¿Qué formas básicas predominantes adopta el salario?
Por su parte, el salario presenta formas muy variadas, aunque, en su brutal parcialidad por la materia, los compendios de economía procuren ocultar toda diferencia en cuanto a la forma. El estudio de todas estas formas incumbe a la teoría especial del salario y estaría fuera de lugar en este escrito. Aquí nos limitaremos a exponer brevemente las dos formas fundamentales y predominantes del salario.
La venta de la fuerza de trabajo siempre se vende, como se recordará, por espacios de tiempo determinados. La forma transmutada en que se representa directamente el valor diario, el valor semanal, etc., de la fuerza de trabajo, es por ende la del "salario por tiempo", o sea por días, etc.
Hemos de observar, en primer término, que las leyes que rigen el cambio de magnitudes en el precio de la fuerza de trabajo y en el plusvalor, las leyes expuestas antes, se transforman mediante una simple modificación formal en leyes del salario. De igual suerte, la distinción entre el valor de cambio de la fuerza de trabajo y la masa de los medios de subsistencia en los que se convierte ese valor, reaparece ahora como distinción entre el salario nominal y el salario real. Sería inútil repetir con respecto a la forma de manifestación lo que ya expusiéramos acerca de la forma esencial. Nos limitamos por ello a indicar unos pocos puntos que caracterizan el salario por tiempo.
La suma de dinero que percibe el obrero por su trabajo diario, semanal, etc., constituye el importe de su salario nominal, es decir, del salario estimado según el valor. Es claro, no obstante, que según la extensión de la jornada laboral, por ende, la cantidad de trabajo suministrada diariamente por el obrero, el mismo jornal, salario semanal, etc., podrá representar un precio muy diferente del trabajo, esto es, muy diferentes sumas de dinero por la misma cantidad de trabajo. Por consiguiente, también en el caso del salario por tiempo es necesario distinguir entre importe total del salario, del jornal, del salario semanal, etc., y precio del trabajo. Ahora bien, ¿cómo se llega a ese precio, esto es, al valor dinerario de una cantidad dada de trabajo? El precio medio del trabajo se obtiene dividiendo el valor diario medio de la fuerza de trabajo entre el número de horas de la jornada laboral media. Si, por ejemplo, el valor diario de la fuerza de trabajo es de 3 chelines (el producto de valor de 6 horas de trabajo) y la jornada laboral es de 12 horas, el precio de una hora de trabajo es de 3 chelines/12 horas = 3 peniques. El precio de la hora de trabajo, hallado de esta manera, servirá de unidad de medida al precio del trabajo.
De esto se desprende que el jornal, el salario semanal, etcétera, puede mantenerse constante aunque el precio del trabajo disminuya continuamente. Si, por ejemplo, la jornada laboral usual es de 10 horas y el valor diario de la fuerza de trabajo alcanza a 3 chelines, el precio de la hora de trabajo equivaldrá a 3 3/5 peniques; disminuirá a 3 peniques no bien la jornada de trabajo aumente a 12 horas, y a 2 2/5 peniques cuando esa jornada sea de 15 horas. El jornal o el salario semanal, pese a ello, permanecerían inalterados. A la inversa, el jornal o el salario semanal pueden elevarse aunque el precio del trabajo se mantenga constante o incluso descienda. Por ejemplo, si la jornada laboral era de 10 horas y el valor diario de la fuerza de trabajo alcanzaba a 3 chelines, el precio de una hora de trabajo sería de 3 3/5 peniques. Si, a causa de una mayor ocupación, y suponiendo que el precio del trabajo se mantenga igual, el obrero trabaja ahora 12 horas, su jornal aumentará a 3 chelines 7 1/5 peniques, sin que se produzca una variación en el precio del trabajo. Podría obtenerse el mismo resultado si en vez de aumentar la magnitud del trabajo en cuanto a su extensión aumentara la magnitud del mismo en cuanto a la intensidad. Aumentos del jornal o del salario semanal percibido nominalmente, pues, pueden estar acompañados de un precio constante o decreciente del trabajo. Lo mismo se aplica a los ingresos de la familia obrera, tan pronto como la cantidad de trabajo suministrada por el jefe de familia se acrecienta con el trabajo de los miembros de la familia. Existen, por ende, métodos para reducir el precio del trabajo sin necesidad de rebajar el jornal o el salario semanal nominales.
De esto resulta, como ley general, la siguiente: si la cantidad del trabajo diario, semanal, etc., está dada, el jornal o el salario semanal dependerá del precio del trabajo, que a su vez varía con el valor de la fuerza de trabajo o las desviaciones de su precio respecto a su valor. Si, en cambio, está dado el precio del trabajo, el jornal o el salario semanal dependerán de la cantidad del trabajo diario o semanal.
