Comenzaron las clases. Mi gorda, con cara de primer día de no vacaciones, volvió a su cole y yo con cara de primera mañana en meses sin comiquitas, me senté frente a la tele a ver personas de carne y hueso.
Vi en la tele a un grupo de niños volviendo a clases, pero no como cada año, este comienzo de clases era muy especial: estaba mi presi esperándolos. Mi presi, zambo, de pelo chicharrón, recibía niños iguales a el, negritos, de piel pulida, bonitos, peinaditos, las niñas con sus lazos, los varones con carita de oler a colonia, sus dientes blanquísimos me encandilaban cuando sonreían y parecían tan contentos que no paraban de hacerlo.
Tienen un colegio bien bonito, con sus pupitres nuevecitos, pizarrones que pronto se llenarán de ideas, libros, juegos y carteleras donde colgar sus dibujos.
La cartelera de uno de los salones que visitó mi presi, mientras espera por las creaciones de los niños, fue decorada por alguna maestra que, aparentemente, se dedicó amorosamente a hacerlo. Escribió con letras grandes y redondas: Bienvenidos al colegio y dibujó una niña regordeta y feliz que parecía jugar con una mascota. Fue una toma fugaz pero no pude pasarla por alto. La muchachita que daba la bienvenida era una gordita de pelo amarillo pollito.
Un salón lleno de negritos eran saludados por una catirita que no se parecía a ellos, pero que alguien consideró que era bien bonita, mas bonita que cualquier niño y por eso la pintó.
Fue allí cuando deje de escuchar a mi presi y me recordé mis días en el cole. Cuando yo era pequeña estudiaba con Marianne, una niña rubia que era la consentida de todos; no por buena, no por estudiosa, ni por simpática, la querían tanto porque era catirita y pecosa, con ojos azules y apellido extranjero.
Marianne destacaba entre aquel tumulto de cabecitas castañas. A la hora de elegir a la reina de carnaval, las maestras aupaban a los niños para que votaran por ella, ignorando que las demás también queríamos que nos eligieran, que, como Marianne, teníamos largas trenzas y lazos, que nuestras mamás también nos habían peinado bien bonitas, que a algunas, incluso, les pintaron los labios de rosado, que estábamos paraditas allí rogándole al cielo que Marianne estuviera enferma en su cama ese día, para que no ganara otra vez.
Ganó casi todos los años, yo grité fraude cual Ramos Allup mas de una vez, pero a diferencia del dirigente adeco, yo si tenia las pruebas que nadie quiso ver. El carnaval es muy corto y no hay tiempo para eso, -me decían- pero yo me negaba a ser una dama de honor. ¿De honor a qué?
Las niñas sentían veneración por la reina. Ella escogía cada día a una de sus súbditas para que le peinara su pelo dorado durante el recreo. Y no me lo van a creer: había lista de espera para hacerlo.
Yo prefería el fútbol, pero desde el medio campo no podía dejar a Marianne batiéndole su pelo en la cara de su embobada peluquera de turno.
Además de ser la reina de carnaval, fue la protagonista en todos los actos culturales. En Los Chimichimitos inventaron un personaje bonito para ella, mientras que a mi me tocó ser la vieja. ella fue El Chirigüare, yo fui El Zamurito y me la quería comer. Ella fue la la Virgen María en el nacimiento viviente, yo fui una oveja. Ella siempre era ‘’la moza’’ y yo siempre era ‘’la ere’’, ella era catira, yo era morena.
En verdad no quería ser reina, pero me daba mucha rabia que solo ella lo fuera, así que un día soborné a los votantes. Les regalé bombitas de agua a todos los niños a cambio de que que votaran por mi y gané. Pasé el peor carnaval de mi vida, no se imaginan lo difícil que es correr vestida de reina. Cabecear una pelota con una corona puede ser muy doloroso y si fallas el arco peor. Pero fui reina y le gané.
Fui la reina que no salía en los cuentos. No me parecía a la Bella Durmiente, ni a la Cenicienta, ni siquiera a Blanca Nieves que, aún teniendo el pelo negro, su piel era tan blanca como su nombre. No me parecía a la Barbie, ni a Anita, la niñita del dibujo de la portada de mi libro de lectura, ni a la regordetica que dibujó la maestra en esa escuela que vi hoy en la tele. Yo era morena.
Por eso pensé en esas niñas negritas y lindas, con sus colas y sus lazos y con su catirita diciéndoles en la cara, la bonita soy yo. Y pensé en esa negrita que no salía en los cuentos, hoy maestra pintora, pintando su sueño importado para decorar su salón lleno de angelitos negros.
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