Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo XXII de “El Capital” (IV)

¿Cuál es el factor esencial que, al prescindir del grado de explotación del trabajo, determina la producción de plusvalor?

Al aumentar la fuerza productiva del trabajo se acrecienta la masa de productos en los que se manifiesta un valor determinado, y por ende también un plusvalor de magnitud dada. Si la tasa de plusvalor se mantiene constante, e incluso si baja, siempre que baje más lentamente de lo que aumenta la fuerza productiva del trabajo, se acrecienta la masa del plusproducto. Manteniéndose inalterada la división de éste entre rédito y pluscapital, pues, el consumo del capitalista puede aumentar sin que decrezca el fondo de acumulación. La magnitud proporcional de dicho fondo, incluso, puede acrecentarse a expensas del fondo de consumo, mientras que el abaratamiento de las mercancías pone a disposición del capitalista tantos o más medios de disfrute que antes. Pero, como hemos visto, la productividad creciente del trabajo va a la par del abaratamiento del obrero, y por tanto de una tasa creciente del plusvalor, incluso cuando el salario real aumenta. El aumento de éste nunca está en proporción al de la productividad del trabajo. Por consiguiente, el mismo valor de capital variable pone en movimiento más fuerza de trabajo y por tanto más trabajo. El mismo valor de capital constante se presenta en más medios de producción, esto es, en más medios de trabajo, material de trabajo y materias auxiliares, suministra, por tanto, más elementos formadores de producto y asimismo más elementos formadores de valor, o cautivadores de trabajo. Por ende, si el valor del pluscapital se mantiene constante, e incluso si disminuye, se opera una acumulación acelerada. No sólo se amplía materialmente la escala de la reproducción, sino que la producción del plusvalor se acrecienta más rápidamente que el valor del pluscapital.

El desarrollo de la fuerza productiva del trabajo reacciona también sobre el capital original, esto es, sobre el capital que se encuentra ya en el proceso de producción. Una parte del capital constante en funciones se compone de medios de trabajo, tales como maquinaria, etc., que sólo se consumen, y por tanto se reproducen o se los reemplaza por nuevos ejemplares del mismo tipo en períodos prolongados. Pero cada año perece, o alcanza el término final de su función productiva, una parte de esos medios de trabajo. Esa parte, por consiguiente, se encuentra cada año en la fase de su reproducción periódica o de su reemplazo por nuevos ejemplares de la misma clase. Si en los lugares de nacimiento de esos medios de trabajo la fuerza productiva del trabajo se ha ampliado y se amplía continuamente gracias al aporte ininterrumpido de la ciencia y de la técnica, las máquinas, herramientas, aparatos, etcétera, viejos son desplazados por otros más eficaces y, teniendo en cuenta el volumen de su rendimiento, más baratos. El capital antiguo se reproduce en una forma más productiva, aun si prescindimos de la continua modificación de detalle en los medios de trabajo existentes. La otra parte del capital constante la materia prima y los materiales auxiliares se reproduce continuamente a lo largo del año; la que procede de la agricultura, en su mayor parte lo hace anualmente. Por lo tanto, toda introducción de métodos, etc., perfeccionados, opera aquí casi simultáneamente sobre el capital adicional y el que ya está en funciones. Todo progreso de la química multiplica no sólo las aplicaciones útiles del mismo material, extendiendo así, con el crecimiento del capital, las esferas en que éste se invierte; hace más: enseña a arrojar de nuevo al ciclo del proceso de la reproducción las deyecciones del proceso de producción y consumo, creando así, sin una inversión de capital previa, nueva materia de capital. Al igual que en el caso de una explotación de la riqueza natural incrementada por el mero aumento en la tensión de la fuerza de trabajo, la ciencia constituye una potencia de expansión del capital en funciones, independientemente de la magnitud dada que haya alcanzado el mismo. Dicha potencia reacciona a la vez sobre la parte del capital original que ha ingresado a su fase de renovación. En su nueva forma, el capital se incorpora gratuitamente al progreso social efectuado a espaldas de su forma precedente. Por cierto, este desarrollo de la fuerza productiva se ve acompañado, al propio tiempo, por la depreciación parcial de los capitales en funciones. En la medida en que esa depreciación se vuelve más aguda por la competencia, su peso principal recae sobre el obrero, con cuya explotación redoblada el capitalista procura resarcirse.

