La UNA fue pensada a imagen y semejanza de la Open University del Reino Unido, y montada sobre un esquema taylorista. Ese modelo se caracterizaba por una marcada división del trabajo entre los profesores. A diferencia de otras universidades del país donde trabajan profesores, en la UNA trabajan diseñadores instruccionales, evaluadores, especialistas en contenido, investigadores, extensionistas y asesores. Dentro de ese esquema de división de trabajo, de fragmentación del trabajo académico, desaparecía la figura del profesor universitario. Del profesor o profesora universitaria que tiene como responsabilidad realizar extensión, investigación y docencia. Recuerdo que cuando ingresé a la UNA, a mediados de la década de 1990, me explicaban algunos de mis colegas que en la áreas académicas, donde laboraban expertos en contenido y evaluadores, no se podía hacer investigación porque esa actividad estaba reservada a los investigadores quienes trabajaban en el Instituto de Investigación de la universidad. En cuanto a la organización de la universidad, tenemos que un grupo de profesores dependemos del Rectorado mientras que otro grupo está adscrito al Vicerrectorado Académico. Esta distribución de los profesores no obedece a criterios racionales sino a una burda distribución del poder entre los grupos que han controlado la universidad. De esta manera la contratación de profesores para los Centros Locales y algunas direcciones está bajo el control del Rector, mientras que la contratación de los profesores del llamado Nivel Central está bajo el control del Vicerrector Académico. Ese modelo organizacional tecnocrático de la UNA tiene que ser cambiado de raíz.
La evaluación en la UNA está basada en el modelo de la evaluación de los objetivos educacionales de Bloom, Hasting y Maddaus. Mejor conocida como Taxonomía de Bloom. Según este esquema la evaluación del aprendizaje se basa en el logro o no de objetivos conductuales. Para cada objetivo evaluado existe sólo dos calificaciones posibles: 1 (si el estudiante logra el objetivo) y 0 (si no lo logra). Se establece un criterio de dominio, si el estudiante satisface ese criterio aprueba el objetivo. Por último si el estudiante logra la mitad más uno de los objetivos de una asignatura, aprueba dicha asignatura. Algunos profesores hacen chistes de esta manera de evaluar. Uno muy popular es el del estudiante que toma un curso de vuelo de aviones, y logra la mitad más uno de los objetivos y aprueba el curso. El problema es que entre los objetivos no aprobados se encontraba el siguiente: “El estudiante aterriza correctamente el avión”. Nadie querría volar con ese piloto. Ese modelo de evaluación tiene que ser sustituido urgentemente por uno diferente. Mucho se ha avanzado en el campo de la evaluación en educación, y del aprendizaje en particular, que no se justifica que la UNA siga usando una forma de evaluación tan obsoleta y poco productiva.
Desde su fundación, la UNA prácticamente no ha crecido en cuanto al número de carreras que ofrece a nivel de pre-grado. Sólo se han agregado dos nuevas carreras a la lista inicial con que arrancó. Es incomprensible esa petrificación institucional. Uno se pregunta por qué la UNA no ha contribuido, con su conocimiento de la educación a distancia, a la formación de personal médico, de enfermeras y de otros especialistas en el área de la salud. Es aún más incomprensible que la UNA no ofrezca una amplia gama de carreras humanistas y sociales, tales como antropología, letras, sociología, etc. Esta situación debe cambiar drásticamente. La UNA tiene que asumir el compromiso con el país de la formación de profesionales en muchas áreas en las que hasta ahora no ha participado, la modalidad a distancia es una de sus grandes fortalezas.
La UNA tiene el adjetivo “abierta” en su nombre. ¿Qué tiene la UNA de abierta? Lo único que tiene la una de abierta es su sistema de ingreso. Desde sus inicios para ingresar a la UNA sólo se exigía, prácticamente, el título de bachiller y la aprobación de un curso introductorio. Es decir, que se acercaba bastante a un modelo de ingreso libre. Pero en lo que respecta al diseño curricular, a la administración de las asignaturas, a la evaluación, etc. la UNA no tiene nada de abierta. Abrir la UNA es uno de los retos que se nos plantea en estos tiempos. Una UNA realmente abierta sería un verdadera alternativa en educación universitaria dentro de las nuevas alternativas que se ofrecen a los estudiantes gracias a las políticas del Gobierno Bolivariano.
La educación a distancia ofrece una alternativa a las y los trabajadores que no pueden asistir a clases con regularidad. La educación a distancia nos permite llevar alternativas de formación a lugares remotos donde la educación tradicional presencial resultaría muy costosa. La educación a distancia, bajo un esquema diferente al actual, potencia la formación integral de los y las estudiantes. Con su especial énfasis en el estudio, como único eslabón entre la enseñanza y el aprendizaje, favorece ese desarrollo.
La UNA no es una isla dentro del país. La UNA es una universidad del Estado y por tanto no puede estar de espaldas al país. Pero, para que la UNA pueda contribuir realmente a la construcción de la sociedad socialista tiene que pasar ella misma por un proceso revolucionario. La UNA creada por los adecos y los copeianos para resolver el problema del cupo tiene que dar paso a una nueva UNA. Sabemos que hay una parte de la UNA que se niega a morir, que se resiste fieramente a los cambios y que permanece anclada en el pasado. Pero también sabemos que la transformación revolucionaria de la UNA desde adentro es posible.