Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XV de “El Capital” (II)

¿Por qué circunstancias -partiendo del supuesto que la jornada laboral y la fuerza productiva del trabajo son constantes y la intensidad del trabajo es variable- están condicionadas las magnitudes relativas del plusvalor y del precio de la fuerza de trabajo?

La intensidad creciente del trabajo supone un gasto aumentado de trabajo en el mismo espacio de tiempo. La jornada laboral más intensa toma cuerpo en más productos que la jornada menos intensa del mismo número de horas. Con una fuerza productiva incrementada, sin duda, la misma jornada laboral suministra también más productos. Pero en el último caso baja el valor del producto singular, porque cuesta menos trabajo que antes, mientras que en el primer caso se mantiene inalterado, porque el producto cuesta tanto trabajo antes como después. El número de los productos aumenta aquí sin que bajen sus precios. Con su número aumenta también la suma de sus precios, mientras que en el otro caso la misma suma de valor no hacía más que representarse en una masa de productos acrecentada. Si el número de horas se mantiene igual, la jornada laboral más intensa toma cuerpo, pues, en un producto de valor más elevado; por tanto, si el valor del dinero se mantiene igual, en más dinero. Su producto de valor varía al desviarse, respecto al grado normal social, su intensidad. La misma jornada laboral, pues, no se representa como antes en un producto de valor constante, sino en uno variable; la jornada más intensa de 12 horas, se representa, digamos, en 7 chelines, 8 chelines, etcétera, en vez de hacerlo en 6 chelines como la jornada de 12 horas trabajada con la intensidad usual. Es claro que si varía el producto de valor de la jornada laboral, digamos que de 6 a 8 chelines, pueden aumentar simultáneamente las dos partes de ese producto de valor, el precio de la fuerza de trabajo y el plusvalor, ya sea en grado igual o desigual. Ambos, el precio de la fuerza de trabajo y el plusvalor, pueden aumentar al mismo tiempo de 3 chelines a 4 si el producto de valor se acrecienta de 6 a 8. El aumento de precio experimentado por la fuerza de trabajo no implica necesariamente un aumento de su precio por encima de su valor. Puede acompañarlo, en cambio, una disminución de su valor. Ocurre siempre esto cuando el aumento de precios que experimenta la fuerza de trabajo no compensa el desgaste acelerado padecido por la misma.

Sabemos ya que, con excepciones transitorias, un cambio en la productividad del trabajo sólo ocasiona un cambio en la magnitud de valor de la fuerza de trabajo, y por consiguiente en la magnitud del plusvalor, cuando los productos de los ramos industriales afectados entran en el consumo habitual del obrero. En el caso presente esta limitación no tiene vigencia. Ya sea que la magnitud del trabajo varíe en extensión o en intensidad, a su cambio de magnitud corresponde un cambio en la magnitud de su producto de valor, independientemente de la naturaleza del artículo en el que ese valor se representa.

Si la intensidad del trabajo aumentara en todos los ramos industriales al mismo tiempo y de manera uniforme, el nuevo grado de intensidad, más elevado, se convertiría en el grado normal social, establecido por la costumbre, y dejaría por ende de contar como magnitud de extensión. Con todo, incluso entonces los grados de intensidad media del trabajo seguirían siendo diferentes en las diversas naciones y modificarían, por tanto, la aplicación de la ley del valor a las distintas jornadas laborales nacionales. La jornada laboral más intensa de una nación se representa en una expresión dineraria más alta que la jornada menos intensa de otra.

¿Por qué circunstancias -partiendo del supuesto que la fuerza productiva y la intensidad del trabajo son constantes y la jornada laboral es variable- están condicionadas las magnitudes relativas del plusvalor y del precio de la fuerza de trabajo?

La jornada laboral puede variar en dos sentidos. Puede abreviarse o prolongarse.

Bajo las condiciones dadas, es decir, fuerza productiva e intensidad del trabajo preservadas, la reducción de la jornada laboral deja inalterado el valor de la fuerza de trabajo y por consiguiente el tiempo de trabajo necesario. Reduce el plustrabajo y el plusvalor. Con la magnitud absoluta de este último decrece también su magnitud relativa, esto es, su magnitud en proporción a la magnitud de valor alcanzada por la fuerza de trabajo, que se mantiene igual. Sólo reduciendo el precio de la misma por debajo de su valor, el capitalista podría mantenerse incólume.

