¿En qué se va convirtiendo el capital?
El mínimum de suma de valor de que debe disponer un poseedor de dinero o de mercancías para transformarse en capitalista varía con las distintas etapas de desarrollo de la producción capitalista y, dentro de cada una de estas etapas, con las diversas esferas de producción, según las condiciones técnicas especiales imperantes en cada una de ellas. Hay ciertas esferas de producción que ya en los orígenes del régimen capitalista exigen un mínimum de capital que aún no reúne ningún individuo. Esto determina, unas veces, la concesión a los particulares que emprenden tales industrias, como acontece en Francia en la época de Colbert y aún hoy en ciertos Estados alemanes y otras veces la creación de sociedades dotadas de monopolio legal para la explotación de ciertas ramas industriales o comerciales, sociedades que son las precursoras de las compañías anónimas de nuestros días.
No nos detendremos a estudiar en detalle los cambios experimentados en el transcurso del proceso de producción por las relaciones entre el capitalista y el obrero asalariado, ni estudiaremos tampoco, por tanto, las demás funciones del capital. Nos limitaremos a poner de relieve aquí unos cuantos puntos fundamentales.
Dentro del proceso de producción, el capital va convirtiéndose en puesto de mando sobre el trabajo, es decir, sobre la fuerza de trabajo en acción, o sobre el propio obrero. El capital personificado, el capitalista, se cuida de que el obrero ejecute su trabajo puntualmente y con el grado exigible de su intensidad.
El capital va convirtiéndose, además, en un régimen coactivo, que obliga a la clase obrera a ejecutar más trabajo del que exige el estrecho círculo de sus necesidades elementales. Como productor de laboriosidad ajena, extractor de plusvalía y explotador de fuerza de trabajo, el capital sobrepuja en energía, en desenfreno y en eficacia a todos los sistemas de producción que le precedieron, basados directamente en los trabajos forzados.
El capital empieza sometiendo a su imperio al trabajo en las condiciones técnicas históricas en que lo encuentra. No cambia, por tanto, directamente, el régimen de producción. De aquí que la producción de plusvalía en la forma que hemos venido estudiando, o sea, mediante la simple prolongación de la jornada de trabajo, se considerase independiente de todo cambio operado en el propio régimen de producción, siendo tan eficaz en la antiquísima industria panadera como en la moderna industria de los hilados de algodón.
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