Cuando los cardenales son gobierno político

Ni el título ni el contenido de este artículo tienen nada que ver con el cardenal Jorge Urosa Savino ni con las polémicas entre el gobierno venezolano y la Iglesia católica y cristiana. No deja nunca de ser interesante y necesario escribir u opinar sobre la religión y la política y, muy especialmente, de la relación imprescindible que existe entre la una y la otra en la historia del género humano. Creer en la independencia absoluta de la religión en relación con la política o con el mundo de las ideologías o de la lucha de clases es, desde cualquier ángulo que se le aprecie, una utopía de sol o una fantasía de campana.

De alguna manera, especialmente, los políticos, los militares, los religiosos y los ideólogos de diversas tendencias del pensamiento social, han sentido o sienten admiración por Francia, por todo lo que ha significado para el progreso o desarrollo del planeta, de la cultura y de las artes o, en otro sentido, en el fracaso de movimientos revolucionarios que han intentado tomar el cielo por asalto para más dedicarse a transformar el mundo que interpretarlo. Alguien dijo que París bien valía una misa. Una Francia realmente revolucionaria: ¿cuántas misas valdría? Marat, Robespierre, Danton, Voltaire, Rousseau, Diderot, Blanqui, Proudhon, Napoleón, Descartes, Montesquieu, Condorcet, Moliére, Beaumarchais, Víctor Hugo, Sartre, Prudhomme, Mistral, Rolland, France, Bergson, Martín du Gard, Gide, Mauriac, Camus, Saint-John, Simon, Gao, Breton, Garaudy, Fourier, Saint-Simon, Dreyfus, Corneille, Malraux, Juana de Arco… y tantos otros personajes y hechos (como la Comuna de París y el Mayo Francés) testimonian o biografían a la Francia y al París de las rebeliones para que avanzara el género humano y progresaran las ciencias. No importa que alguien haya gritado: “La revolución francesa es una gavilla de forajidos”. Sin las brutalidades (eso es una revolución) no marcha la historia ni progresa la humanidad, aunque París tenga sus arrabales que es donde conserva la pureza de su sangre. París, lo dijo Víctor Hugo, es un compendio de todas las civilizaciones, y también de todas las barbaries. París tiene la Sorbona pero igualmente tiene pilluelos y analfabetos y tartufos por funcionarios de alto gobierno.

Cuando París arde, Francia parece ingobernable. Algún fiat lux está por ser un torbellino de largo alcance o un susto de tiempo muy corto. París tiene un Hotel de Ville que es su capitolio, un Partenón, un Monte Aventino, un Arco de Triunfo, una Torre de los Vientos, un Panteón, tiene filosofía y opinión pero también tiene cerca un Versalles donde se planificó una de las más horrendas masacres históricas contra los proletarios de la Comuna, porque Francia tuvo cardenales de gobernantes pero igualmente vivió un lustro sin religión cristiana y mucho costó a Napoleón restaurarla. Y así como París tuvo un arzobispo Hardouin de Pèréfixe prohibiendo obras de arte también tuvo a un Fouquet creando un protectorado de artistas.

Es necesario comprender que la religión no se puede interpretar correctamente execrándole sus rasgos políticos. No olvidemos, por cierto, que la Edad Media anexionó a la teología, haciendo apéndices suyos las diversas expresiones ideológicas como la filosofía, la política y la jurisprudencia. De esa forma ejercía coerción sobre todos los movimientos políticos de su tiempo y los obligaba a revestirse de ropaje teológico. El cristianismo había ido naciendo, lo dijo Engels, calladamente, mientras tanto, de una mezcla de la teología oriental universalizada, sobre todo de la judía, y de la filosofía griega, principalmente de la estoica.

Si Alemania tuvo un Lutero haciendo una Reforma que estancó y arruinó a su país; Francia tuvo un Calvino (aun sobre la carne asada de Servet) levantando el espíritu de lucha de los republicanos de Ginebra, de Holanda, de Escocia, ayudó a emancipar a la segunda de España y del propio imperio alemán y, además, legó la vestimenta ideológica para la segunda acción de la revolución burguesa que se materializó en Inglaterra. Sin los gritos de la Reforma contra la Iglesia católica romana no se hubiesen producido las insurrecciones políticas de la nobleza baja en 1523 ni la gran guerra campesina en 1525. Y sin el grito de Calvino contra la Iglesia no se hubiese creado el dogma calvinista que mejor encajaba a los más intrépidos burgueses de su tiempo. Sin duda, a pesar de los dolores causados, fue una buena jugada para el progreso histórico. Quienes hayan leído, incluso sin mucha profundización, la obra de Engels “Del socialismo utópico al socialismo científico”, no deben haber tenido inconveniente en interpretar la relación entre la Iglesia y la política.

