Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XXI de “El Capital” (II)

¿Cómo es la transacción entre el capitalista y el obrero?

Como es sabido, la transacción entre el capitalista y el obrero es la siguiente: el capitalista intercambia una parte de su capital, el capital variable, por fuerza de trabajo e incorpora ésta, como fuerza viva de valorización, a sus medios inanimados de producción. Precisamente por este medio el proceso de trabajo se convierte a la vez en proceso capitalista de valorización. Por su parte, el obrero gasta en medios de subsistencia, gracias a los cuales se conserva y reproduce a sí mismo, el dinero obtenido a cambio de su fuerza de trabajo. Es éste su consumo individual, mientras que el proceso de trabajo, durante el cual consume medios de producción transformándolos en productos, constituye su consumo productivo y, a la vez, el consumo de su fuerza de trabajo por el capitalista. El consumo individual y el consumo productivo del obrero difieren esencialmente. En el uno, el obrero pertenece como fuerza de trabajo al capital y está incorporado al proceso de producción, en el otro, se pertenece a sí mismo y ejecuta actos vitales individuales al margen del proceso de producción.

El examen de la "jornada laboral", etc., nos hizo ver, ocasionalmente, que a menudo se fuerza al obrero a convertir su consumo individual en un mero incidente del proceso de producción. En este caso él se suministra medios de subsistencia, para mantener en funcionamiento su fuerza de trabajo, de la misma manera que se suministran carbón y agua a la máquina de vapor, aceite a la rueda, etcétera. Sus medios de consumo son entonces meros medios de consumo de un medio de producción, y su consumo individual pasa directamente a ser consumo productivo. Esto, no obstante, se manifiesta como un abuso accidental del proceso capitalista de producción.

Pero si no se examina el proceso aislado de producción de la mercancía sino el proceso capitalista de producción en su fluencia interactiva y en su escala social, el consumo individual del obrero sigue siendo también un elemento de la producción y reproducción del capital, ya se efectúe dentro o fuera del taller, de la fábrica, etc., dentro o fuera del proceso laboral; exactamente al igual que lo que ocurre con la limpieza de la máquina, ya se efectúe dicha limpieza durante el proceso de trabajo o en determinadas pausas del mismo. El hecho de que el obrero efectúe ese consumo en provecho de sí mismo y no para complacer al capitalista, nada cambia en la naturaleza del asunto. De la misma suerte, el consumo de la bestia de carga no deja de ser un elemento necesario del proceso de producción porque el animal disfrute de lo que come. La conservación y reproducción constantes de la clase obrera siguen siendo una condición constante para la reproducción del capital. El capitalista puede abandonar confiadamente el desempeño de esa tarea a los instintos de conservación y reproducción de los obreros. Sólo vela por que en lo posible el consumo individual de los mismos se reduzca a lo necesario, y está en los antípodas de esa tosquedad sudamericana que obliga al trabajador a ingerir alimentos más sustanciosos en vez de otros menos sustanciosos.

Mediante la conversión de una parte del capital en fuerza de trabajo, el capitalista mata dos pájaros de un tiro. Transforma una parte de su capital en capital variable y valoriza así su capital global. Incorpora la fuerza de trabajo a sus medios de producción. Consume productivamente la fuerza de trabajo al hacer que el obrero, mediante su trabajo, consuma productivamente los medios de producción. Por otra parte, los medios de subsistencia, o sea la parte del capital enajenada a los obreros, se transforman en músculos, nervios, huesos, cerebro, etc., de obreros. Dentro de sus límites necesarios, pues, el consumo individual de la clase obrera es la operación por la cual los medios de subsistencia enajenados a cambio de fuerza de trabajo, se reconvierten en fuerza de trabajo nuevamente explotable por el capital, es la producción y reproducción de su medio de producción más necesario: del obrero mismo. El consumo individual del obrero, pues, constituye en líneas generales un elemento del proceso de reproducción del capital.

Es por eso también que el capitalista y su ideólogo, el economista, sólo consideran productiva la parte del consumo individual del obrero que se requiere para la perpetuación de la clase obrera, esto es, aquella parte que de hecho debe consumirse para que el capital consuma la fuerza de trabajo del obrero; lo demás, lo que éste consuma para su propio placer, es consumo improductivo. Si la acumulación del capital ocasionara un aumento del salario y por tanto un acrecentamiento de los medios de consumo del obrero, sin que tuviera lugar un mayor consumo de fuerza de trabajo por el capital, el capital adicional se habría consumido improductivamente. En efecto: el consumo individual del obrero es improductivo para él mismo, puesto que únicamente reproduce al individuo lleno de necesidades, es productivo para el capitalista y el Estado, puesto que es producción de la fuerza que produce la riqueza ajena.

