El caso venezolano es ejemplar y de fácil comprensión, porque lo vivimos los venezolanos cotidianamente y desde las primeras décadas del siglo pasado, cuando la explotación petrolera llegó para quedarse y transformó radicalmente la fisonomía del país, que siendo rural y agrícola, pasó a ser urbano y monoexportador de petróleo, por imposición de los países capitalistas industrializados, que requieren del combustible para sus necesidades de transporte, generación de electricidad, calefacción, etc.
Gracias a la “fertilidad” de nuestros yacimientos de petróleo, la extracción se hace a bajo costo, en comparación con otros yacimientos menos “fértiles” o más difíciles de explotar, porque son muy profundos o están bajo el mar, etc. De ahí, obtenemos lo que se denomina una renta “diferencial”, ya que el precio del barril lo determinan los costos de la extracción en los yacimientos más problemáticos.
Adicionalmente, obtenemos otra renta, la llamada “absoluta”, que proviene del hecho de que no todos los países cuentan con recursos petroleros. La naturaleza (y la legislación que nos legó El Libertador) nos hizo propietarios de un monopolio y todo monopolista establece el precio de su producto por encima del que tendría si funcionara la llamada “ley de la oferta y la demanda”. O sea, si yo soy el único proveedor de una mercancía que los demás están obligados a comprar, la venderé a un precio más alto que si hubiera otros proveedores.
De modo que cuando se dice que somos un país rentista es porque tenemos en la industria petrolera nuestra principal fuente de ingresos externos y vendemos el petróleo a precio de monopolio y en condiciones ventajosas de costos de producción, por lo cual obtenemos, de los países que nos compran, una renta absoluta y una renta diferencial.
Los países que nos pagan dicha renta, la obtienen a su vez de la plusvalía generada en su economía. Esto es más difícil de explicar y tratar de hacerlo aquí puede más bien confundir. Digamos, simplemente, que de la riqueza que el capital le arranca a los trabajadores en los países industrializados, nosotros nos apropiamos una porción, cuando dichos países nos pagan la factura petrolera.
Pero la cuestión no muere ahí. Los países capitalistas industrializados tienen una larga historia de relaciones económicas desiguales con los países no industrializados, así que recuperan o intentan recuperar lo pagado como renta, a través de las ganancias comerciales de sus exportaciones a nuestros países, de las utilidades que obtienen por sus inversiones en nuestros países y de los intereses que nos cobran por sus préstamos. Ganancias, utilidades e intereses que alcanzan niveles muy superiores a los que prevalecen en el interior de los países industrializados. Estas perversas relaciones económicas constituyen el denominado “intercambio desigual”, que succiona recursos de nuestras economías no industrializadas hacia aquellas industrializadas.
Quienes cuestionan el carácter rentista de la economía venezolana, porque, como dice Asdrúbal Baptista, la renta constituye un “ingreso no creado”, que “no se produce sino que se capta” (3) , se quedan a mitad de camino si, al mismo tiempo, no mencionan las distintas vías por las cuales nuestras economías le pagan un pesado tributo a los países centrales del capitalismo, en cada transacción económica.
Puede ser cierto que exportando petróleo obtenemos una renta, es decir, un ingreso de riqueza no producida en el país, pero también es cierto que los países compradores, por ejemplo, Estados Unidos, nos han saqueado por siglos, robándonos o comprándonos las materias primas a precios irrisorios y nos siguen imponiendo condiciones desiguales de intercambios económicos. Si se hace un recuento histórico, podría determinarse de qué lado se inclina la balanza, aunque con toda seguridad favorecerá a las potencias capitalistas.
De modo que si logramos, aunque sea bajo la figura de renta, recuperar una mínima porción de lo entregado a través de tanto tiempo, más bien debemos contentarnos y buscar la forma de obtener más.
Por ahí más o menos va la cuestión que confundió a Manuel Sutherland o no alcanzó a captar. Veamos. Desde que el Club de Roma entregó al público el informe sobre Los límites del crecimiento (4) , pudimos percatarnos de que el capitalismo le imponía al planeta un ritmo de consumo de materias primas insostenible, porque los recursos son limitados y porque la actividad industrial causa severos daños ambientales.
El carácter limitado de los recursos ya se hace muy evidente. En muchos casos no se descubren nuevos yacimientos o los que se descubren son inaccesibles o costosos de explotar, de manera que los inventarios o reservas dejan de crecer e, incluso, comienzan a declinar.
Por una casualidad del destino, hay una concentración de riquezas minerales y de hidrocarburos en el cinturón tropical alrededor del ecuador terrestre, donde la mayoría de los países somos no industrializados, periféricos, dependientes o subdesarrollados, como también nos llaman los encargados de ponerles nombres a las realidades del mundo. Pues, bien, ésta es mi tesis: Si nos avergonzamos de ser rentistas, no vamos a defender esas fuentes de ingresos para nuestros pueblos o, para decirlo más gráficamente, si nos da pena obtener una renta del comercio con los países capitalistas industrializados, vamos a cerrar la OPEP (algo que estaban tratando de hacer los adecos y copeyanos hasta la llegada del Comandante, que “mandó a parar”).
Ahora, si no nos da pena, vamos a multiplicar la OPEP. Vamos a crear organizaciones de países exportadores de materias primas y vamos a ponerles condiciones a nuestros seculares expoliadores, para lograr revertir aunque sea un poco el perverso intercambio desigual. ¿O acaso [y esta es una observación más bien teórica, para investigadores críticos (5)] el intercambio desigual no representa una renta que nos extrae el mundo capitalista industrializado, por su ventaja tecnológica? Y ellos no se notan apenados…
Existe un real peligro de caer víctimas de la “vergüenza del rentista”, porque desde muy temprano en la Venezuela petrolera, se desarrolló una línea de pensamiento económico, que arrancó de Alberto Adriani, pasó por Úslar Pietri y desemboca, en cierto modo, en Asdrúbal Baptista. Esta corriente tiene un lema distintivo: “Sembrar el petróleo”.
