Hemos
planteado que entre democracia socialista y socialismo burocrático
hay una separación radical de caminos, de métodos y horizontes. Hablar
de “socialismo burocrático” es ya una concesión problemática.
Habría que colocar el acento en las imposturas socialistas: el colectivismo
burocrático, el estatismo autoritario, el despotismo o totalitarismo
de izquierda, el “socialismo realmente inexistente”. Pero
la experiencia de los “socialismos y comunismos de estado”, del
“comunismo grosero”, como lo llamó Marx en sus Manuscritos de Paris,
es parte de los extravíos de la izquierda.
Es imprescindible recuperar ciertas orientaciones. Retornar a la brújula-Marx-Engels a pesar de su insuficiencia, pues llama la atención la profunda precariedad teórico-ideológica de quiénes hablan a los cuatro vientos de “Estado Socialista”, de “Estado Revolucionario”, de “Estado Comunal”, sin pasearse por la crítica radical a la “forma-Estado” en el pensamiento crítico de Marx y Engels.
¿Por
qué no se lee a Marx o a Engels sin el filtro del sufijo? ¿Dijo usted
sufijo? Si, sin el filtro del -ismo, de las codificaciones de
los marxismo(s), hechos vulgarizaciones, manuales de aparato-partido
o clichés de la razón del aparato-Estado.
En
el caso venezolano, inquieta el silencio sobre la obra abierta y crítica
de algunos personajes que leyeron a Marx sin el dominio o la hegemonía
ideológica del sufijo; por ejemplo, Juan David García Bacca en dos
textos emblemáticos: “Humanismo teórico, práctico y positivo
según Marx”; y “Presente, pasado y porvenir de Marx y del
marxismo”.
Se
trata de textos que problematizan, que debaten polémicamente, no de
farragosos manuales que repiten las letanías y farsas teóricas que
se han instituido en nombre del “materialismo dialéctico” y del
“materialismo histórico”.
Podríamos
abundar en otros ejemplos. Abordar la obra crítica de Ludovico Silva
(que sigue siendo sistemáticamente descartada como referencia, en su
teoría de la alienación como sistema), o quizás una de las
mayores demoliciones de las entelequias del marxismo burocrático: los
textos poco leídos y menos asimilados de “epistemología dialéctica,
humanismo militante y teoría dialéctica de la totalidad social”
de Rigoberto Lanz (Dialéctica del Conocimiento, el Marxismo no es
una Ciencia, Marxismo y Sociología, Razón y Dominación), o la
recepción de Lukaks y Lucien Goldmann de Miguel Ron Pedrique. O quizás,
el trabajo realizado desde grupos de “Filosofía de la Praxis”
en diferentes universidades venezolanas (por ejemplo, en la UCV). Así
mismo, la obra teórica madura de J.R. Nuñes Tenorio donde se aborda
una lectura directa de Marx. Esto sin hablar de múltiples trabajadores
y trabajadoras intelectuales, quienes han elaborado “ciencia social-histórica
crítica” en todo el siglo XX venezolano (Salvador de la Plaza y toda
la cohorte de marxistas críticos del país), lecturas sobre Marx y
desde Marx sin el tamiz de las estructuras y aparatos burocráticos
de domesticación del pensamiento. Para comprender la realidad, para
transformar la realidad.
¿Que
significan estas lecturas en contraste con tanta citación al “marxismo”?
No sacrificar el talante crítico y revolucionario de la obra abierta
de Marx en nombre de una subordinación castradora a los dictat del
“comunismo de aparato”, ó a la línea política coyuntural de los
"partidos revolucionarios", de espaldas completamente al espíritu
revolucionario en Marx, obsesionados más con las definiciones ideológicas
en función de adhesiones automáticas, o para el adoctrinamiento de
cuadros en el campo de poder, con la consabida recepción acrítica
del legado teórico de la revolución rusa, la revolución china, la
revolución cubana y tantas otras “revoluciones parciales”.
Allí
reside el principal obstáculo de pensar un nuevo tipo de revolución
para el siglo XXI, en desembarazarse del archivo histórico de enunciados,
que parten de un efecto de desconocimiento de la obra abierta
y radicalmente crítica de Marx, y dicen hablar en su nombre.
A pesar
de este pequeño detalle, siguen hablando en nombre de un “marxismo
religioso o imaginario”, un marxismo que tiene nada o poco que ver
con el pensamiento de Marx sin sufijo, con el espíritu crítico de
Marx de carne y hueso, del humano-demasiado humano Marx.