Toda la fraseología tradicional contra la reducción de la jornada laboral supone que el fenómeno ocurre bajo las condiciones presupuestas aquí, mientras que en la realidad, por el contrario, los cambios en la productividad e intensidad del trabajo o preceden a la reducción de la jornada laboral o se producen inmediatamente después de la misma.

Prolongación de la jornada laboral: supongamos que el tiempo de trabajo necesario sea de 6 horas o que el valor de la fuerza de trabajo ascienda a 3 chelines, e igualmente el plustrabajo a 6 horas y el plusvalor a 3 chelines. La jornada laboral global será entonces de 12 horas y se representará en un producto de valor de 6 chelines. Si la jornada laboral se prolonga en 2 horas y el precio de la fuerza de trabajo queda inalterado, aumentará, junto a la magnitud absoluta, la magnitud relativa del plusvalor. Aunque en términos absolutos la magnitud de valor de la fuerza de trabajo se mantenga inalterada, decrecerá relativamente. Bajo las condiciones indicadas en A, la magnitud relativa de valor alcanzada por la fuerza de trabajo no podía variar sin que variara su magnitud absoluta. Aquí, por el contrario, la variación relativa de magnitudes en el valor de la fuerza de trabajo es el resultado de una variación absoluta en la magnitud del plusvalor.

Como el producto de valor en el que se representa la jornada laboral aumenta con la propia prolongación de esta última, el precio de la fuerza de trabajo y el plusvalor pueden aumentar simultáneamente, ya sea con un incremento igual o con uno desigual. Este crecimiento simultáneo, pues, es posible en dos casos; el de una prolongación absoluta de la jornada laboral y el de una intensidad creciente del trabajo sin prolongación de aquélla.

Al prolongarse la jornada laboral, el precio de la fuerza de trabajo puede caer por debajo de su valor, aunque nominalmente se mantenga inalterado o incluso suba. Como se recordará, el valor diario de la fuerza de trabajo se estima sobre su duración normal media o el período normal de vida del obrero, y sobre las correspondientes transformaciones normales de sustancia vital en movimientos, de conformidad con la naturaleza humana. Hasta cierto punto, puede compensarse ese mayor desgaste de fuerza de trabajo, que es inseparable de toda prolongación de la jornada laboral, con una remuneración mayor. Pero por encima de ese punto el desgaste aumenta en progresión geométrica y, a la vez, se destruyen todas las condiciones normales de reproducción y activación de la fuerza de trabajo. El precio de ésta y su grado de explotación cesan de ser magnitudes recíprocamente conmensurables.

¿Por qué circunstancias -partiendo del supuesto que la jornada laboral, la fuerza productiva del trabajo y la intensidad del trabajo sean variables- están condicionadas las magnitudes relativas del plusvalor y del precio de la fuerza de trabajo?

Es posible aquí, obviamente, una gran cantidad de combinaciones. Pueden variar dos factores cualesquiera y uno permanecer constante, o pueden variar simultáneamente los tres. Pueden variar en el mismo grado o en grado desigual, en el mismo sentido o en sentido opuesto, anulándose parcial o totalmente, por ende, sus variaciones. Aun así, el análisis de todos los casos posibles, conforme a los resultados obtenidos en A, B y C, no presenta dificultades. Para llegar al resultado de toda combinación posible, se opera sucesivamente con cada factor como variable, y con los otros dos como constantes por el momento. Nos limitaremos aquí, pues, a mencionar brevemente dos casos importantes.

