Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XX de “El Capital” (I)

¿Qué factores deben tenerse en cuenta al comparar los salarios de diversas naciones?

Anteriormente examinamos las múltiples combinaciones que puede ocasionar un cambio en la magnitud de valor absoluta o relativa (esto es, comparada con el plusvalor) de la fuerza de trabajo, mientras que a su vez, por otra parte, la cantidad de medios de subsistencia en la que se realiza el precio de la fuerza de trabajo puede experimentar fluctuaciones independientes o diferentes del cambio de ese precio. Como ya hemos hecho notar, la simple traducción del valor o en su caso del precio de la fuerza de trabajo en la forma vulgar del salario, hace que todas aquellas leyes se transformen en leyes del movimiento del salario. Lo que dentro de este movimiento se pone de manifiesto como combinación variable, puede aparecer, en el caso de países diferentes, como diversidad simultánea de los salarios nacionales. De ahí que al comparar los salarios de diversas naciones, debe tenerse en cuenta todos los factores que determinan el cambio en la magnitud de valor alcanzada por la fuerza de trabajo: precio y volumen de las necesidades vitales elementales naturales e históricamente desarrolladas, costos que insume la educación del obrero, papel desempeñado por el trabajo femenino y el infantil, productividad del trabajo, magnitud del mismo en extensión e intensidad. Incluso la comparación más superficial exige, por de pronto, reducir a jornadas laborales iguales el jornal medio que rige en las mismas industrias de diversos países. Tras esta equiparación de los jornales, se debe traducir nuevamente el salario por tiempo en pago a destajo, ya que sólo este último constituye un indicador tanto de la productividad como de la intensidad del trabajo.

En todos los países rige una cierta intensidad media del trabajo, por debajo de cuyo límite éste consume, para producir una mercancía, más tiempo del socialmente necesario, no pudiendo, por tanto, ser considerado como trabajo de calidad normal. Sólo aquel grado de intensidad que rebasa la media nacional, en un país determinado, modifica la medida del valor por la simple duración del tiempo de trabajo. No así en el mercado mundial, cuyas partes integrantes son los distintos países. La intensidad media del trabajo cambia de un país a otro; en unos es más pequeña, en otros es mayor. Estas medias nacionales forman, pues, una escala, cuya unidad de medida es la unidad media del trabajo universal. Por tanto, comparado con otros menos intensivos, el trabajo nacional más intensivo produce durante el mismo tiempo más valor, el cual se expresa en más dinero.

Conforme se desarrolla en un país la producción capitalista, la intensidad y productividad del trabajo dentro de él va remontando sobre el nivel internacional. Por consiguiente, las diversas cantidades de mercancías de la misma clase producidas en distintos países durante el mismo tiempo de trabajo tienen distintos valores internacionales. Según esto, el valor relativo del dinero será menor en los países en que impere un régimen progresivo de producción capitalista que en aquellos en que funcione un r4égimen capitalista de producción más atrasado. De aquí se sigue igualmente que el salario nominal, el equivalente de la fuerza de trabajo expresado en dinero, tiene que ser también más alto en los primeros países que en los segundos; lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que este criterio sea también aplicable al salario real, es decir, a los medios de vida percibidos por el obrero.

Pero aún prescindiendo de estas diferencias relativas que se acusan en cuanto al valor del dinero en los distintos países, encontramos con frecuencia que el salario diario, semanal, etc., es más alto en los primeros países que en los segundos, mientras que el precio relativo del trabajo, es decir, el precio del trabajo en relación tanto con la plusvalía como con el valor del producto, es más alto en los segundos países que en los primeros.

J. W. Cowell, miembro de la Comisión fabril de 1833, llegaba, después de investigar cuidadosamente el ramo de hilados, a la conclusión de que “en Inglaterra los salarios son, en realidad más bajos para el fabricante, aunque para el obrero puedan ser más elevados. El inspector fabril inglés demuestra en su informe de 31 de octubre de 1866, mediante una estadística comparativa con los estados continentales, que a pesar de los bajos salarios y de las jornadas de trabajo mucho más largas, el trabajo en el continente resulta más caro que en Inglaterra, en comparación con su producto. Un director inglés de una fábrica de algodón de Oldenburg declara que en su fábrica la jornada de trabajo desde las cinco y media de la mañana hasta las 8 de la noche, incluyendo los sábados, y que aquellos obreros, cuando trabajan bajo la vigilancia de inspectores ingleses, no rinden durante todo este tiempo la cantidad de producto que los obreros ingleses fabrican en 10 horas; si trabajan bajo la vigilancia de inspectores alemanes, el rendimiento es todavía menor. Los salarios son mucho más bajos que en Inglaterra , hasta llegar en muchos casos al 50 por ciento, pero en cambio el número de brazos en proporción con la maquinaria es mucho mayor; en muchos departamentos de la fábrica, la proporción es de 5 a 3. Mr. Redgrave de detalles muy minuciosos acerca de las fábricas algodoneras rusas. Estos datos le han sido facilitados por un director inglés que hasta hace poco trabajaba en una de esas fábricas. En este terreno de Rusia, tan fecundo en toda clase de infamias, siguen en pie en todo su esplendor los viejos horrores característicos de los años de infancia de las factorías inglesas. Los directores son, naturalmente, ingleses, pues el capitalista indígena ruso no es apto para el negocio fabril. Y, a pesar del trabajo agobiador impuesto a los obreros, a pesar del trabajo diurno y nocturno ininterrumpido y a pesar de los míseros salarios que allí se abonan, los artículos rusos sólo pueden ir vegetando gracias a las prohibiciones arancelarias que cierran el paso a los productos extranjeros. A continuación, reproducimos un resumen comparativo acerca del número medio de husos por fábrica y por hilandero en los diversos países de Europa. El propio Mr. Redgrave advierte que estas cifras fueron recopiladas hace algunos años, y que en Inglaterra el volumen de las fábricas y el número de husos por obrero han crecido considerablemente desde entonces. Pero como supone que los países continentales han experimentado también, proporcionalmente, los mismos progresos, los datos conservan, en realidad, su valor comparativo.