En
fin, sin desprenderse de todo el legado del marxismo burocrático, del
marxismo-leninismo, ¿cómo desprenderse del estalinismo? ¿Cómo
hacerlo, si Bujarin, por ejemplo, y sobre todo Stalin jugaron el papel
de agentes codificadores del marxismo-leninismo ortodoxo? Sin
desprenderse del Leninismo o el Trotskismo ortodoxo, ¿Cómo valorar
los contrastes entre Marx y Lenin, entre Marx y Trotsky, entre Lenin
y Trotsky? Sin desprenderse de las lecturas que ignoraron olímpicamente
la crítica de Marx a la filosofía del derecho de Hegel, sin asimilar
los Manuscritos de Paris, la Ideología Alemana, la Miseria de la Filosofía,
o el carácter trunco tanto de los Grundrisse como, ¡Oh sorpresa!,
del mismísimo Das Kapital, ¿cómo declararse pomposamente “marxista”?
¿Como
releer con menos prejuicios a Luxemburgo, Kautsky, Gramsci, Jaurés,
Lukacs, Korsch, Labriola, Adler, Bujarin, Pannekoek, Gorter, Kollontai,
Trotsky, Sartre, Castoriadis, Adorno, Marcuse, Horkheimer, Habermas,
Lefevbre, Rubel, Bottomore, Agnes Heller, Sánchez Vásquez, Meszaros
y tantos otros? ¿Como leerlos sin el filtraje estalinista?
¿Cómo
releer a Mariategui, Bagú, Caio Prado, Mella, Luis Vitale, Florestán
Fernández, Quijano, Flores Galindo, Cornejo Polar, Dos Santos, Marini,
Bambirra, Cueva, Torres-Rivas, Ianni, Weffort, Stavenhagen, González
Casanova, Martínez Heredia, Zavaleta o Fals Borda sin reproducir el
complejo del colonizado?
Leerlos
es navegar entrelineas por diversos enfoques o perspectivas inspiradas
en Marx, sin abandonar un ápice el pensamiento crítico marxiano.
¿Cómo no leer la polémica que atraviesa a tantos otros y otras voces
en la actualidad: como Borón, Samir Amin, Wallerstein, Arrighi, Katz,
Kohan, Holloway, Lebowitz, Harnecker, Dieterich, Dussel, Laclau o Negri?
¿Cómo
reducir tantas líneas contrastantes en un esquema doctrinario que diga:
“materialismo dialéctico-materialismo histórico”, “marxismo-leninismo”,
que diga “Stalin, Mao, Fidel o Guevara”, o que patéticamente vuelva
a dibujar la bandera de las espadas heroicamente entrelazadas: “Marx-Engels-Lenin-Stalin-Mao”?
Hay
marxismo(s) de marxismo(s)… hay neo-marxismos, anti-marxismos,
ex marxismos y post-marxismos. Y a pesar de todos sus contrastes
y antagonismos, todos pueden acordar que algo más allá
de Marx, pero que no se puede ignorar simplemente al espíritu
crítico Marx.
Sólo
bastaría pasearse por las principales corrientes del marxismo en el
siglo XX, analizar críticamente los regímenes político-económicos
que hablaron en su nombre como “ideología de Estado”, para poner
las barbas en remojo.
Un
retorno al espíritu crítico-Marx será un antídoto necesario
para contrastar tantos disparates, para asumir que la formación de
la “conciencia revolucionaria” no tiene nada que ver con el adoctrinamiento,
con ningún automatismos psíquicos, o con la propaganda de masas.
Por
ejemplo, ¿quién duda que en Marx hay no solo una crítica de la economía
política burguesa, sino una crítica de radical a la “veneración
supersticiosa del Estado” (de cualquiera, por cierto)?. Que cuando
se habla de estructura de mando y explotación en el Capital y en los
Grundrisse, se abordan simultáneamente las relaciones de dominación-explotación,
y su posible superación en los procesos de transición post-capitalistas.
Se
escucha con estupor tanta vociferación escéptica sobre la “extinción
del Estado” en Marx, como sí fuese una idea simplemente utópica
en el peor de los sentidos, lanzada para un largo plazo indefinido,
lo que supone que hay que tragarse toda los contrasentidos sobre el
llamado “Estado Socialista” del siglo XX. ¡Pamplinadas!
Es
Marx, quien no separa la construcción de un modo de producción
asociativo de la democracia absoluta. Es Marx quién concibe
un Estado democrático radicalizado transitando hacia una forma-Comuna.
Separar la economía social de la democracia radical, es no entender
nada de la significación explosiva de la frase:
“Hasta
ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados
por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario
es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una
mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la
sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar,
hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio
que forma la sociedad oficial.” (Manifiesto del Partido Comunista-1848)
Se
trata no sólo de una revolución anticapitalista en el terreno
de los modos de producir, distribuir y consumir propios de la vida material,
sino de una revolución democrática de vasto alcance que no
se detiene en las fronteras instituidas de la democracia capitalista
y sus instituciones representativas, sino que despliega el horizonte
de la democracia sustantiva o absoluta.
No
hay que olvidar que el gobierno en el Estado representativo moderno,
viene a ser, pura y simplemente, una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa. ¿Acaso usted habla de sociedades
sin Estado? ¡Usted es sencillamente un anarquista!
