Hace poco más de cuatro años, tuve el privilegio de vivir la experiencia del diseño e implementación del Programa Nacional de Formación de Educadores de la Misión Sucre. Digo privilegio porque en esa experiencia - un tanto frustrada por la cantidad de limitaciones burocráticas, administrativas, académicas e investigativas que padece nuestro país - significó la ocasión de corroborar, una vez más, el enorme potencial que existe en el venezolano, cuando se trata de recuperar espacios que hasta ahora le han sido negados, y de colocar lo mejor de sí en aras de consolidar proyectos que beneficien a las mayorías. Allí conocí a mujeres y hombres extraordinarios que se incorporaron voluntariamente y sin ningún interés monetario, al trabajo de edificar un nuevo concepto de Universidad, entre los que no puedo dejar de mencionar al sociólogo Luis Eduardo Leal Chacón, con quien tuve el placer de incursionar como colaboradora en la redacción del diseño curricular de ese importante Programa de la Misión Sucre.
Ese Programa inicial al que hago mención, pronto fue intervenido (sin una previa evaluación), por los funcionarios de escritorio de todas las épocas, y sustituido por una suerte de “frankenstein curricular” que actualmente perdura, pese a las severas críticas que hacen los mismos estudiantes en formación, seres maravillosos de todas las épocas que a pesar de preceptos de autoridad y de ideas y principios producto del coloniaje intelectual que hábilmente inocula nuestra formación universitaria, han sido capaces de percibir una realidad mucho más trascendente, nacida de las contradicciones inherentes al tipo de sociedad que aún sufrimos.
El caso es que el PNFE de entonces poseía un engranaje coherente con la propuesta de Diseño Curricular nacida del Ministerio de Educación de entonces; y me atrevería a afirmar que si bien adolecía de algunas limitaciones, en esencia, perfilaba la necesidad de un cambio diametral en la formación de los mediadores de ese tipo de experiencia. Y ese cambio, indudablemente, no podía llegar por la vía de talleres, debía llegar por medio de una actualización en servicio y de un proceso de acompañamiento de la experiencia. No obstante – y era de esperarse – las instituciones se ovillan en sus propios males y se muestran incapaces de dar el salto hacia los distintos escenarios en donde bulle la verdadera realidad educativa. La comodidad, la pereza intelectual y los intereses personales de los funcionarios públicos, matan cualquier intento de impactar en el burocratismo institucional.
Un cambio de Ministro de Educación produjo la reestructuración de una nueva propuesta de diseño para la educación inicial, básica y diversificada, y con ella la proyección repotenciada no sólo de ciertos equívocos de la propuesta anterior, sino la incorporación de una suerte de “ensalada conceptual” que concede espacios a algunos postulados recomendados por la Unesco para la “educación latinoamericana” e incorpora “revolucionariamente” otros tales como “aprender a convivir” y “aprender a crear”.
La nueva propuesta coquetea con los intelectuales del “postmodernismo”, esos que hablan de complejidad y transdisciplinariedad, y que postulan la relatividad de los saberes, y por supuesto, la inserción de cualquier disertación improvisada y subjetivista, como parte de sus “investigaciones” y profundas cavilaciones. De ellos rescata la propuesta curricular una serie de términos innecesarios y confusos, que no hacen más que confirmar nuestro triste coloniaje cultural.
Paradójicamente, los educadores que a duras penas insistimos en leer y buscar caminos distintos a los que hasta ahora se nos han señalado por las vías institucionales, observamos con preocupación cómo se ignoran los estudios emprendidos por investigadores venezolanos en el ámbito de las teorías cognitivas y sus posibles aplicaciones educativas. Me refiero específicamente a las aplicaciones pedagógicas que pudieran surgir de la Teoría sobre Estilos de Pensamiento.
Estos estudios hablan de una tesis interesante y de corroboración práctica, que postula la existencia de estilos de procesamiento de la información. Considero que nuestro país podría producir un diseño curricular fundamentado en un aprendizaje que incentive la consolidación de diferentes estilos de pensamiento, y que oriente a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a descubrir su particular estilo de pensamiento y su particular estilo de aprendizaje. No se trata del enunciado "aprender a aprender" que ha querido poner de moda la Unesco y el cual reporta lamentables resultados - sino de mecanismos eficientes de aprendizaje adaptados a la naturaleza de cada individuo. El problema radica en que las palabras no cambian la realidad, y cuando un diseño curricular recurre a lo declarativo, sin un soporte fundamental de acción, seguimiento, control y evaluación, perece en el papel que lo produjo.
En la medida en que logremos procesos de conciencia sobre nuestro propio pensamiento, adquiriremos conciencia social, que es lo que realmente reclama nuestro actual proceso histórico. Con ello quiero significar que es necesario sustentarnos en nuestras raíces históricas, pero en el marco de una sistematización rigurosa y científica de cualquier propuesta curricular.
El nuevo diseño curricular debe ser construido con una profunda visión política. Ninguno de los que abrazamos los deseos de cambios sociales lo dudamos, pero ello debe hacerse con fundamento en un pensamiento científico.
Ministro Navarro: Celebro su reincorporación al Ministerio porque conozco su sencillez y compromiso revolucionario. Tuve la ocasión de conversar con usted en relación con las dificultades de la Misión Sucre. Quiero que sepa que no es cierto que no contemos con educadores revolucionarios dispuestos a diseñar propuestas verdaderamente activadoras de procesos de conciencia social. En los más humildes escenarios de nuestro país hay un educador o una educadora consciente de su pael histórico. No lo olvide, y aprenda a acompañarse de ellos en todo momento.
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