Las famosas Cruzadas, guerras impulsadas por el papado durante los siglos XI al XIII, fueron una expresión política de la Iglesia que por cierto la realizada por Ricardo Corazón de León (la tercera), al oponerse al librecambio, trajo como consecuencia, según Engels, quinientos (500) años de atraso e ignorancia al mundo. Sin duda, lamentando los dolores, fue una mala jugada para la historia.

Así como la grandeza de París no puede valorarse sin la presencia de un Robespierre guillotinando a culpables e inocentes como verdadera y dolorosa brutalidad histórica, a partir de 1789, tampoco puede interpretarse correctamente el proceso histórico francés dejando de lado o desconociendo el mandato político del cardenal Richelieu, con su mano de hierro aplicando despotismo y doblegando poco a poco todas las rebeldías de la nobleza durante el reinado de Luis XIII. Richelieu concentró su centralismo político en garantizar la autoridad monárquica como la seguridad y estabilidad independentista de Francia. Igualmente no se puede concebir la Francia de la Ana de Austria, el fin de la guerra de los Treinta años y la paz de Westfalia, la sublevación de los financieros denominada La Fronda ni, luego, la paz de los Pirineos sin la presencia del cardenal Mazarino como primer ministro político de la gran nación europea y con un elevado grado de impopularidad entre los ricos franceses.

Concebir el cristianismo o la Iglesia católica sin ideología política es como negarle al islamismo su estrategia de aspiración de llegar a creer una verdadera ideología política del Islam. ¿Qué sería el sionismo ni una sustentación del judaísmo, sin Abraham y sin Moisés, personajes bíblicos? ¿Qué sería del budismo ni no se fundamenta en una concepción política de la resignación al sufrimiento? Quiera Dios y lo quiera también la lucha de clases, nacieran nuevos Lutero y nuevos Calvino sin las reminiscencias de su tiempo y adaptándose a las nuevas necesidades o exigencias de esta época, revolucionaran el campo religioso en provecho de las revoluciones proletarias. Utopía, tal vez, pero algún papel, sin que ya casi nada tenga que abrazarse del pasado, jugarán los religiosos para la auténtica transformación económico-social del mundo entero. No estamos en la era francesa de un poco más de la mitad del siglo XVII, porque ya no se puede esconder de la pintura brillante y armonizada las realidades tensas, las querellas, los odios, los rencores, las ambiciones y los fanatismos que son propios de la globalización capitalista salvaje. Un Juan XXIII, los Camilo Torres, los Manuel Pérez, los sacerdotes y las monjas que ven con el ojo del corazón siguen brotando del seno de la Iglesia en contravía de aquellos y aquellas que sólo miran la miseria y el sufrimiento con el órgano de la vista y se complacen resignándose a buscar la felicidad de su alma sólo en el reino de los Cielos y no en la Tierra.

¿Qué clase o sector social que viva en la pobreza y en el dolor sería capaz de oponerse, de manera consciente, a un gobierno político donde sus más altos funcionarios fuesen un Papa como Juan XXIII, un cardenal como Mariel, un sacerdote como Camilo Torres Restrepo? Son mil veces preferibles a un Robespierre tratando de inventar un nuevo Dios para cautivar la audiencia creyendo que así se garantiza la continuidad de una revolución contra los latifundistas y los burgueses.

En fin: hay que estar consciente que mientras no exista una cultura y un arte universales con acceso de todos los seres humanos al dominio de las ciencias, de la educación más avanzada y enriquecida de conocimientos técnicos y científicos, no se puede esperar de ninguna tendencia religiosa un alejamiento íntegro de la ciencia política y, menos, de las luchas políticas. No existe ni existirá religión sin fundamento político por mucho que se crea en la existencia de un Dios único y valedero para todas. Mejor dicho: una Iglesia, sea cual sea, sin ideología política es como un convento de cadáveres enterrando boca abajo a los vivos que no han muerto todavía. No olvidemos que Venezuela tuvo un Maya pero también un Madariaga. Ninguno de los dos ausentaba o execraba de sus pensamientos a las ideologías políticas de su tiempo.



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Freddy Yépez


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