Analicemos
el asunto detenidamente. En Marx y Engels es posible reconstruir una
crítica radical a las formas de dominación burguesas; entre ellas
la forma-Estado capitalista. Sobre todo en Marx, que no claudicó ni
por afanes pedagógicos en la radicalidad de la crítica. Incluso, no
hay manera de realizar un montaje textual entre la precisa formulación
de Marx: “Dictadura revolucionaria del proletariado”, presente
de manera escueta en el Programa de Gotha-1875 como forma política
de la transición, y una nueva forma de mando-explotación sobre
el proletariado (Por cierto, el colectivismo burocrático-despótico
confunde a Marx con la irónica formulación, que Trotsky planteara
tempranamente, criticando precisamente a Lenin: “Dictadura sobre el
proletariado”- Trotsky, Nashi Politícheskie Zaduchi, (1904) (Nuestras
tareas políticas), panfleto traducido y citado por Deutscher en El
profeta armado, Ed. Era, págs. 94-96).
Marx
se preguntaba en 1875: “¿Que transformación sufrirá el régimen
estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos:
¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado,
subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente,
y por más que acoplemos de mil maneras la palabra Pueblo y la palabra
Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema.”
En
Marx, eso de hablar de “Estado de todo el pueblo” no permite acercarse
ni un pelo a la solución del problema (contra la interpretación coagulada
por Stalin). Por una sencilla razón, la diferencia entre Marx y los
Estatistas burocráticos y despóticos, reside en que para Marx
no desaparece el horizonte de la “extinción del Estado”, mientras
que para la “Estadolatría”, el principio de dominación Estatal
se hace eterno.
Para
la Estadolatría asociada a los Socialismos Reales, la fase de transición
inicial se vuelve, por efectos de la real-politik tan larga”
que se transfigura en algo “intemporal”. Justificación real-politik
del “Estado socialista”. Apología de la forma-Estado, restauración
de nada mas y nada menos que… Hegel. De allí, que se cuelen las confusiones
entre el Estatismo nazi de Carl Schmidt y el Anti-estatismo revolucionario
de Karl Marx.
Mientras
los funcionarios orgánicos del consenso de la burguesía, hacen
apologías de las relaciones de explotación capitalistas, los funcionarios
orgánicos del consenso de la nomenclatura, hacen una apología
de las relaciones de opresión política, propias de la Estadolatría,
del colectivismo burocrático-despótico.
Decía
Marx: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, media
el período de la transformación revolucionaria de la primera en la
segunda. A este período corresponde también un período político
de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria
del proletariado.”
La
polémica Dictadura-Democracia fue central entre Kaustky y Lenin,
por ejemplo. Obviamente, si se presume ser revolucionario, se opta por
Lenin. Pero también lo fue entre Pannekoek y Gorter, contra Lenin.
Allí comienza el lenguaje de las desviaciones sociales. ¿Dijo usted
Pannekoek? ¡Desviación de izquierda! En esto consiste el juego del
control del "acróbata audaz": repartir desviaciones a la
derecha (reformistas) y a la izquierda (ultra-izquierdistas). Repartir
superlativos a diestra y siniestra. En esto, Stalin y luego Mao fueron
ejemplares, todo en función de la “línea correcta” del “mande-comandante”
de ocasión.
Pero
la historia en Marx es otra. El proletariado, estimados y estimadas,
no era en ningún caso un centro político burocrático, sino
la antesala para la construcción de una sociedad sin antagonismos de
clase, sin clase dominante, sin patronos, reyes, tribunos, dioses, si
alienaciones económico-políticas.
Para
decirlo en términos de etnología: ¿Quién ejercerá
la jefatura política? No se confunda: no será un Comandante, no
será un Comité Central, no será un Buró Político, no será un Partido
Único. Gramsci aún se imaginaba al "príncipe moderno" garantizando
vía partido, la “unidad de mando”. Lenin moría intentando ampliar
la composición del Buró Político, angustiado por el poder de la burocracia
y los síntomas fraccionales: Stalin por allá, Trotsky por aquí (¡A
leer el testamento de Lenin!). Pero era por ausencia de democracia
interna, por haber liquidado la democracia fuera y dentro del partido.
Era por ausencia de una mayoría proletaria en el seno del partido.
En Marx, es el proletariado organizado como “clase política
gobernante”, no la cadena de sustituciones anteriormente mencionadas,
ni partido único, ni vanguardia, ni personalismo-caudillista (No olvidemos
la certera crítica de Marx al “Bonapartismo”).
