El socialismo no cae del cielo ni se hace a realazos. Los que pueden hacer palpable y vivo el socialismo lo llevan en la sangre. Un hombre pobre por naturaleza tiende a ser socialista: conoce las injusticias, batalla cada día en medio de la estrechez; está mejor penetrado de la necesidad de la solidaridad humana. Al pobre no le cuesta nada compartir lo poco que tiene. El pobre vive al día y si la suerte le sonríe una mañana lo celebra con sus amigos y lo gasta todo. Él sabe que cuando a sus amigos la suerte les sonría harán lo mismo. El socialista vive el presente. Ahora, el que tiene alguna propiedad, el que tiene un negocio, el que siente placer gastando y encuentra harto orgullo en comprar cualquier bagatela, siempre estará pensando en el mañana. Ahorra para adquirir más propiedades, para asegurar su vida, para viajar, para dejarle a sus hijos de todo. Se vuelve receloso del mundo, se vuelve tacaño, egoísta y cada vez más católico. Necesita de Dios para que le cubra las partes pecaminosas que él no podrá atender porque estará entregado sólo a hacer dinero. Es decir, ha entrado en las garras dulces y trituradoras del capitalismo. Es un capitalista en ciernes.
Sin duda que con Chávez todos estamos viviendo mejor. Tenemos más carros y no queremos un Lada, la pinga. Siempre buscamos algo que dé un poco de presencia, que dé caché, nota. Está bien ser revolucionario, pero eso de que a uno lo vean en una cacharra, provoca repeluco. Nos estamos vistiendo cada vez mejor, pero el peligro de lo novedoso y la influencia de las marcas hacen estragos. Nos llenamos de las fruslerías electrónicas y hay quienes se pasman ante el celular que contiene más virguerías. Y el capitalista en ciernes es un hombre que siempre está insatisfecho y frustrado con lo que tiene: con la mujer, con el bolso, con el saco, los zapatos... Siempre quiere tener el último grito en altavoces, en radios, relojes, lentes, mp3’s…
Pervive por delante el modelo de los saraos y de las grandes fiestas para celebrar, por ejemplo, los quince años de nuestras hijas. Y se hacen vergonzosas competencias, que por cierto bullen especialmente en los colegios de monjas, en los colegios privados. Por eso hay que cerrar a los colegios privados, carajo, donde se practica y alimenta la más horrible desigualdad social. Resulta insólito que haya niñas de ocho años en colegios católicos que estén envenenadas por la figura de sus cuerpecitos y se nieguen a comer porque engordarán y serán feas. La mayor proliferación de niñas que se hacen las narices, los pechos, los glúteos, se encuentra en los colegios católicos.
En las universidades autónomas, todas las celebraciones se hacen con vino y whisky fino. Cada vez se ven más hummers en los predios universitarios. Ayer “El Nacional” protestó airadamente porque el gobierno amenaza con no darle más dólares a los riquitos para que importen sus mierdas finas. ¡Ay, Dios mío, con qué socialismo nos hemos topado!
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