oligarquía mantuana que decidió montar tienda aparte de la oligarquía ultramarina? ¿Por qué tan poco espacio en esa historia para la mujer, generalmente concebida como acompañante de…? Algo que se extiende a los afrodescendientes y otros grupos sociales. Ya no digamos a mujeres pobres afrodescendientes. ¿Por qué en la historia de la biología, o de la física, o de las matemáticas la mujer está ausente? ¿Por qué en la historia de las artes, que es en realidad la historia de las bellas artes europeas, la mujer es objeto y no sujeto? ¿Quizás una maja desnuda o una maja vestida pero nunca la artista? ¿O el “Nacimiento de Venús” (Botticelli)? Aunque esta última mejor no mostrarla pues resulta muy erótica (recuérdese lo dicho sobre la educación sexual). Y no es que queramos contar una historia donde la mujer ha sido la protagonista de la creación artística, científica o civilizatoria. No se trata de eso, no se trata de falsear un mundo hecho a la medida del dominio patriarcal. Se trata de cuestionar la ausencia de la mujer, de preguntarse el por qué de esa ausencia, de comprender que su ausencia ha sido una exclusión histórica de los medios de producción de las artes, las ciencias y la civilización. Se trata de empezar cada historia con un mínimo aparato crítico acerca de cómo se produce la historiografía. Esto no hay que dejarlo sólo a la formación universitaria del historiador, máxime cuando se enseñan determinadas y convenientes historias a jovencitas y jovencitos sin aún la experiencia intelectual para haber conocido que la historia que le cuentan es una historia contada desde una localización sociológica específica. Y quizás, y más grave aún, el ciudadano futuro, inmiscuido en una sociedad del cansancio, jamás llegue a ese conocimiento si previamente la escuela no le ha abierto esa ventana.
Nos preocupan los estereotipos que configuran la elección de las reinas de carnaval, ciertamente. Pero más nos preocupa atender la cotidianidad escolar, dentro del aula y en el patio de recreo. Preocupa la cotidianidad extraescolar que afecta a la escuela, y en la que se forman “naturalmente” los prejuicios que estructuran esos estereotipos. Cotidianidad de videojuegos, películas, series de televisión y redes sociales multiplicadas exponencialmente en las relaciones entre pares y que tienen mayor alcance socializante que la escuela, pero que la escuela si se quiere humanista y éticamente democrática debe combatir en todas sus instancias y prácticas. Creo que tenemos aún la asignatura pendiente de repensar el currículo, el visible y el oculto. Para superar esta asignatura urgen políticas educativas precisas que resulten del fruto de una reflexión colectiva de los actores educativos de nuestra sociedad. Entre estas políticas la formación docente es prioritaria. Quién educa al educador pregunta Marx en su conocida tercera tesis sobre Feuerbach. Empero, antes de cualquier disquisición se requiere tener educadores, y ojalá sean educadores para emancipar (Freire). Y para tener educadores se precisa mejorar sus condiciones de vida y dignificar su oficio, ya de por sí oficio de los más dignos sino el más digno, el oficio que humaniza.