Obviamente
habrá dominados en las primeras etapas: clases que anhelan la
restauración de las condiciones de explotación y opresión anteriores,
pero no será en ningún caso, la dominación de la minoría sobre
la mayoría, no es la dominación del centro político burocrático
sobre las clases trabajadoras, ni sobre los pueblos originarios, ni
sobre las mujeres, ni sobre los estudiantes, los profesionales, científicos
o cuadros técnicos, ni sobre la “plaga” de intelectuales pequeñoburgueses,
anarcoides y reformistas.
El
peligro de toda revolución que aspire a ser tal, es trastocarse e invertirse
en una contra-revolución hacia dentro, es mutar de una pasión
de liberación a un patético afecto policial típico del sectarismo.
De los afectos policiales nace la mentalidad de los “Apparatchiki”,
funcionarios a tiempo completo del aparato de partido, o del puesto
administrativo, con su obsesión por el cargo de responsabilidad burocrática
o política, con su anhelado sueño de ingresar a la lista de los
privilegiados de la nomenclatura.
Para
Marx y Engels, hay innumerables referencias críticas a los polizontes
de la burguesía. No conocían aún a los polizontes de la burocracia.
Por otra parte, sobre el futuro régimen estatal de la sociedad comunista,
sólo hay indicaciones, pero hay una de ella que no puede dejarse de
lado. Aparece en Engels (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico-Capitulo
I):
“En
1816, Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción
y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y
si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación
económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente
la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración
de las cosas y en la dirección de los procesos de la producción, que
no es sino la idea de la «abolición del Estado», que tanto estrépito
levanta últimamente.”
En
el Capitulo III del mismo texto, continúa Engels:
“El
modo capitalista de producción, al convertir
más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de
cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está
obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión
en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción,
señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de
producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y
comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado.”
Pero
no se confunda. Hay “estatizaciones” de “estatizaciones”. Hay
una gran diferencia entre las “estatizaciones” y “nacionalizaciones”
que se realizan “en nombre” del socialismo “en abstracto”, sin
tomar en consideración la condición política sine qua non necesaria
para la transición post-capitalista planteada por Marx y Engels: “El
proletariado toma en sus manos el poder del Estado”.
Lo
que Marx plantean para el desarrollo de un modo de producción asociativo,
se llama socializaciones económicas. En fin, si una estatización
o nacionalización no conduce a la socialización económica y a la
propiedad social (no a la propiedad estatal), estimado y estimada, ponga
las barbas en remojo, usted va derechito, sin estaciones intermedias,
directo al imaginario estatista autoritario del socialismo burocrático.
Mientras
no exista poder proletario (no sólo “control obrero” limitado,
sino poder obrero efectivo) en el Estado de transición, para Marx y
Engels, no hay ninguna transición efectiva al comunismo. La pregunta
incisiva sería: ¿Donde ejerce efectivamente el poder el proletariado
organizado como clase gobernante, en que ámbitos políticos, económicos
y culturales concretos?
Si quién ejerce el poder son fracciones radicalizadas de los sectores intermedios, fracciones de la pequeña o mediana burguesía, o categorías sociales como la tecno-burocracia de Estado, entonces: ¿Hay nacionalizaciones en sentido marxiano? ¡En absoluto!
En
El Manifiesto Comunista (1848) plantearon lo siguiente:
“Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será
la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente
a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la
producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado
organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los
medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.”
Hablar
“en nombre” del proletariado, ejercer el poder excluyendo al proletariado,
omitir sistemáticamente a los trabajadores y trabajadoras del ejercicio
cotidiano de las grandes decisiones (¡Oh, los inmaduros proletarios!).
Allí justamente reside el núcleo desde donde se prefigura el centro
político burocrático: composición de sinceros “jacobinos”
y “blanquistas”, entremezclados con “oportunistas” y arribistas,
convertidos luego en burócratas rechonchos de poder, privilegio y riqueza.
Por
tanto, sin proletariado organizado como clase gobernante no hay estatizaciones
en los términos de Marx y Engels. Ya Engels se había burlado de
las nacionalizaciones de Bismark, por ejemplo:
“(…)
desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido
una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en
un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de
nacionalización hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista.
(…) Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente
vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas
del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le
impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red
ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así
poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir
al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno
y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída
a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían,
ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada
de socialistas.” (Engels. Del Socialismo utópico al Socialismo científico”)
El
único antídoto para evitar esta situación es la conquista de la
democracia por el proletariado. Si no existe esta precondición,
no hay transición post-capitalista alguna. Engels, en capítulo
III del texto: “Del socialismo utópico al socialismo científico
plantea:
“Pero con este mismo acto (exaltación del proletariado al poder) se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal. La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado, o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente.”
Y hablando
del tiempo futuro, Engels dice: “Cuando el Estado se convierta
finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será
por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a
la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la
dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual,
engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y
los excesos resultantes de esto, no habrá
ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial
de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta
efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión
de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su
último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad
del Estado en las relaciones sociales se hará
superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará
por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración
de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El
Estado no es «abolido»; se extingue.”