Cifra media de husos por fábrica

En Inglaterra ………..12600

En Suiza ……….. 8000

En Austria ……….. 7000

En Sajonia ……….. 4500

En Bélgica ……….. 4000

En Francia ……….. 1500

En Prusia ……….. 1500

Cifra media de husos por obrero

Francia .………. 14

Rusia .………. 28

Prusia .………. 37

Baviera .………. 46

Austria .………. 49

Bélgica .………. 50

Sajonia .………. 50

Alemania .………. 55

Suiza .………. 55

Gran Bretaña .………. 74

"Este estudio comparativo" -dice el señor Redgrave- es desfavorable para Inglaterra, entre otras razones, porque allí existe un gran número de fábricas en las cuales el tejido a máquina se combina con el hilado y en el cálculo no se descuenta ningún obrero para los telares. Las fábricas extranjeras, en cambio, son en su mayoría, simples fábricas de hilados. Si pudiésemos comparar magnitudes exactamente iguales, citaría muchas fábricas de hilados de algodón de mi distrito en las que hay hilanderas de 2.200 husos servidas por un solo hombre y dos mujeres que lo auxilian y que fabrican diariamente 220 libras de hilado con un largo de 400 millas (inglesas) de largo.”

Es sabido que en la Europa oriental y en Asia hay compañías inglesas que contratan la construcción de ferrocarriles, empleando en los trabajos, además del personal indígena, un cierto número de obreros ingleses. Obligadas así, por la fuerza de la práctica, a tener en cuenta las diferencias nacionales que se advierten en cuanto a la intensidad del trabajo, esto no los perjudica, ni mucho menos. La experiencia de estas compañías enseña que aún cuando el nivel de los salarios corresponda más o menos a la intensidad media del trabajo, el precio relativo de éste (en relación con el producto) oscila, en general, en un sentido opuesto.

En el "Ensayo sobre la tasa del salario", uno de sus primeros estudios económicos, Henry Carey procura demostrar que los distintos salarios nacionales son directamente proporcionales al grado de productividad de las jornadas laborales de cada país, para extraer de esta proporción internacional la conclusión de que el salario, en general, aumenta y disminuye con la productividad del trabajo. Todo nuestro análisis acerca de cómo se produce el plusvalor demuestra el absurdo de esa conclusión, que seguiría siendo absurda aunque el propio Carey hubiera demostrado sus premisas en vez de ofrecernos, según su costumbre, una abigarrada mezcolanza de material estadístico amontonado a tontas y a locas, sin ningún espíritu crítico. Pero lo mejor de todo es que Carey no afirma que las cosas sean realmente como deberían ser según la teoría. La intromisión del Estado, en efecto, ha falseado la relación económica natural. Por consiguiente, hay que calcular los salarios nacionales como si la parte de los mismos recaudada por el Estado bajo la forma de impuestos la percibiese el propio obrero. ¿El señor Carey no debería proseguir sus meditaciones acerca de si esos "costos del Estado" no son también "frutos naturales" del desarrollo capitalista? El razonamiento es digno, por entero, del hombre que comenzó por declarar que las relaciones capitalistas de producción son leyes naturales racionales y eternas, cuyo juego libre y armónico sólo es perturbado por la intromisión del Estado, para luego descubrir que el influjo diabólico de Inglaterra sobre el mercado mundial, un influjo que, según parece, no brota de las leyes naturales de la producción capitalista, hace necesaria la intromisión del Estado, esto es, la protección de estas leyes naturales y racionales por el Estado; o dicho, más vulgarmente, un sistema de protección arancelaria. Descubre, además, que los teoremas de Ricardo, etc., en los que se formulan las antítesis y contradicciones sociales existentes, no son el producto ideal del movimiento económico real, sino que, a la inversa, las antítesis reales de la producción capitalista en Inglaterra y otras partes ¡son el resultado de la teoría ricardiana, etc.! Carey, finalmente, llega a la conclusión de que en última instancia es el comercio lo que anula las bellezas y armonías congénitas del modo capitalista de producción. Un paso más en esta dirección, y quizás descubra que el único inconveniente de la producción capitalista es el capital mismo. Sólo un hombre tan horrendamente carente de espíritu crítico y que hace gala de tal erudición de mala ley merecía convertirse, pese a sus herejías proteccionistas, en la fuente secreta donde beben su sabiduría armónica un Bastiat y demás eufóricos librecambistas de nuestro tiempo.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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