La unidad de medida del salario por tiempo, el precio de la hora de trabajo, es el cociente que resulta de dividir el valor diario de la fuerza de trabajo entre el número de horas de la jornada laboral acostumbrada. Supongamos que la última sea de 12 horas y que el valor diario de la fuerza de trabajo alcance a 3 chelines, esto es, al producto de valor de 6 horas de trabajo. Bajo estas circunstancias el precio de la hora de trabajo será de 3 peniques y su producto de valor ascenderá a 6 peniques. Ahora bien, si el obrero está ocupado menos de 12 horas por día (o menos de 6 días por semana), por ejemplo sólo 6 u 8 horas, percibirá únicamente como jornal, si se mantiene ese precio del trabajo, 1 1/2 ó 2 chelines. Como, según el supuesto de que partimos, tiene que trabajar un promedio de 6 horas diarias sólo para producir un salario correspondiente al valor de su fuerza de trabajo, y como, según ese mismo supuesto, de cada hora sólo trabaja media hora para sí mismo, y otra media para el capitalista, es evidente que no podrá obtener el producto de valor de 6 horas si está ocupado menos de 12 horas. Si con anterioridad vimos las consecuencias nefastas del exceso de trabajo, aquí quedan al descubierto las fuentes de los padecimientos que significa, para los obreros, el hecho de estar subocupados.
Si el salario por hora se fija de tal manera que el capitalista no se obliga a pagar un jornal, o un salario semanal, sino únicamente las horas de trabajo en las cuales tiene a bien ocupar al obrero, podrá ocuparlo durante menos tiempo del que originariamente sirvió de base para estimar el salario por hora o la unidad de medida para el precio del trabajo. Como dicha unidad de medida está determinada por la proporción valor diario de la fuerza de trabajo/jornada laboral de un número de horas dado, aquélla pierde todo su sentido no bien la jornada laboral deja de contar con un número determinado de horas. Queda abolida la conexión entre el trabajo pago y el impago. El capitalista puede ahora arrancar al obrero determinada cantidad de plustrabajo sin concederle el tiempo de trabajo necesario para su autoconservación. Puede anular toda regularidad de la ocupación y, según su comodidad, capricho e intereses momentáneos, hacer que el trabajo más monstruosamente excesivo alterne con la desocupación relativa o total. Puede so pretexto de pagar el "precio normal del trabajo", prolongar anormalmente la jornada laboral sin que el obrero perciba ninguna compensación correspondiente. De ahí la rebelión (1860), absolutamente racional, de los obreros londinenses de la construcción contra el intento, efectuado por los capitalistas, de imponerles dicho salario por hora. La limitación legal de la jornada laboral pone fin a esos abusos, aunque no, naturalmente, a la subocupación resultante de la competencia de la maquinaria, de los cambios en el tipo de obreros ocupados y de las crisis parciales y generales.
Puede suceder que el precio del trabajo, con un jornal o un salario semanal crecientes se mantenga nominalmente constante y, sin embargo, caiga por debajo de su nivel normal. Esto ocurre toda vez que, permaneciendo constante el precio del trabajo o el de la hora de trabajo, se prolonga la jornada laboral más allá de su duración acostumbrada. Si en la proporción del valor diario de la fuerza de trabajo/jornada laboral, aumenta el denominador, el numerador aumentará aun más rápidamente. El valor de la fuerza de trabajo se acrecienta porque lo hace su desgaste; se acrecienta con la mayor duración de su funcionamiento, y más rápidamente, en proporción, que el incremento de la duración de su funcionamiento. Por eso en muchos ramos de la industria en los que predomina el salario por tiempo y no existen límites legales para el tiempo de trabajo, ha surgido espontáneamente la costumbre de sólo considerar normal la jornada laboral que se prolonga hasta cierto punto, por ejemplo hasta el término de la décima hora, "el trabajo de un día", "el horario regular de trabajo". Más allá de ese límite el tiempo de trabajo constituye tiempo extra y, tomando como unidad de medida la hora, se paga más, aunque a menudo en proporción ridículamente exigua. La jornada laboral normal existe aquí como fracción de la jornada laboral real, y suele ocurrir que la última sea, durante todo el año, más larga que la primera. El aumento en el precio del trabajo al prolongarse la jornada laboral más allá de cierto límite normal, adopta en diversos ramos industriales británicos la forma en que el bajo precio del trabajo durante el llamado horario normal obliga al obrero, si quiere obtener un salario suficiente, a efectuar horas extras, mejor remuneradas. La limitación legal de la jornada de trabajo pone punto final a esta diversión.
Es generalmente sabido que cuanto más extensa sea la jornada laboral en un ramo de la industria, tanto más bajo será el salario. El inspector fabril Alexander Redgrave ilustra ese hecho mediante una reseña comparativa del período que va de 1839 a 1859, la cual muestra que el salario aumenta en las fábricas sometidas a la ley fabril, mientras que se abate en aquellas donde se trabaja de 14 a 15 horas por día.
De la ley según la cual "estando dado el precio del trabajo, el jornal o el salario semanal dependen de la cantidad de trabajo suministrado", se desprende que cuanto menor sea el precio del trabajo, tanto mayor tendrá que ser la cantidad de trabajo o tanto más extensa la jornada laboral para que el obrero se asegure apenas un miserable salario medio. La exigüidad del precio del trabajo opera aquí como acicate para que se prolongue el tiempo de trabajo.