En
pocas palabras, el régimen estatal que prefigura el socialismo
al que apunta Engels, es la administración de las cosas y la dirección
de los procesos de producción, no el “gobierno sobre las personas”
(Saint-Simon dixit).
Obviamente,
esto no ha ocurrido en ninguna de las experiencias del “Socialismo
Real”, y lo que ha caracterizado precisamente el socialismo burocrático
es la tendencia inversa: La intervención de la autoridad del Estado
en las relaciones sociales se hace cada vez más imprescindible en un
campo tras otro de la vida social, continúa y se refuerza por sí
misma. El gobierno sobre las personas es mantenido y ampliado, así
como el gobierno sobre la administración de las cosas y por la dirección
de los procesos de producción está
en manos de la nomenclatura.
En
Marx y Engels, la República Democrática no puede confundirse
con un Estado que sea “un despotismo militar de armazón burocrático
y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto
con ingredientes feudales, e influenciado por la burguesía” (Así
se refería Marx al Estado Prusiano-Alemán).
Los
infatuados seguidores del “marxismo soviético” y sus derivaciones
doctrinarias en América Latina y el Caribe, aun persisten en la confusión:
“Dictadura del proletariado equivale a Dictadura sobre el proletariado”.
¡Nada más ajeno a Marx y Engels!
Plantea
Engels: “Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de
su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita
con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin
embargo, era necesario detenerse a examinar aquí
brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente
en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado
del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso
a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado
es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje
filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen
o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí
nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que
con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente
en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar
que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser
mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir,
a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente
cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la
monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad,
el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase
por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía;
y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda
luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado
victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá
por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta
que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y
libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.”
(Introducción de Engels a la Guerra civil en Francia de Carlos Marx-1891).
El Socialismo Burocrático hizo todo lo contrario de lo concebido por Marx y Engels: El proletariado victorioso fue sustituido completamente por el centro político burocrático, a diferencia de lo que hizo la Comuna de Paris, y exaltó inmediatamente los peores lados de este mal (los males represivos, policiales y burocráticos del Estado), hasta que una generación futura, fue educada en condiciones sociales opresivas, y le costó sangre, sudor y lagrimas deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado. Y al confundir este colectivismo despótico con el “socialismo”, producto de años de adoctrinamiento y propaganda, se imaginaron que la liberación era por la vía de una restauración liberal-capitalista de algo de democracia. Esa es la tragedia de ex campo socialista.
Allí
residen los desastrosos efectos de la voltereta estalinista, de los
estalinistas avergonzados, y además de los estalinistas “avant la
lettre”: prefiguraciones del estalinismo en voces presuntamente revolucionarias.
Que las sociedades terminen confundiendo el despotismo político con
el socialismo, y que supongan que no hay más remedio que conformarse
con algo de democracia liberal.
Examinemos así mismo la tan cacareada palabra Revolución. Engels, les reprochaba a los críticos del principio de autoridad (los llamados anti-autoritarios) en 1873, desconocer el significado preciso de una Revolución:
“¿No
han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es,
indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por
medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra
parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios
si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano,
tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran
a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo
día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a
los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse
servido lo bastante de ella?”.
Una
precondición de la Comuna: autoridad del pueblo armado frente a los
burgueses. Esta es la definición precisa de Engels de una revolución
articulada a medios políticos violentos. Precondición: disolución
del ejército burgués, autoridad del pueblo armado. Posteriormente,
Engels en 1895 se enfrenta a los dilemas de la táctica legal y electoral
para el acceso al poder del Estado político (si usted quiere aproximarse
a las relaciones entre revolución violenta y revolución pacífica,
lea estos documentos).
La
flexibilidad que mostraron el mismo Marx y Engels, frente al cambio
de condiciones históricas entre 1848 y 1880, muestra que no basta citar
al pie de la letra el Manifiesto Comunista o la Crítica al Programa
de Gotha, como si fuesen textos sagrados.
Lo
singular de una interpretación crítica de los textos clásicos de
la tradición socialista de Marx y Engels, no está tanto en la
fidelidad a un trazo inamovible convertido en tabú y dogma (una exégesis
dogmática), sino comprender su dimensión histórica, la pragmática
de sus enunciados, articulada a campos de batalla interpretativos que
afectan las dimensiones tácticas y estratégicas.
Se
ha dicho, por ejemplo, que el socialismo es absolutamente imposible
sin una revolución violenta, sin construir una “Dictadura”. Lo
que no se dice es que la desarticulación del poder burgués, implica
tanto actos políticos de fuerza-coerción como actos de influencia
hegemónica en la construcción de consensos para conformar el bloque
histórico popular emergente.
