¿Cómo interpretar la postura política de una parte de los estudiantes
venezolanos contra el proyecto de reforma a la Constitución?
Responder a esta pregunta desde una visión presentista o desde una lógica
fundada únicamente en la coyuntura actual sería un craso error.
Para entender el rol que hoy día está asumiendo una parte del estudiantado
venezolano tenemos que remontarnos al año de 1999.
Es un hecho que con la llegada de Hugo Chávez Frías al poder se dio en Venezuela
el clásico fenómeno sociopolítico llamado “efecto dominó”: uno a uno fueron
cayendo todas aquellas instituciones políticas, económicas, sociales,
culturales, religiosas, que hasta ese momento habían gozado de una cierta
legitimidad.
Este hecho no solamente se vio reflejado en la caída de los partidos políticos
tradicionales, entendidos como entes conglomeradores de mayorías. También la
iglesia católica se enfrentó a una crisis de legitimidad debida a sus posiciones
elitistas, más cercanas a las oligarquías tradicionales, que a los intereses
populares. En este efecto dominó se vieron también reflejados brazos de las
elites económicas, tales como Fedecamaras y medios de comunicación privados.
Todos estos protagonistas de la vida política durante la IV República.
Pero dicho efecto tomó un carácter irreversible a partir del golpe de estado
perpetrado el 11 de abril de 2002 contra el Presidente democráticamente electo
Hugo Chávez Frías. De hecho, los protagonistas del “Carmonazo” fueron
precisamente los representantes de los partidos políticos tradicionales, las
elites eclesiásticas, Fedecamaras, los medios de comunicación privados y un
sector derechista de las Fuerzas Armadas.
A partir del 13 de abril de 2002, fecha en que el pueblo devolvió a Chávez al
poder ejecutivo, el efecto dominó antes mencionado vio caer sus últimas piezas.
Ahora la caída de estos sectores era total.
La deslegitimación de las elites por parte de la mayoría de los ciudadanos
venezolanos instauró un fenómeno, más que estudiado en los últimos años
mundialmente, y que se conoce bajo el apelativo de “política del espectáculo” o
“política como show”.
La política del espectáculo nace como instrumento de aquella política que,
después del llamado “fin de la historia” y el supuesto final de toda ideología
política, se quedó sin ningún tipo de contenido. Tal es el caso, por ejemplo, de
la política de partidos de izquierda y derecha europeos cuyas diferencias
ideológicas y de programa son apenas perceptibles; también es el caso de la
política de Republicanos y Demócratas en los Estados Unidos, caracterizada por
las pocas diferencias entre sus posturas de fondo.
En fin, nos referimos aquí a esa política centrista que acompaña al economicismo
del neoliberalismo internacional. Centrismo que no se asume como una posición
política, sino más bien como una ausencia de posición política.
Ahora, si según esta postura la política de hoy día no tiene contenido
ideológico, cultural, ético, la pregunta sería: ¿cómo hacer entonces política?
La respuesta para muchos es por lo demás simple y tiene que ver precisamente con
la política del espectáculo.
Dicha postura plantea que en la política no es importante el contenido
ideológico, cultural o ético, sino más bien la forma. En este sentido no sería
entonces importante el ser si no el “apare-ser”. La política queda por ello
reducida a una mera estrategia de marketing.
Regresando a Venezuela fue precisamente dicha política del espectáculo que
surgió después de terminado el efecto dominó al cual hicimos anteriormente
referencia. En los años que siguieron al “carmonazo”, la ausencia de figuras,
grupos e instituciones con legitimidad delante del pueblo venezolano, hizo que
los medios de comunicación, y más específicamente, los sets televisivos se
convirtieran en los nuevos partidos políticos venezolanos.
Fue así que comenzamos a ver marchar por los programas televisivos venezolanos a
artistas de telenovelas, cantantes, modelos, humoristas, etc., tratando de tomar
el lugar de lo político, pero sin el contenido político que le es propio. El
resultado para estos fue catastrófico. No hubo forma ni manera de convencer al
pueblo venezolano con los mensajes políticos emanados desde el espectáculo. El
efecto era innegable: la oposición al proyecto socialista se ha quedado sin
ningún tipo de representatividad política.
Es precisamente aquí que surge el último eslabón de la cadena, representado por
las elites estudiantiles que nacen a raíz de la propuesta de reforma a la
Constitución. Resulta claro que los mismos son tomados como salvavidas políticos
por parte de la oposición para tratar de no ahogarse en el mar revuelto del
proceso socio-político venezolano.
Pero no hablamos aquí del estudiantado que propició en otrora movimientos como
el Cordobazo y la autonomía universitaria; tampoco de los estudiantes del mayo
del 68 francés o de otros heroicos movimientos estudiantiles. Nos encontramos
hoy día de frente a estudiantes desposeídos de un contenido político preciso;
estudiantes caracterizados por un centrismo neutral; estudiantes que autodefinen
su movimiento como cívico y no como político (como si se pudieran separar ambas
realidades).
Dichos estudiantes han demostrado en más de una ocasión que sus acciones, más
que fundase en el contenido, se fundan en la forma: más que en el ser, sus
manifestaciones se fundan en el aparecer. Ello se ha visto reflejado al menos en
tres ocasiones: (a) en las representaciones teatrales de frente al canal de RCTV
con parches en la boca y manos pintadas de blanco; (b) en la Asamblea Nacional
en la cual, una vez que se les concedió el derecho de palabra solicitado por
ellos mismos, se marcharon sin más quitándose unas franelas rojas de forma
teatral; y finalmente (c) en medio de la discusión a la reforma de la
Constitución en el Consejo Nacional Electoral, en donde una vez recibidos,
trataron de encadenarse en una evidente muestra de histrionismo político.
Estos hechos, aunados a una innegable ausencia de una propuesta contundente
desde el punto de vista del contenido político, no nos dejan otra opción que
inscribir su movimiento en la mencionada política del espectáculo. Política del
show destinada únicamente a crear imágenes que, segundos más tarde, darán la
vuelta al mundo a través de cadenas privadas transnacionales, cuyo único mensaje
va dirigido a un “norte liberado” que observa a la hora del noticiero a un
supuesto “sur oprimido”.
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