El petróleo cubre la realidad nuestra con un manto de facilismo, la empaña, la reemplaza por espejismos. Nos convierte en un rincón de la humanidad donde se expresan de manera especial las leyes sociales distorsionadas por la riqueza complaciente. Aquí se forman burgueses en días, y los humildes no son explotados sino expropiados, excluidos. La apropiación de la renta sustituye a la confiscación del trabajo ajeno. Hipotecamos la voluntad social al dios petróleo.
Cuando el precio del petróleo cae, el espejismo se esfuma y surge la realidad, ahora nítida. La milenaria lucha entre apropiadores de la riqueza social y las víctimas de este despojo se manifiesta con claridad, ya la renta no oculta las tensiones. Las leyes sociales, la lucha entre desposeídos y poseedores, de capitalistas y obreros, se expresa con las características propias de nuestra realidad.
Los burgueses luchan por mantener su cuota de renta; con ayuda internacional, con presiones, con la fuerza de la costumbre, mantienen el sistema que los favorece: la lógica del capital nos gobierna enquistada en el alma social.
Los desposeídos, presionados por las carencias, añorando la bonanza, agudizan la disputa de la renta, lo hacen de manera individual, a lo sumo grupal. El economicismo castra la lucha de los obreros, los excluidos expresan su batalla de mil maneras, la violencia sin objetivo político sirve de escape a las adversidades, el arrebato precede al motín; luego, la represión sanciona la permanencia del sistema.
Diferentes sectores capitalistas plantean romper con este ciclo petrolero. Algunos capitalistas sueñan con hacer del petróleo la palanca para construir un país capitalista "desarrollado", a este proyecto lo llaman "romper la dependencia del petróleo", es propio de la socialdemocracia. En ese empeño han fracasado, no ahondaremos en las causas, limitémonos a decir que apropiarse de la renta es más fácil, tiene menos riesgos, que explotar a los obreros.
Otros capitalistas aceptan el ciclo y cuando los precios bajan conducen el malestar social hacia objetivos superfluos, evitan ir al fondo del problema; cuando la masa se desborda, reprimen. Cuando están altos reparten un poco más a los humildes, siempre manteniendo su cuota de apropiación. Y frente a cualquier dificultad mayor, siempre estará un dictador para capear al temporal.
La dominación de la burguesía rentista se basa en los periodos de bonanza, repartir a manos llenas, el consumo demencial priva sobre cualquier reflexión, la danza alrededor del becerro petrolero obnubila las mentes. “Hoy gozamos, el mañana no existe”, las alertas no son oídas, “las vacas flacas no vendrán”. Cuando los precios bajan, se las arreglan para que la protesta no llegue al río, que no se cuestione al sistema rentista, que la sociedad se desgaste ocupada en lo secundario y nunca en ir al origen de los males. Se puede atacar a un ministro, se puede discutir un partido de béisbol, la elección de una miss, el próximo candidato a las próximas elecciones, pero lo que no tiene cabida es hablar sobre la conexión entre la relación económica con los problemas que sufrimos, la conexión entre la lumpenburguesía y la miseria espiritual y material que nos acogota.
La Revolución es la única forma de romper el ciclo perverso, porque propone una nueva sociedad, refundarnos, reconstruir la relación logro-esfuerzo, romper con la mentalidad de juego, lúdica, volver al trabajo creador de bienestar para todos, a la relación fraterna, devolvernos el sentido de pertenencia a la sociedad, a la humanidad, derrotar el desamparo del hombre en el capitalismo, náufrago, lobo del hombre. Y para lograr este cambio cultural es necesario establecer nuevas relaciones económicas que se entrelacen con nuevas relaciones humanas. Es imprescindible acabar con la propiedad nosocial de los medios de producción que proyectan el egoísmo como ética social. Es imprescindible derrotar la lógica del capital que nos impone la fragmentación.
Hoy llegamos a la maldición de los precios bajos, la Revolución se pondrá a prueba. Es momento para fortalecerla, confiar en la conciencia que sembró el Comandante Chávez, tener fe en que la masa entenderá la nueva situación y las medidas necesarias, correr los riesgos de avanzar, abandonar el puerto seguro de la conciliación.
Si escogemos el camino de ignorar las dificultades, de prometer que seguirá la bonanza, que nada cambiará, entonces, estaremos dejando que la masa resuelva la adversidad de la manera que lo ha hecho en los gobiernos burgueses: con violencia, con espontaneísmo, y exigirá del gobierno, represión. Corremos el riesgo de fascismo.
Si escogemos el sendero difícil pero ineludible de la concientización de la masa, convocarla para una nueva batalla patriotica; si corregimos las ambigüedades de querer ser capitalistas y simultáneamente socialistas, de estar bien con los burgueses y con los desposeídos; si volvemos a la pasión de Abril, del sabotaje petrolero; si damos al pueblo razones sagradas creíbles y queribles por las cuales luchar, entonces, tendremos altas posibilidades de éxito, de permanecer y de fundar una nueva relación, una nueva sociedad, el Socialismo. Saldremos de la penuria engrandecidos, con logros que asombrarán al mundo, no necesitaremos triunfos de utilería.