Cuando analizamos el plusvalor relativo, vimos como el desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo exigía que aumentara sin cesar la masa de capital constante puesta en movimiento por la misma fuerza de trabajo. Al aumentar la riqueza o la abundancia y eficacia del trabajo objetivado en la maquinaria, etc. trabajo objetivado del cual el obrero parte como de una condición, ya producida, del proceso de producción, se acrecienta la masa del antiguo valor de capital, al que se conserva y en este sentido se la reproduce por la mera adición de trabajo nuevo, esto es, por la producción de valor nuevo. Compárese, por ejemplo, un hilandero inglés con uno de la India. Supongamos, para simplificar, que la jornada laboral inglesa y la hindú sean de la misma extensión e intensidad. El hilandero inglés a lo largo de un día transforma en hilado una masa muchos cientos de veces mayor de algodón, instrumentos de hilar, etc. Conserva en su producto, por tanto, un valor de capital muchos cientos de veces mayor. Incluso si el producto de valor de su trabajo diario, es decir, el valor nuevo añadido por dicho trabajo a los medios de producción, sólo equivaliera al del hindú, pese a ello su trabajo diario no sólo se representaría en una cantidad mayor de productos, sino en un valor de producto, en un valor previo, infinitamente mayor, transferido por él al producto nuevo y en condiciones de funcionar nuevamente como capital. "Si un hilandero inglés y uno chino, por ejemplo, trabajaran el mismo número de horas con la misma intensidad, ambos producirían en una semana valores iguales. Pese a esa igualdad, existe una diferencia enorme entre el valor del producto semanal del inglés, que dispone de un poderoso autómata, y el del chino, que sólo trabaja con una rueca. En el mismo tiempo en que el chino hila una libra de algodón, el inglés produce varios cientos de libras. Una suma de valores anteriores varios cientos de veces mayor abulta el valor del producto de este último hilandero, producto en el cual aquellos valores se conservan bajo una nueva forma útil y pueden, de esta manera, volver a funcionar como capital". "En 1782", nos informa Friedrich Engels, "toda la cosecha lanera de los tres años precedentes estaba aún sin elaborar" (en Inglaterra) "por falta de obreros, y hubiera seguido así de no haber llegado en su ayuda la maquinaria recién inventada, gracias a la cual se pudo hilar el textil". El trabajo objetivado bajo la forma de maquinaria, como es obvio, no sacó directamente de abajo de la tierra ni un solo hombre, pero permitió a un exiguo número de obreros, mediante el añadido de relativamente poco trabajo vivo, no sólo consumir de manera productiva la lana y agregarle valor nuevo, sino conservar bajo la forma de hilado, etc., el valor antiguo de la misma. Proporcionó con ello, al mismo tiempo, un medio y un estímulo para la reproducción ampliada de la lana. Conservar valor viejo mientras crea el nuevo, es un don natural del trabajo vivo. Al aumentar la eficacia, el volumen y el valor de sus medios de producción, o sea con la acumulación que acompaña el desarrollo de su fuerza productiva, el trabajo conserva y perpetúa, pues, bajo formas siempre nuevas, un valor de capital en crecimiento incesante. Esta fuerza natural del trabajo se manifiesta como facultad de autoconservación del capital que se lo ha incorporado, del mismo modo que las fuerzas productivas sociales del trabajo aparecen como atributos del capital, y así como la constante apropiación de plustrabajo por el capitalista se manifiesta como constante autovalorización del capital. Todas las potencias del trabajo se proyectan como potencias del capital, así como todas las formas de valor de la mercancía lo hacen como formas del dinero.

Bajo condiciones en lo demás iguales, la magnitud del plusvalor producido y por tanto la acumulación están determinadas, en último término, por la magnitud del capital adelantado. Al acrecentarse el capital global crece también su parte constitutiva variable, aunque no en la misma proporción. Cuanto mayor sea la escala en que produzca el capitalista individual, tanto mayor será el número de obreros que explote simultáneamente, o la masa del trabajo impago de la que se apropia. Por consiguiente, cuanto más se acreciente el capital individual, tanto mayor será el fondo que se divide en fondo de acumulación y fondo de consumo. El capitalista, por tanto, puede vivir más pródigamente y al mismo tiempo "abstenerse" más.

Con el acrecentamiento del capital, aumenta la diferencia entre el capital empleado y el consumido. En otras palabras: crece la masa de valor y la masa material de los medios de trabajo locales, maquinaria, tuberías, animales de tiro, aparatos de todo tipo que durante períodos más largos o más breves, en procesos de producción constantemente repetidos, funcionan en todo su volumen o sirven para obtener determinados efectos útiles, desgastándose sólo paulatinamente y perdiendo por tanto su valor sólo fracción a fracción, o sea, transfiriéndolo también sólo de manera fraccionada al producto. En la misma proporción en que estos medios de trabajo sirven como creadores de producto sin agregarle valor a éste o sea, en la misma proporción en que se los emplea de manera total, pero se los consume sólo parcialmente, prestan el mismo servicio gratuito, como ya hemos indicado, que las fuerzas naturales, el agua, el vapor, el aire, la electricidad, etc. Este servicio gratuito del trabajo pretérito, cuando el trabajo vivo se apodera de él y le infunde un alma, se acumula, a medida que se amplía la escala de la acumulación.