Fue
Gramsci, quién percibe la combinación de coacción y convencimiento,
de fuerza y de consenso de masas. Y es justamente la lucha democrática
del proletariado organizado, la que puede exaltar al pueblo trabajador
al gobierno, conquistar la democracia, para que las clases trabajadoras
efectivamente gobiernen una máquina de gobierno, para que dirijan
efectivamente el proceso económico, lo que implica una transformación
radicalmente democrática de la “forma-Estado”, como “Estado
de transición”. Conversión del Estado democrático-restringido
al Estado democrático ampliado, socialización del poder político,
amputación de los peores lados del mal de la forma-Estado, prefiguración
de la forma-Comuna bajo control del pueblo trabajador.
Lo
que no quiere reconocer la mentalidad del socialismo burocrático es
que la forma-Comuna ya no es una forma-Estado burgués, sino un semi-Estado
proletario (Lenin dixit). Un pequeño detalle, que no puede
dejar de pasar desapercibido por nuestros “maestros” del “Estado
Socialista”. No es un hiper-Estado (Estadolatria) sino un semi-Estado:
¿se comprende la “pequeña diferencia”?
Así
mismo, si hay algo que abolir por parte de las clases trabajadoras para
los autores del Manifiesto Comunista, además del Estado político burgués,
es el régimen burgués de producción, apropiación y propiedad. Sin
medias tintas ni concesiones. Marx y Engels no concebían una economía
mixta en el siglo XIX, ni un parlamento que hiciera reformas parciales
o graduales para un socialismo evolutivo.
Para Marx-Engels, el Estado representativo es una creación histórica de la burguesía en tiempos de la gran industria y la apertura al mercado mundial. Marx y Engels tenían plena conciencia de las vinculaciones entre el régimen de propiedad y producción burgués y el dominio del Estado para la vida de los trabajadores:
“La
industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal
en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas
en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares.
Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando
de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo
siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos
los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina,
del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la
fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable,
más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no
tiene otro fin que el lucro.” (Manifiesto del Partido Comunista)
Las
funciones de mando político y explotación económica de la
burguesía se refuerzan mutuamente. Marx-Engels nos dibujan la situación
siguiente: “Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan
desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté
concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá
todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que
el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado
se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía;
la revolución le lleva al Poder; más tan pronto como desde
él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente
de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan
el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia
soberanía como tal clase.”
Continua
Marx: “Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos
de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de
cada uno condicione el libre desarrollo de todos.”
En
esta frase se consensa el gran temor de los funcionarios de la nomenclatura:
la democracia socialista es una “asociación en que el libre desarrollo
de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.” ¿Dijo usted
libre desarrollo de cada uno, libre desarrollo de todos?
El
Burócrata afirma: ¡Usted es sencillamente, un anarquista! En la historia
de las experiencias del socialismo realmente inexistente, el calificativo
de “anarquista” no era más que una medida de control de la burocracia
del partido y del Estado, para disciplinar y criminalizar los desacuerdos
de quienes desde el alba de la revolución vieron levantarse ante sí,
a un nuevo poder opresor sobre el pueblo trabajador. La frase de la
nomenclatura dicta: “asociación compulsiva en que el sometimiento
de cada uno, condicione el sometimiento de todos”.
En
Marx y Engels, no hay nada de Estadolatrias como futuro régimen estatal
de la sociedad comunista. De allí que Marx y Engels se conviertan en
espíritus subversivos para la nomenclatura y para las nuevas clases
político-económicas. Ahora bien, aquí entramos al terreno de la polémica
que queremos destacar, Engels escribe en 1895, como prólogo a la “Lucha
de clases en Francia”, unas líneas que conmueven las bases de toda
la argumentación precedente acerca de la táctica única de la revolución
violenta:
“Cuando
estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos,
en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el
curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la
experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia.
¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda
la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente
la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable
que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la
revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la
revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo
de los modelos de 1789 y de 1830.”
Engels
reconoce que él y Marx estaban infatuados; es decir, arrogantemente
fascinados por la experiencia histórica de la “Revolución Francesa”,
por el recuerdo de los modelos de 1789 y 1830. ¡Gran reconocimiento
estimado Engels! Y no solo por el contenido, sino por la ruptura de
la fascinación-arrogancia; es decir, por la ruptura del prejuicio firmemente
establecido en el fantasma, por el preconcepto de la fantasía, por
el presupuesto que da garantías de orden conceptual.
Logro
del pensamiento crítico, excavar la raíz de los presupuestos sedimentados,
naturalizados, vueltos tácitos, no debatidos en el campo revolucionario.
Para problematizarlos desde la raíz. Un verdadero “método Maneiro”
y su Causa R. Legado de Maneiro que desborda cualquier cogollo.