Desde el panto de vista social, la clase obrera, también cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio del capital, a igual título que el instrumento inanimado de trabajo. Incluso su consumo individual no es, dentro de ciertos límites, más que un factor del proceso de reproducción del capital. Pero el proceso vela para que esos instrumentos de producción autoconscientes no abandonen su puesto, y para ello aleja constantemente del polo que ocupan, hacia el polo opuesto ocupado por el capital, el producto de aquéllos. El consumo individual, de una parte, vela por su propia conservación y reproducción, y de otra parte, mediante la destrucción de los medios de subsistencia, cuida de que los obreros reaparezcan constantemente en el mercado de trabajo. El esclavo romano estaba sujeto por cadenas a su propietario; el asalariado lo está por hilos invisibles. El cambio constante de patrón individual y la ficción jurídica del contrato, mantienen en pie la apariencia de que el asalariado es independiente.

Anteriormente, cuando le parecía necesario, el capital hacía valer por medio de leyes coercitivas su derecho de propiedad sobre el obrero libre. Así, por ejemplo, en Inglaterra estuvo prohibida hasta 1815, bajo severas penas, la emigración de obreros mecánicos.

La reproducción de la clase obrera implica, a la vez, que la destreza se trasmita y acumule de una generación a otra. Hasta qué punto el capitalista cuenta, entre las condiciones de producción que le pertenecen, con la existencia de tal clase obrera diestra, considerándola de hecho como la existencia real de su capital variable, es una circunstancia que sale a luz no bien una crisis amenaza la pérdida de aquélla. Como es sabido, a consecuencia de la guerra civil norteamericana y de la consiguiente escasez de algodón, la mayor parte de los obreros algodoneros de Lancashire, etc., fueron arrojados a la calle. Del seno de la clase obrera misma, así como de otras capas de la sociedad, se elevó el reclamo de un subsidio estatal o de colectas nacionales voluntarias para posibilitar la emigración de los "superfluos" hacia las colonias inglesas o los Estados Unidos. Por ese entonces el "Times" publicó (24 de marzo de 1863) una carta de Edmund Potter, ex presidente de la Cámara de Comercio de Manchester. Su carta fue denominada en la Cámara de los Comunes, y con razón, "el manifiesto de los fabricantes". Brindamos aquí algunos pasajes característicos, en los que se reafirma sin rodeos el título de propiedad del capital sobre la fuerza de trabajo:

"A los obreros del algodón se les podría decir que su oferta es demasiado grande... , tendría [...], quizás, que reducirse en un tercio, y entonces habría una demanda sana para los dos tercios restantes... La opinión pública [...] exige que se recurra a la emigración... El patrón" (es decir, el fabricante algodonero) "no puede ver con buenos ojos cómo se le aleja su suministro de trabajo; puede pensar [...] que esto es tan injusto como equivocado... Pero si se subvenciona la emigración con fondos públicos, el patrón tiene derecho a que se lo escuche, y quizás a protestar." El mismo Potter expone más adelante lo útil que es la industria algodonera; cómo "no cabe duda de que ha drenado la población de Irlanda y los distritos agrícolas ingleses", en qué escala enorme se la practica, cómo en 1860 proporcionó los 5/13 de todo el comercio inglés de exportación; cómo, al cabo de pocos años, volverá a expandirse gracias a la ampliación del mercado, en particular del de la India y merced a la imposición de una suficiente "oferta algodonera, a 6 peniques la libra". Continúa luego: "El tiempo [...], uno, dos, tal vez tres años, producirá la cantidad necesaria... La interrogante que quisiera plantear es entonces si esta industria es digna de que se la mantenga, si vale la pena conservar en orden la maquinaria" (esto es, las máquinas vivas de trabajo) "y si no es el colmo de la estupidez pensar en deshacerse de ellas. Creo que lo es. Admito que los obreros no son una propiedad, que no son la propiedad de Lancashire y de los patrones; pero son la fuerza de ambos, son la fuerza espiritual y adiestrada que no se puede reemplazar en una generación; la otra maquinaria con la que trabajan, por el contrario, podría sustituirse ventajosamente y perfeccionarse en doce meses. Fomentad o permitid (!) la emigración de la fuerza de trabajo: ¿qué será entonces del capitalista?. Este suspiro que brota del corazón nos recuerda al mariscal de corte Kalb. "Quitad la flor y nata de los obreros y el capital fijo se desvalorizará en grado sumo y el capital circulante no se expondrá a la lucha con un suministro reducido de una clase inferior de trabajo [...]. Se nos dice que los obreros mismos desean emigrar. Es muy natural que lo deseen... Pero si reducís, comprimís el negocio algodonero mediante el retiro de sus fuerzas de trabajo, reduciendo su gasto de salarios, digamos en 1/3 o sea 5 millones, ¿qué ocurrirá entonces con la clase que está inmediatamente por encima de ellos, los pequeños tenderos? ¿Qué pasará con la renta de la tierra, con el alquiler de las casitas?... ¿Qué será del arrendatario pequeño, de los propietarios de casas mejor acomodados [...] y de los terratenientes? Y decid ahora si existe un plan que sea más suicida, para todas las clases del país, que este de debilitar la nación exportando sus mejores obreros fabriles y desvalorizando una parte de su capital y riqueza más productivos". "Propongo que se emita un empréstito de 5 a 6 millones, distribuido en dos o tres años, administrado por comisionados especiales, coordinado con la asistencia a los pobres en los distritos algodoneros y sujeto a regulaciones legales especiales, con cierto trabajo obligatorio para mantener en alto el nivel moral de quienes reciben la limosna... ¿Puede haber algo peor para los terratenientes o patrones que renunciar a sus mejores obreros y desmoralizar y disgustar a los demás con una emigración amplia y vaciadora, un vaciamiento del valor y el capital de una provincia entera?".