Fuerza productiva decreciente del trabajo y prolongación simultánea de la jornada laboral. Cuando hablamos aquí de fuerza productiva decreciente del trabajo, nos referimos a ramos del trabajo cuyos productos determinan el valor de la fuerza de trabajo, por ejemplo, pues, de fuerza productiva decreciente del trabajo a consecuencia de una esterilidad creciente del suelo y del consiguiente encarecimiento de los productos agrarios. Supongamos que la jornada laboral es de 12 horas y su producto de valor de 6 chelines, y que la mitad de esta suma suple el valor de la fuerza de trabajo y la otra mitad constituye el plusvalor. La jornada laboral se descompone, de esta suerte, en 6 horas de trabajo necesario y 6 horas de plustrabajo. Supongamos que en virtud del encarecimiento de los productos del suelo, el valor de la fuerza de trabajo aumenta de 3 chelines a 4, y por tanto el tiempo de trabajo necesario de 6 horas a 8. Si la jornada laboral permanece inalterada, el plustrabajo se reduce de 6 horas a 4 y el plusvalor de 3 chelines a 2. Si la jornada laboral se prolonga en 2 horas, por tanto de 12 horas a 14, el plustrabajo seguirá siendo de 6 horas y el plusvalor de 3 chelines, pero la magnitud de éste se habrá reducido en comparación con el valor de la fuerza de trabajo, medido por el trabajo necesario. Si la jornada laboral se prolonga 4 horas, de 12 horas a 16, las magnitudes proporcionales del plusvalor y del valor de la fuerza de trabajo, del plustrabajo y del trabajo necesario, se mantendrán inalteradas, pero la magnitud absoluta del plusvalor habrá aumentado de 3 chelines a 4 y la del plustrabajo de 6 horas a 8, o sea en 1/3 ó 33 1/3 %. En caso, pues, de que la fuerza productiva del trabajo decrezca y, al mismo tiempo, la jornada laboral se prolongue, la magnitud absoluta del plusvalor puede mantenerse inalterada aunque disminuya su magnitud proporcional; su magnitud proporcional puede mantenerse inalterada aunque su magnitud absoluta aumente, y, si aquella prolongación es suficiente, pueden aumentar una y otra magnitud. Es ésta una de las causas de por qué en Inglaterra, entre 1799 y 1815 precisamente cuando West, Ricardo, etc., convertían en punto de partida de importantes análisis una baja en la tasa del plusvalor que sólo había ocurrido en su fantasía y que estaría ocasionada por el encarecimiento de los productos agrarios , el plusvalor aumentó tanto en términos absolutos como en términos relativos, teniendo lugar, por consiguiente y simultáneamente, un crecimiento acelerado del capital y el empobrecimiento de los obreros. Fue éste el período en que la prolongación desmesurada de la jornada laboral conquistó su carta de ciudadanía.

Intensidad y fuerza productiva del trabajo creciente y reducción simultánea de la jornada laboral: El aumento de la fuerza productiva del trabajo y su intensificación operan uniformemente y en el mismo sentido. Ambos factores acrecientan la masa de productos obtenida en cada espacio de tiempo. Ambas, pues, reducen la parte de la jornada laboral que el obrero necesita para producir sus medios de subsistencia o el equivalente de éstos. El límite absoluto de la jornada laboral está formado, en general, por esa parte constitutiva necesaria, pero que se puede contraer. Si la jornada laboral entera se redujera a esa parte, lo cual es imposible bajo el régimen del capital, desaparecería el plustrabajo. La supresión de la forma capitalista de producción permite restringir la jornada laboral al trabajo necesario. Este último, sin embargo, bajo condiciones en lo demás iguales, ampliaría su territorio. Por un lado, porque las condiciones de vida del obrero serían más holgadas, y mayores sus exigencias vitales. Por otro lado, porque una parte del plustrabajo actual se contaría como trabajo necesario, esto es, el trabajo que se requiere para constituir un fondo social de reserva y de acumulación.

Cuanto más se acrecienta la fuerza productiva del trabajo, tanto más puede reducirse la jornada laboral, y cuanto más se la reduce, tanto más puede aumentar la intensidad del trabajo. Socialmente considerada, la productividad del trabajo aumenta también con su economía. Ésta no sólo implica que se economicen los medios de producción, sino el evitar todo trabajo inútil. Mientras que el modo capitalista de producción impone la economización dentro de cada empresa individual, su anárquico sistema de competencia genera el despilfarro más desenfrenado de los medios de producción sociales y de las fuerzas de trabajo de la sociedad, creando además un sinnúmero de funciones actualmente indispensables, pero en sí y para sí superfluas.

Una vez dadas la intensidad y la fuerza productiva del trabajo, la parte necesaria de la jornada social de trabajo para la producción material será tanto más corta, y tanto más larga la parte de tiempo conquistada para la libre actividad intelectual y social de los individuos, cuanto más uniformemente se distribuya el trabajo entre todos los miembros aptos de la sociedad, cuanto menos una capa social esté en condiciones de quitarse de encima la necesidad natural del trabajo y de echarla sobre los hombros de otra capa de la sociedad. El límite absoluto trazado a la reducción de la jornada laboral es, en este sentido, la generalización del trabajo. En la sociedad capitalista se produce tiempo libre para una clase mediante la transformación de todo el tiempo vital de las masas en tiempo de trabajo.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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