Engels continua:
“Pero
la historia nos dio también a nosotros un mentís, y reveló
como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía
más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino
que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del
proletariado. El método de lucha de 1848 está
hoy anticuado en todos los aspectos, y es
éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
La
historia negó categóricamente el prejuicio sostenido por la perspectiva
de análisis. El acontecimiento, las circunstancias, dejaron atrás
el concepto y su fantasma. Revolucionarios y revolucionarias, lean con
atención. No teman romper con el embrujo de las palabras totémicas,
con los conceptos-tabú. Atréverse a cuestionar, a impugnar, insumisión
teórica radical, revelar como tantas ilusiones los puntos de vista
recibidos pasivamente a través de largas jornadas de amansamiento del
espíritu crítico y revolucionario. Retornar al archivo histórico
para verlo desde nuevas perspectivas. Para desmontar lo que se considera
a priori, certeza, seguridad.
¿Cuántos
errores recibidos, cuantas ilusiones heredadas desde la sacrosanta tradición
revolucionaria del siglo XX? Pensar la revolución implica revolucionar
el pensamiento desde nuevas hipótesis estratégicas, apertura a lo
intempestivo en el pensamiento, desorden instituyente contra las falsas
seguridades, en fin, ruptura de dogmas sacrosantos, de creencias ciegamente
establecidas.
Se
trata de ideas revolucionarias, no de creencias revolucionarias.
La revolución no avanza desde un marxismo religioso, sino desde la
demolición de viejas estructuras, y construcción de nuevos espacios
de liberación.
Ludovico
Silva fue extremadamente duro con nuestra izquierda amaestrada:
una cosa es la conciencia revolucionaria, la idea revolucionaria; otra
la ideología, la falsa conciencia, la creencia, que siempre era para
Silva contra-revolucionaria. Cuando se rompe el vínculo entre pensamiento
radicalmente crítico y revolución, comienzan las actitudes contra-revolucionarias.
La
ruptura con cualquier lectura dogmática del Manifiesto, con la Crítica
del Programa de Gotha, conlleva su contraste con las condiciones de
lucha del proletariado. Salir de la ilusión, del error del “concreto
pensado”, para indagar las condiciones del “concreto real en proceso
de mutación”: indagar la vigencia de los fines, métodos y horizontes
de las condiciones de lucha.
Nada
de citas sagradas. Se trata de citas para la polémica, con el
sola intencionalidad de colocar sobre la mesa una interpretación,
un retorno polémico del espíritu-crítico Marx: “la historia
reveló como una ilusión nuestro punto de vista”: es decir, la manera
de representarse el carácter y la marcha de la revolución social,
fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.
En
América Latina y el Caribe, podría realizarse una transposición de
esta frase: la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista:
es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la
revolución social en todo el siglo XX, fuertemente teñida por el recuerdo
de los modelos, por ejemplo, por el modelo de la revolución rusa, china
o cubana.
Cada
revolución es una lección peculiar y específica, quien hace “calco
y copia” hace caligrafías, pero no revoluciones. No hay que colocar
al concepto que sintetiza los resultados de las luchas del pasado como
una autoridad indiscutible del presente. Hay que poner a debatir
los conceptos con los acontecimientos, hay que abrirse al acontecimiento
instituyente.
Sólo
por el hecho de que el enemigo histórico de las revoluciones ha aprendido
las lecciones de la historia, no pueden repetirse sus guiones, sus
modelos y medidas, pues el enemigo anticipa los guiones, precipita
los errores y aprovecha las debilidades de los modelos revolucionarios
anteriores. Un pequeño detalle de táctica y estrategia.
También
la revolución de los conceptos, genera una revolución de las estrategias
y tácticas.
Fantasmas,
representaciones, modelos, recuerdo, puntos de vista, ilusiones, tiempo,
historia. Estas son palabras claves para desarmar el dogmatismo.
Como Marx decía en el 18 Brumario:
“Los
hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio,
bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias
con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas
por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime
como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando
éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar
las cosas, a crear algo nunca visto, en estas
épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos
en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres,
sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez
venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la
historia universal.”
No
podemos confundirnos. Revolución no es Restauración. Revolución no
es reconversión burocrática, es ruptura radical de la tradición recibida
pasivamente, lo cual implica tematizar la tradición de las revoluciones
del siglo XIX y XX, no para convertirla en venerable superstición,
aquel disfraz de vejez venerable y de lenguaje prestado, sino para no
repetir los errores del pasado.
Dice
Engels: “Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían
reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por
otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas
minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría
dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón
del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este
papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la
dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico
y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien
intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución
tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso,
la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones
minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia
—consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero
esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de
la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante
de todo el pueblo.”
Dice
el Manifiesto: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían
sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría.
El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría
en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja
y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse,
sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate,
todo ese edificio que forma la sociedad oficial.”
Instrumentos
de lucha, formas de lucha, transformación de las condiciones de lucha.