Como el trabajo pretérito se disfraza siempre de capital, esto es decir, como el pasivo de los obreros A, B, C, etc., se traduce siempre en el activo del zángano X, es justo que ciudadanos y economistas se ciñan como laureles los méritos del trabajo pretérito y que incluso se asigne a éste, según el genio escocés MacCulloch, un sueldo especial (el interés, la ganancia, etc.). El peso siempre creciente del trabajo pretérito que coopera bajo la forma de medios de producción en el proceso vivo del trabajo, se asigna así a su figura de capital, la cual ha sido enajenada al propio obrero y no es más que el trabajo pretérito e impago del mismo. Los agentes prácticos de la producción capitalista y sus lenguaraces ideológicos son tan incapaces de quitar mentalmente al medio de producción la máscara social antagónica que hoy se le adhiere, como incapaz es un esclavista de concebir al trabajador mismo separado de su caracterización como esclavo.

En el curso de esta investigación hemos llegado al resultado de que el capital no es una magnitud fija, sino una parte elástica de la riqueza social, una parte que fluctúa constantemente con la división del plusvalor en rédito y pluscapital. Vimos, además, que aun cuando esté dada la magnitud del capital en funciones, la fuerza de trabajo, la ciencia y la tierra a él incorporadas (y por tierra entendemos, desde el punto de vista económico, todos los objetos de trabajo existentes por obra de la naturaleza, sin intervención del hombre) son potencias elásticas del capital, las que dentro de ciertos límites, le dejan un margen de actividad independiente de su propia magnitud. Hemos hecho caso omiso aquí de todas las relaciones del proceso de circulación, que ocasionan grados muy diversos de eficiencia de la misma masa de capital. Y como presuponemos los límites de la producción capitalista, o sea una figura puramente espontánea y natural del proceso social de producción, hemos prescindido de toda combinación más racional que pudiera efectuarse de manera directa y planificada con los medios de producción y la fuerza de trabajo existentes. La economía clásica gustó siempre de concebir el capital social como una magnitud fija cuyo grado de eficacia también sería fijo. Pero el prejuicio no fue establecido como dogma sino en las obras del archifilisteo Jeremy Bentham, ese oráculo insípidamente pedante, acartonado y charlatanesco del sentido común burgués decimonónico. Bentham es entre los filósofos lo que Martir Tupper entre los poetas. A uno y a otro sólo se los podía fabricar en Inglaterra. Con el dogma benthamiano se vuelven completamente incomprensibles los fenómenos más comunes del proceso de producción, como por ejemplo sus expansiones y contracciones súbitas, e incluso la acumulación. Tanto Bentham como Malthus, James Mill, MacCulloch y otros, utilizaron el dogma con finalidades apologéticas, y en particular para presentar como una magnitud fija una parte del capital, el capital variable, o sea el que se convierte en fuerza de trabajo. La existencia material del capital variable, esto es, la masa de medios de subsistencia que ese capital representa para el obrero, o el llamado fondo de trabajo, fue convertida fantásticamente en una parte especial de la riqueza social, infranqueable y circunscrita por barreras naturales. Para poner en movimiento la riqueza social que ha de funcionar como capital constante o, expresándolo materialmente, como medios de producción, se requiere una masa determinada de trabajo vivo. Dicha masa está tecnológicamente dada. Pero lo que no está dado es el número de obreros que se requiere para poner en acción esa masa de trabajo, ya que varía con el grado de explotación de la fuerza de trabajo individual, y tampoco está dado el precio de esa fuerza de trabajo, sino sólo sus límites mínimos, por lo demás muy elásticos. Los hechos sobre los que reposa el dogma son los siguientes: por una parte, el obrero no tiene por qué entremeterse en la división de la riqueza social entre medios de disfrute para el no trabajador, por un lado, y medios de producción, por el otro. Por otra parte, sólo en casos excepcionalmente favorables puede ampliar el llamado "fondo de trabajo" a expensas del "rédito" de los ricos.

A qué insulsa tautología lleva el imaginar que los límites capitalistas del fondo de trabajo son sus lindes naturales sociales, nos lo muestra el profesor Fawcett: "El capital circulante, nos dice, "es su fondo de trabajo. Por consiguiente, para calcular el salario dinerario medio que percibe cada obrero, simplemente tenemos que dividir el monto de ese capital por el número de la población laboriosa". Es decir: primero sumamos los salarios individuales efectivamente abonados, y luego sostenemos que esta adición constituye la suma de valor del "fondo de trabajo" establecido por Dios y la naturaleza. Por último, dividimos la suma así obtenida entre el número de obreros, para descubrir nuevamente cuánto puede corresponder, en promedio, a cada obrero individual. Es un procedimiento insólitamente astuto. Pero ello no le impide decir al señor Fawcett, sin detenerse a tomar aliento: "La riqueza global acumulada anualmente en Inglaterra se divide en dos partes. Una parte se emplea en Inglaterra para la conservación de nuestra propia industria. Otra, se exporta a otros países... La parte empleada en nuestra industria no constituye una porción importante de la riqueza acumulada anualmente en este país". Como vemos, la parte mayor del plusproducto anualmente creciente, sustraído al obrero inglés sin darle un equivalente, no se capitaliza en Inglaterra, sino en países extranjeros. Pero con el pluscapital exportado de esta suerte, se exporta también una parte del "fondo de trabajo" inventado por Dios y Bentham.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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