Potter, el vocero selecto de los fabricantes algodoneros, distingue entre dos clases de "maquinaria", pertenecientes ambas al capitalista, y de las cuales una se halla en su fábrica y la otra se aloja por la noche y los domingos fuera de la fábrica, en casitas. Una es inanimada; la otra, viva. La maquinaria muerta no sólo se deteriora y desvaloriza cada día, sino que una gran parte de su masa existente envejece constantemente debido al incesante progreso tecnológico, a tal punto que a los pocos meses se la puede sustituir ventajosamente por maquinaria más moderna. La maquinaria viva, por el contrario, cuanto mayor es su duración, cuanto más acumula en ella la destreza de generaciones y generaciones, tanto más se perfecciona. El "Times" respondió al magnate fabril, entre otras cosas: "Al señor Edmund Potter lo impresiona tanto la importancia excepcional y suprema de los patrones algodoneros que, para salvaguardar esa clase y perpetuar su profesión, querría confinar a medio millón de integrantes de la clase obrera, contra su voluntad, en un gran hospicio moral. <<¿Esta industria es digna de que se la mantenga?>>, pregunta el señor Potter. <>, respondemos, <>. <<¿Vale la pena conservar en orden la maquinaria?>>, vuelve a preguntar el señor Potter. Aquí nos domina la perplejidad. Por maquinaria el señor Potter entiende la maquinaria humana, pues asegura que no pretende usarla como propiedad absoluta. Hemos de confesar que, a nuestro juicio, no <> y ni siquiera es posible conservar en orden la maquinaria humana, esto es, aceitarla y guardarla bajo llave hasta que se la necesite. La maquinaria humana tiene la propiedad de herrumbrarse cuando está inactiva, por mucho que se la aceite y frote. Además la maquinaria humana, como se advierte a simple vista, es capaz de soltar por sí misma el vapor y estallar, provocando un lío infernal en nuestras grandes ciudades. Es posible, como dice el señor Potter, que se requiera un tiempo mayor para reproducir a los obreros, pero disponiendo de maquinistas y dinero, siempre podremos encontrar gente emprendedora, sólida e industriosa para fabricar con ella más patrones fabriles de los que podamos necesitar... El señor Potter discurre acerca de una reanimación de la industria dentro de uno, dos o tres años y nos reclama que no fomentemos o permitamos la emigración de la fuerza de trabajo. Afirma que es natural que los obreros quieran emigrar, pero entiende que, a pesar de tal deseo, la nación tiene que mantener a ese medio millón de obreros, con las 700.000 personas que de ellos dependen, confinados en los distritos algodoneros, reprimiendo, como consecuencia lógica de lo anterior, su descontento por la fuerza y alimentándolos con limosnas. Y todo ello fundándose en la posibilidad de que un buen día los patrones algodoneros los necesiten de nuevo... Ha llegado la hora de que la gran opinión pública de estas islas haga algo para salvar a esa <> de los que quieren tratarla como tratan el carbón, el hierro y el algodón".

El artículo del "Times" era, simplemente, un alarde de ingenio. En realidad, la "gran opinión pública" compartía la opinión del señor Potter, según la cual los obreros fabriles constituían accesorios móviles de las fábricas. Se impidió su emigración, confinándolos en el hospicio moral de los distritos algodoneros, y hoy como ayer constituyen "la fuerza de los patrones algodoneros de Lancashire".

El proceso capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con ello, las condiciones de explotación del obrero. Lo obliga, de manera constante, a vender su fuerza de trabajo para vivir, y constantemente pone al capitalista en condiciones de comprarla para enriquecerse. Ya no es una casualidad que el capitalista y el obrero se enfrenten en el mercado como comprador y vendedor. Es el doble recurso del propio proceso lo que incesantemente vuelve a arrojar al uno en el mercado, como vendedor de su fuerza de trabajo, y transforma siempre su propio producto en el medio de compra del otro. En realidad, el obrero pertenece al capital aun antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica está a la vez mediada y encubierta por la renovación periódica de la venta de sí mismo, por el cambio de su patrón individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio del trabajo.

El proceso capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el asalariado.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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