Tres en uno

Resumo en la columna de hoy tres comentarios en uno: 1) El chivo y el mecate. Es increíble la torpeza de la oposición política y de los sectores económicos que la han apoyado desde que Chávez llegó a Miraflores. Una oposición política que contó con fuerza propia, con poder de convocatoria, y un sector empresarial con fuerte anclaje en la economía. Pero lo cierto es que Chávez los volvió locos, como dice la consigna jodedora del chavismo. Embistieron, al unísono, sectores políticos y empresariales, el trapo rojo de las medidas de carácter social y económico indispensables para sacar al país del estado de postración en que lo dejó el binomío gobernante –adecos y copeyanos– durante más de cuatro décadas. El resultado fue la aventura patronal-militar del 11-A, que le significó a la oposición la pérdida de sus cuadros militares y el debilitamiento del sector empresarial, debido a la participación de Fedecámaras en el golpe. Luego vendría aquella actuación esperpéntica en Plaza Altamira de los oficiales que le quedaban. Y, por si fuera poco, el salto al vacío del sabotaje petrolero que puso fin al dominio de la meritocracia dorada en el santuario de Pdvsa. Más tarde vendría la irracionalidad de la guarimba que determinó que la oposición perdiera la calle. El remate de esa carrera desesperada hacia la inmolación fueron el revocatorio, no participar en las elecciones parlamentarias de 2005 y la estocada final: la victoria de Chávez en diciembre de 2006 con 63% de los votos. En resumen: en el largo camino hacia el abismo de la oposición venezolana, ésta lo perdió todo, no por culpa de Chávez sino de su propia imbecilidad: cuarteles, calle, urnas electorales, empresariado y apoyo internacional. Ahora, por la misma senda de su vocación suicida, acaba de perder el buque insignia de su poder mediático: el canal 2. Lo que equivale a perder, como decimos en criollo, el chivo y el mecate.

2) La bandera al revés. En su demencial salto hacia la nada, la oposición incurre en otro error garrafal: atentar contra el símbolo más querido por cualquier ciudadano, aquí y en el mundo entero: la bandera.

Con la bandera se puede hacer todo, menos que los propios nacionales la humillen. Puede convertirse en póster, en marca de moda de corbatas, camisetas y de cuanta cosa se le ocurra a modistos y diseñadores, pero siempre respetando sus características, sin alterar éstas con ánimo de degradarla.

Pero en Venezuela, con la inversión de valores promovida por un sector mentalmente desquiciado, frívolo, clasista, que en el fondo busca la intervención extranjera, se le ocurrió a uno de los voceros disociados, en ejercicio del protagonismo de la banalidad adonde lo condujo la pantalla chica, recomendar el uso de la bandera al revés en las manifestaciones públicas. O sea, la bandera humillada por quienes perdieron el sentido de patria. Por los que renunciaron a sus símbolos más preciados. Un primer paso, sin duda, para reemplazar el tricolor de ocho estrellas por el del imperio.

Porque es lo que añoran.

Cambiar a Venezuela por Miami y que la patria de Bolívar tenga un destino parecido al de Puerto Rico. (El contraste entre esta actitud de los sin patria ni bandera y la dignidad del canciller Maduro en Panamá es demoledor).

3) La paciente espera. La oposición interesada en recuperarse democráticamente que surgió de las elecciones de diciembre de 2006, terminó perdiendo una valiosa oportunidad. Al igual que derrochó oportunidades y recursos en el pasado reciente, ahora repite su torpeza. En lugar de asumir la lucha cívica a plenitud e irse a lo profundo del país, donde está el pueblo, a contrastar su mensaje con el del chavismo, se refugió en la ambigüedad.

No deslindó con el saldo golpista abrileño, cedió ante el veto de los aventureros y paralizó el trabajo de masas. El desgaste fue inmediato. Rosales demostró carecer de condiciones para proyectar un liderazgo alternativo. No dio pie con bola.

El repliegue hacia una estructura burocrática partidista, trabajada con remiendos, juntando personajes con visiones y conductas distintas, no satisfizo las aspiraciones del conglomerado opositor, el cual otra vez quedó al garete. Pero el vacío lo comenzó a llenar, por un lado, el sector duro –muy activo– de la oposición revanchista que conserva viva la experiencia, para ella gloriosa, de los años 2002-03; y, por otro, la impredecible irrupción de una fuerza sui géneris, atípica: jóvenes de clase media y alta procedentes de universidades y colegios particulares, motivados en apariencia por el tema del cese de la concesión de Rctv, pero con una proyección mayor. Aparece así un movimiento con capacidad de movilización, creativo, que marcó distancia con la oposición tradicional, heredera de la Cuarta República, que advierte no querer nada con dirigentes anacrónicos. Además, a cada paso los jóvenes reiteran que no pretenden el derrocamiento de Hugo Chávez.

Como se observa, lo sucedido no es, como pudiera señalarlo un analista superficial, una derrota para Chávez; no entraña peligro para su gobierno y su proyecto. Es, sí, una advertencia para él y, por supuesto, para la oposición que cabalga sobre sobre el oportunismo, entre la proclama democrática y las concesiones al golpismo.

Obvio que a Chávez se le plantea un desafío: reconocer la interlocución de este nuevo liderazgo, y a éste desvincularse con audacia de la vieja política desestabilizadora; y a la oposición tradicional –si es que no quiere quedarse colgada de la brocha– renunciar a la violencia. Por el momento conviene recordar al poeta cuando hablaba de "la paciente espera" para decirle a la oposición que asuma el debate democrático, que trabaje donde está el pueblo, que se deje de aventuras. A mitad de este período constitucional está previsto el referéndum revocatorio para todos los funcionarios electos popularmente, entre otros Chávez. Si la oposición se sigue guiando por la desesperación, subestimando a Chávez y al proceso social en marcha; si no es capaz de aguardar con paciencia en la acción, le pronostico nuevas y terribles derrotas. En la vida no se puede actuar repitiendo errores y dando la espalda a la realidad. Menos en política.

jvrangelv@yahoo.es


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

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