A la inversa, empero, la prolongación de la jornada laboral produce a su vez una baja en el precio del trabajo y consiguientemente en el jornal o en el salario semanal.
La determinación del precio del trabajo según la fórmula valor diario de la fuerza de trabajo/jornada laboral de un número de horas dado, muestra que la mera prolongación de la jornada laboral abate el precio del trabajo, siempre que no haya una compensación. Pero las mismas circunstancias que permiten al capitalista, a la larga, prolongar la jornada laboral, primero le permiten y por último lo obligan a abatir también el precio nominal del trabajo, hasta que descienda el precio del número de horas aumentadas y, por tanto, el del jornal o el del salario semanal. Baste aquí con referirnos a dos circunstancias. Si un hombre ejecuta el trabajo de 1 1/2 o de 2 hombres, el aflujo de trabajo aumenta aunque la oferta de las fuerzas de trabajo que se hallan en el mercado permanezca constante. La competencia que se genera de esta manera entre los obreros, pone al capitalista en condiciones de reducir el precio del trabajo, y la baja de este precio le permite, a su vez, prolongar aun más el horario de trabajo. Pronto, sin embargo, esta disposición de cantidades anormales de trabajo impago, esto es, de cantidades que rebasan el nivel social medio, se convierte en medio de competencia entre los capitalistas mismos. Una parte del precio de la mercancía se compone del precio del trabajo. No es necesario incluir en el precio de la mercancía la parte impaga del precio del trabajo. Se le puede regalar esa parte al comprador de mercancías. Es éste el primer paso al que empuja la competencia. El segundo paso que ella obliga a tomar, consiste en excluir asimismo del precio de venta de la mercancía una parte del plusvalor anormal generado por la prolongación de la jornada laboral. De esta suerte se constituye, primero esporádicamente y luego, poco a poco, de manera fija, un precio de venta de la mercancía anormalmente bajo, precio que a partir de ahora se convierte en fundamento constante de un salario mísero y de una jornada laboral desmesurada, así como en un principio era el producto de esas circunstancias. Nos limitamos, meramente, a mencionar este movimiento, ya que el análisis de la competencia no ha de tener cabida aquí. Pero dejemos hablar por un momento, no obstante, al capitalista mismo. "En Birmingham la competencia entre los patrones es tan intensa que no pocos de nosotros se ven obligados a hacer, como patrones, cosas que en otra situación nos avergonzarían; y sin embargo, no se obtiene más dinero: únicamente el público se beneficia". Se recordará que en Londres existen dos clases de panaderos, una de las cuales vende el pan a su precio completo, mientras que la otra lo vende por debajo de su precio normal. Los primeros denuncian ante la comisión investigadora parlamentaria a sus competidores: "Si existen, ello se debe únicamente, primero, a que engañan al público" (falsificando la mercancía), "y segundo, extraen de sus obreros 18 horas de trabajo por el salario de 12... El trabajo impago de los obreros es el medio [...] de que se valen en la lucha competitiva... La competencia entre los patrones panaderos es la causa a que obedecen las dificultades en la supresión del trabajo nocturno. Un empresario que vende su pan por debajo del precio de costo, precio que varía con el de la harina, se resarce extrayendo más trabajo de sus obreros [...]. Si yo no obtengo más que 12 horas de trabajo de mis obreros, y mi vecino, por el contrario, extrae de ellos 18 ó 20, tendrá necesariamente que derrotarme en el precio de venta. Si los obreros pudieran hacer hincapié en el pago de las horas extras, pronto se pondría punto final a esa maniobra... Gran número de los empleados por los panaderos que venden a menos del precio son extranjeros, muchachos y otras personas forzadas a conformarse casi con cualquier salario que puedan obtener".
Este lloriqueo es interesante también porque muestra cómo en el cerebro de los capitalistas se refleja sólo la apariencia de las relaciones de producción. El capitalista no sabe que también el precio normal del trabajo encierra determinada cantidad de trabajo impago, y que precisamente ese trabajo impago es la fuente normal de su ganancia. La categoría de tiempo de plustrabajo no existe en absoluto para él, ya que dicho tiempo está incluido en la jornada laboral normal que él cree pagar al pagar el jornal. Por cierto que para el capitalista, empero, existe el tiempo extra, la prolongación de la jornada laboral más allá del límite correspondiente al precio usual del trabajo. Frente a sus competidores que venden por debajo del precio, insiste incluso en que se otorgue una paga extra por ese tiempo extraordinario. Vuelve a ignorar, a su vez, que esa paga extra incluye trabajo impago de la misma manera que lo incluye el precio de la hora de trabajo habitual. Si, por ejemplo, el precio de una hora de la jornada laboral de 12 horas es de 3 peniques o sea el producto de valor de media hora de trabajo, mientras que el precio de la hora de trabajo extra es de 4 peniques el producto de valor de 2/3 de hora de trabajo, en el primer caso el capitalista se apropia gratuitamente de la mitad de una hora de trabajo; en el segundo, de 1/3. Damos siempre por supuesto, aquí, el valor del dinero como valor constante.
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