No se trata de dogmas, modelos o patrones inmodificables: “Y aunque
el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos
hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar
en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente
rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros
y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro
mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de
nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos
así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de
nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo
y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio
universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha
dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un
medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí
donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos
a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus
actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento
una tribuna desde lo alto de la cual pueden
hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con
una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la
prensa y en los mítines. ¿Para qué
les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas,
si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas
en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?”
“Pero
con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un
método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha
que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones
estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían
nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas
instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales,
a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó
a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una
parte suficiente del proletariado. Y así
se dio el caso de que la burguesía y el
Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación
ilegal del partido obrero, más los
éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”
Y continua
Engels: “Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente
las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha
en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva
en todas partes, estaba considerablemente anticuada.”
Pero
Engels no quiere decir que el elemento fuerza-coerción hubiese desaparecido
de la política:
“¿Quiere
decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar
ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir
únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más
desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas
para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá
vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores.
Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran
revolución que en el transcurso ulterior de
ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y
éstas deberán, indudablemente, como ocurrió
en toda la gran revolución francesa, así
como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, preferir
el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas.”
“Si
han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han
cambiado las de la lucha de clases. La
época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas
minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado.
Allí donde se trate de una transformación completa de la organización
social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber
comprendido ya por sí mismas de qué
se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado
la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan
lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta
labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un
éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.”
La
conclusión de Engels es tajante: No hay victoria duradera posible a
menos que se gane de antemano a la gran masa del pueblo. Ganarse
el apoyo de la mayoría del pueblo, esa es la función del partido para
la revolución socialista. De allí la importancia de la multitud
popular como criterio que demarca una revolución de minorías de
una revolución de mayorías. Mientras menos mayoritaria, la revolución
luce mas amenazada por golpes de sorpresa o reveses electorales:
“La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros,
los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos
mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión.
Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la
legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon
Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros
echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados
y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros
no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para
darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos
esta legalidad tan fatal para ellos.”
Engels
llega a decir: “La subversión social-democrática, que por el
momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante
la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin
violar las leyes (…)Por tanto, si ustedes violan la Constitución
del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar
de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá,
no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy.”
Queda
claro que en lugar de apostar por la eterna imposibilidad de la revolución
democrática y socialista, hay que imaginar un nuevo tipo de revolución
que está deviniendo posible. Una revolución donde el imaginario estatista
ya no es dueño de su plan. Las revoluciones nunca pasan allí donde
se cree que van a pasar, ni por los caminos que se espera. Escapando
del plan del capital y de su forma-Estado, una masa deviene multitud
popular sin cesar revolucionaria, y destruye el equilibrio dominante.
Líneas de fuga al neoliberalismo en Latinoamérica (Agenda Alternativa
bolivariana), línea de fuga al capitalismo y a la Estadolatría (agenda
por el Poder popular).
Así
como el neoliberalismo domina y captura, en connivencia con el aparato
de Estado, a los medios de producción y la fuerza de trabajo, así
también la patronal burocrática pretende dominar y capturar medios
de producción y fuerza de trabajo. Así también afectan los modos
de existencia, posibilidades de vida y procesos de subjetivación.
El
neoliberalismo pretende convertir todo valor simbólico de uso, en una
mercancía/valor de cambio, y toda actividad creadora en actividad sometida
a la explotación-mando sobre el trabajo vivo. La Estadolatria del socialismo
burocrático pretende convertir todo valor simbólico de uso en utilidad
funcional al centro político burocrático, y toda actividad creadora
en actividad sometida para la sobre-codificación de los aparatos hegemónicos.
Las
líneas de fuga rompen ambos cercos: el cerco neoliberal-capitalista
y el cerco burocrático del capitalismo de Estado. De allí la
importancia estratégica de la democracia socialista. El nomadismo revolucionario
pasa por romper incesantemente cercos de estructuras de mando y explotación:
ni capitalistas ni burócratas. Combinación entre máquinas de guerra
y una actitud general ante el poder. No permanecer en lugares predecibles,
ni en momentos esperados, ni del modo conveniente al poder. Siempre
sabe romper el cerco y el aniquilamiento, contra el poder que actúa
por captura, lo revolucionario es abrir espacios de liberación.
Los
movimientos de flujos y colectivos instituyentes involucran el devenir
y la multiplicación, nuevos agencias colectivas de enunciación bajo
la forma de asambleas y consejos de poder popular, nuevas puestas en
acto de deseos de transformación de espacios de poder. Tomas de decisiones
en colectivo, poner sobre la escena el nosotros común-comunitario.
Democracia
socialista implica que el que “mande, mande obedeciendo”. Un nuevo
tipo de revolución y la democracia socialista no concluirá en una
nueva clase, fracción de clase o grupo en el poder, configurará una
relación política nueva, impedir que nuevas nomenclaturas traicionen
al pueblo con su poder”.
¡O Democracia Socialista o Barbarie!
jbiardeau@gmail.com