Les vimos rogar a Dios porque privatizaran a nuestra empresa más rentable; sus cerebros amenazaban con fugarse y algunos lo hicieron aunque luego se descubrió que materia gris no tenían. Ya no se sentían venezolanos. Consideraban que perdieron su nacionalidad, su identidad. Habían marchado tanto y caceroleado tanto, que quedaron aturdidos; chillaron tanto como marranos acosados que se volvieron irreconocibles para sí mismos; imploraron tanto por el pasado que en él se refugiaron para siempre, suspiraban por Luis Giusti, por Sosa, por Quirós Corradi.
Durante casi dos años, se negaron a trabajar; abandonaron sus oficinas, computadoras y estudios y andaban convertidos en vagos de una eterna marchadera, agitando banderitas, y autodefiniéndose meritocráticos, concentrados en la Plaza Altamira, en las afueras de Pdvsa-Chuao, participando de cuanta “gestas liberadoras” organizaban los cuadros fascistas del Carmona Estanga, del Carlos Ortega, del Juan Fernández. Estaban decididos a pasar por encima de la cabeza del diablo, pero ni por asomo servirle más a un país que odiaban por negro, por feo, por indio, por “bruto”. “Mientras Chávez sea presidente nos declararemos apátridas”, decían orgullosos.
Eso sí, cobraban sus sueldos bien resueltos, y seguían viajando representando a nuestra empresa en el mundo. Eso sí, seguían siendo “genios” con PhD, con pos-doctorados, con una producción de unos diez “papers” por año, asiduos asistentes a congresos internacionales, viajeros incansables con viáticos y prebendas cobrados en dólares. Una clase de las más privilegiadas del continente, con casas de campo, yates para veraneos, apartamentos contratados por la empresa en Miami, Madrid y Nueva York, y por lo menos tres meses de vacaciones por año con pago triple y compensaciones de toda calaña. Pero no les gustaba el gobierno de Chávez, aunque fuese éste el que más había hecho por elevar la producción y rescatar el precio justo por barril. Lo querían tumbar a como diera lugar. Urdieron los crímenes más horribles para destruir las refinerías, para provocar derrames, para impedir que se distribuyera el gas y la gasolina, para provocar incendios, para sabotear los sistemas de computación, y estimular actos de piraterías con nuestros buques petroleros. Y además celebraban estas putadas, y sus pares de los medios de comunicación, cuando ocurría una catástrofe, las titulaba a cuatro columnas “Muere quemada una familia, y el gobierno no actúa”, “Estallará el Pili León”, “Carbonizados en El Palito”, “No habrá Gas”, “Paralizado el país”, “Caen estrepitosamente las reservas”, “Sin gasolina diciembre y enero”... Esa era la gran patria democrática que cargaban y aún muchos todavía tienen en la cabeza, y para eso país les pagaba diez o veinte mil dólares mensuales.
Además, se daban el caché de decir que sin ellos no habría producción, no habría adelanto en las nuevas técnicas de procesamiento y destilización, y que nada se movería sin la participación a millón de sus deslumbrantes cerebros. Cuando los echaron con todo el cinismo del mundo se dedicaron a engañar a la gente diciendo que se estaban muriendo de hambre y que por eso se estaban dedicando a vender los cachivaches de sus casas; es decir, que se habían vuelto buhoneros, sin dejar de andar chillando por las televisoras, cargando la Virgen, y con la eterna marchadera por la cual nunca fueron a trabajar y anduvieron de vagos de esquina en esquina. Los ricos del Este, entonces hicieron colectas públicas y les compraron a algunos apartamentos, carros y les dieron a estos sufridos luchadores algún dinerito para que se dieran un descanso en el Norte o en las europas.
Qué tal el caso de ese Juan Fernández que se fue de su trabajo durante ocho meses; ocho meses en que no hizo nada porque estaba luchando contra una “dictadura”. ¡Increíble!, y le arreglaron sus prestaciones, sus bonos y pasivos laborales con una apabullante bola de billete; él mismo hizo el balance de lo que le debían y cobró el cheque viviendo en Miami. Dijo que necesitaba un descanso porque se le había torcido un tobillo y así se excusó para no estar en la “Marcha por la paz”, “El desagravio a la Virgen”, “El encuentro contra el terrorismo” el “Trancazo” y el “Firmazo”, y todos los guiones que ordenaban Ravell y mister Bobolongo.
Y la conclusión es que realmente toda esa masa de vagos con sus fulanas investigaciones y producciones, no hacían falta, pero algunos, por sus bellos currícula de terroristas, saboteadores y vagos de inmediatos fueron contratados en el Norte. Fueron a parar a la Shell, a la Exxon Mobil, a PB, y son de los programados para que ir a trabajar a Irak, a donde estos mastodontes del crimen, están volviendo luego de haber sido expulsados hace diez años por Sadam Husseín. Igualitos a la inmensa mayoría de los investigadores de la ULA, roliberios de vivos, con contactos en el exterior para que les publiquen sus bazofias (harto repetidas y de muy poco valor), y sacarles a los CDCHT, una descomunal bola de billete: vagos y politiqueros, adulantes y antipatriotas, que hace poco se desplazaron a la Nunciatura para entregarle el burdo falso título de politólogo a Nixon Moreno, acusado de violar a la agente de policía Sofía Aguilar. A esa degradación han llegado nuestras universidades (los centros de donde salieron los agentes de la vieja PDVSA) en la que nuestros investigadores ni a científicos saca-niguas llegan.
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