Sin embargo, algunas veces ideólogos del capitalismo, a través de sus grandes y poderosos medios de la comunicación social, le dicen a la sociedad verdades irrefutables que muy pocas veces se escuchan pronunciadas por boca de marxistas o comunistas. Y lo hacen no de manera gratuita o como medio de crear formación de la conciencia social sino, ¡he allí la trampa o maniobra ideológica!, con la clara y evidente intención de asustar a la gente con la sola palabra comunismo.
Escuché, en uno de los últimos días pasado, a una periodista decir: “En el comunismo no hay contrato colectivo entre los patronos y los trabajadores”. Y eso es una grandísima e irrefutable verdad histórica que el marxismo nunca ha esperado que sea bien explicada por los burgueses sino por los comunistas. Precisamente, el marxismo descubrió que en el capitalismo es sobre el proletariado, como la clase explotada y con intereses socioeconómicos diametralmente opuestos a la burguesía, que recae la misión de emancipar a todos los explotados y oprimidos como a sí mismo.
El mundo actual es también, lo dijo y tiene razón el comandante Fidel Castro, la gran batalla de las ideas, donde se enfrentan aquellas que pretenden conservar el capitalismo como la práctica social más perfecta para los seres humano ideada y propuesta por el Ser Supremo sobre la base de la explotación a la mano de obra asalariada y aquellas que conciben la emancipación de toda expresión de esclavitud como la fórmula más humana, rica y próspera de la libertad social. Por ello decía Marx que cuando la teoría prende en la conciencia de las masas, se hace práctica social.
Nunca el marxismo ha dicho o escrito que en la transición del capitalismo al socialismo y en una gran parte del desarrollo de éste sean eliminados los contratos colectivos firmados entre el patrón y los trabajadores. Más bien, afirma que al convertirse el Estado socialista o proletario en el dueño monopólico de los grandes medios de la producción tiene el sagrado deber no sólo de ir firmando contratos colectivos que en verdad mejoren notablemente las condiciones socioeconómicas de los trabajadores sino, muy importante y decisivo, ir creando, en concordancia con la organización y las necesidades de los trabajadores, las circunstancias que conduzcan a que la misma sociedad se forme o se prepare –en la teoría y en la práctica- para que ella misma asuma su administración social. Esa es la función primordial de un Estado socialista o proletario. Y esa función, de manera inevitable e irrefutable, conduce a la desaparición de las clases y la explotación de la mano de obra asalariada como igualmente a la extinción del Estado. En otros términos: el socialismo es la creación de una cultura y un arte universales y no de clases.
No hay que andar revisando, indagando, leyendo o estudiando todas las obras del marxismo para entender que en el socialismo desaparecen las clases sociales, se extingue el Estado, se reducen a casi lo imperceptible las contradicciones entre la ciudad y el campo como entre el trabajo manual y el intelectual, desaparecen las fronteras nacionales y aquellos amantes del dinero se quedarán con los crespos hechos. Si una sociedad alcanza esos objetivos no sólo ha eliminado para siempre la explotación del hombre por el hombre o de una clase sobre otra clase social sino, fácil de comprender, ya no existirá un solo patrón –dueño de propiedad privada- que contrate mano de obra asalariada y que tenga necesidad de firmar algún contrato colectivo con los trabajadores que ya no serán obreros ni proletarios sino, simple y llanamente, trabajadores. Y sabemos ¿a qué se debe eso? Sencillo: la propiedad será entonces social y la humanidad se administrará por sí misma sin requerir de ningún aditamento que la coerciones o la dirija desde fuera de sus propias entrañas. ¿Entendemos, entonces, el por qué el socialismo no puede construirse jamás en un solo país, sino que es una cuestión internacional? ¿Acaso el derrumbe de lo que se conocía como el campo socialista no es una prueba irrefutable de esa verdad histórica dicha por Marx y Engels y, luego, sustentada por Lenin, Trotsky y los grandes teóricos del marxismo?
Nadie como los proletarios, esos que le producen la riqueza o la plusvalía a los capitalistas, son más aptos para entender los postulados de su doctrina que no es otra que la marxista. En tiempo de grandes tensiones políticas o sociales, es decir, en una situación revolucionaria ninguna fuerza como el proletariado somete a crítica demoledora todas esas teorías que bailan al son que le toquen, que se mueven como pez en el agua entre la derecha y la izquierda o viceversa o que levantan las banderas del centrismo como la solución salomónica a las crisis. Precisamente es cuando se abraza tan fuerte al marxismo que la convierte en una práctica social indestructible por la conquista de sus sueños. ¿Qué carajo le puede importar, desde ya, al proletariado sin fronteras los contratos colectivos con los patronos en el comunismo si su lucha, su pensamiento y su misión más sagrada es la de emancipar a todos los explotados y oprimidos como la prueba más evidente de su solidaridad para emanciparse a sí mismo de toda expresión de esclavitud social? Ahora, en el capitalismo, en la transición de éste al socialismo como en un buen trecho de éste sí debe luchar y hacer valer los contratos colectivos que mejoren no sólo sus condiciones socioeconómicas sino, igualmente, que contribuyan a la creación de la nueva sociedad sin clases, sin Estado, sin derecho burgués y todos sus aditamentos.
La burguesía, a través de sus ideólogos de la comunicación, son expertos en asustar al pueblo con lo que aún no se ha hecho realidad. Pintan el comunismo como el cielo más oscuro que le ofrecen a la humanidad cuando el capitalismo ha llegado a un status donde no existe luz que le brinde a los pueblos lograr, sin traumas ni violencia, la claridad de la libertad y la justicia sociales. Precisamente es el capitalismo quien con sus armas nucleares ennegrece el cielo destruyendo y exterminan gente en la tierra. ¿O no está demostrada esa verdad?