En Adriani, se trataba de una defensa agónica de la Venezuela agrícola. En Úslar Pietri, fue una maniobra alcahueta, que le permitió a la oligarquía justificar la liquidación acelerada de la riqueza petrolera. En Baptista, adquiere pretensiones de dignidad teórica: “Renta=Ingreso no producido sino captado”. Todos terminan abonando el mismo discurso que le amella el filo al sentimiento nacionalista de defensa de los recursos naturales e incremento del precio y del ingreso de las exportaciones de materias primas.
Más profunda y socialista resultó la posición de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien defendió con ejemplar empeño nuestro ingreso petrolero y cuestionó radicalmente el desenfreno despilfarrador y corrompido de la oligarquía, pero no cayó en la trampa de Úslar Pietri. Por eso llegó a decir: El petróleo no se siembra, se siembra maíz y frijol, lo que se riega con petróleo se marchita. Y propuso, al contrario de Giusti y compañía, cerrar poco a poco los grifos hasta llevar el flujo a cero. O, por lo menos, establecer un límite al volumen de producción. Que no recibiéramos más divisas de las que pudiese asimilar la estructura económica nacional, pues, de lo contrario, nos indigestaríamos.
Siguen teniendo vigencia las recomendaciones del sabio venezolano, que no quiso seguir una promisoria carrera política, porque prefirió predicar con el ejemplo, dedicándose a la agricultura en su granja del estado Sucre. Fue frugal, casi un ermitaño, pero no dudó en defender los centavos de dólar que debía recibir el Fisco Nacional de las empresas transnacionales que explotaban nuestro petróleo.
Pero, no pasemos por alto al autor del comentario que motivó estos párrafos. Manuel Sutherland escribió bajo el título “Petróleo, crisis y el intento de socialismo”. Desde ese territorio disparó unas flechas contra este servidor o así lo entiendo yo. Dijo: “…locuaz y rematadamente majadero…”, “...de una corriente peligrosa que defiende el accionar terrateniente y conformista, que desconoce por completo el origen, naturaleza y desarrollo de la renta…”. Pues, no encuentro mucho sistema en este conjunto de adjetivos lanzados como al voleo. Voy a tomarlos como la chanza de un camarada, que quizá entiende los debates como arena de circo donde chocan gladiadores para entretener al público.
Pero si de ahondar en sus reflexiones se trata, cosa con la que no voy a extenuar al lector ahora, tomo una cosa por aquí y otra por allá y me callo. Cuando Manuel afirma que corremos el riesgo de frenar las características populares de nuestros procesos revolucionarios y arrimarnos “a la ciénaga del ajuste fiscal estructural”, se me parece tanto a José Guerra, a Luis Vicente León, a Pedro Palma o a Emeterio Gómez, que andan agitando ese mismo fantasma. ¿Será que tiene que certificar su suficiencia en el manejo de la jerga o realmente cree que los gobiernos revolucionarios van a tomar medidas neoliberales? Eso sería cegarse ante lo que se ha hecho en los últimos años en materia económica. Lo malo es que insiste unos párrafos más adelante: “Acá, el gobierno y el Banco Central probablemente consideren devaluar el bolívar en los próximos meses… para rebajar drásticamente el salario real, rendir los dólares… y ajustar las cuentas fiscales”.
Si por una parte se hace eco de las amenazas de la derecha, por otra, nos asusta más con sus propuestas para “radicalizar el proceso”: “…avanzar en las tareas tradicionales de las revoluciones proletarias (expropiaciones, colectivizaciones y planificación centralizada)…”. Si no recuerdo mal, en materia de expropiaciones, la revolución bolchevique dio pasos adelante y atrás y, al día de hoy, creo que han ocurrido varias privatizaciones en lo que fue la Unión Soviética, esa experiencia fallida. En cuanto a colectivizaciones, se acusa a Stalin de la muerte de millones de campesinos, por haber forzado ese proceso. De la planificación central ni se diga. Gorbachov lo resumió en una frase clarita: Somos capaces de poner una nave en la luna con toda precisión, pero no somos capaces de fabricar aparatos domésticos de calidad. Y ya que Manuel se reclama marxista, me parece bueno recordar aquí una interesante acotación del genial alemán, dice Marx, que en las sociedades comunistas, donde no existe división social del trabajo, “la sociedad se encarga de regular la producción en general” (6) , o sea, una planificación orgánica, colectiva, participativa. Nada que ver con planificación central. Este sería un buen punto para debatir. Además de éste de la renta.
* Este fue el texto original de la réplica que redacté para TEMAS y que debí resumir drásticamente por limitaciones de espacio del semanario. Como Sutherland insistió en sus ataques (3 al 9 de abril, p. 16), quiero dar a conocer el texto íntegro, mientras preparo la nueva respuesta.
(1) Asociación Latinoamericana de Economía Marxista.
(2) Caracas, 13 al 19 de febrero de 2009. p. 14.
(3) Baptista, Asdrúbal. El relevo del capitalismo rentístico. Caracas, Fundación Polar, 2004. pp. 18 y 19.
(4) Meadows y otros. Los límites del crecimiento. México, FCE, 1972.
(5) Aquí quizá podría ayudarnos Manuel Sutherland, quien debe conocer “la naturaleza, el origen y el desarrollo de la renta”. TEMAS. Artículo citado. p. 14.
(6) La ideología alemana. Bogotá, Arca de Noé, 1975. p. 34.